"Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde", decía el poeta Gil de Biedma. En España, tras años de crisis, parece que es ahora cuando, como adolescentes perdidos, empezamos a comprender que iba en serio eso de la recesión.
Los estados alterados de conciencia… solidaria
Y lo primero de lo que nos estamos dando cuenta es de los diferentes planos en los que se despliega la pseudo-solidaridad, con minúscula, esa coactiva que no es virtud sino trasvase de rentas de agentes conocidos (los pagadores) a agentes desconocidos. Porque se va descubriendo adónde han ido muchos ríos de dinero, trama a trama, y no era adonde pensábamos, ni adonde nos dijeron. Esa pseudo-solidaridad es más arraigada cuando soy receptor, cuando tengo ases en la manga y cuando la seño me conoce. Estoy hablando, por supuesto, de la solidaridad autonómica. Ahora resulta que la brecha norte-sur ya no se refiere a hemisferios sino a autonomías. Y es más profunda. Porque hay autonomías que tienen menos paro o que han tenido que aplicar menos recortes. Pobrecitos, oiga. Tal vez sería mucho pedir que contaran que esas comunidades autónomas (en concreto Extremadura y Andalucía) han tenido que recortar más porque su desfase presupuestario era mayor. Y si Madrid o País Vasco exportaban sería porque algo han hecho. Y si hay menos paro igual es porque no hay PER.
Aún así, a muchos se les encogerá el corazón y reclamarán solidaridad autonómica. Otra cosa es saltar ahí a la solidaridad con Chipre. Nosotros por Chipre, oiga, lo que haga falta, salimos a la calle, montamos tres manifas, pero poner un duro, que sinceramente no tenemos, eso ya no. Y ser solidarios con los afectados por la Política Agrícola Comunitaria, tampoco, que es más prójimo el agricultor que vive de cultivos no rentables subvencionado con el dinero de todos que el cultivador de un país africano que simplemente quiere mercados abiertos.
El que la hace no la paga, la paga otro
Otra de las lecciones que estamos aprendiendo con sorpresa, a pesar de los años que han pasado desde que comenzó la crisis, es que la palabra "otro" señala a alguien indefinido. Puede ser usted. Así que antes de defender que el que la hace no debe pagarla sino que la responsabilidad la debe asumir "otro", piense que a lo mejor escupe al cielo. Gran parte de la banca invirtió mal. Pero nadie (excepto algunos desalmados sin corazón ni sangre en las venas como yo) era partidario de dejar quebrar los bancos podridos. Iba a dejar de salir el sol por las mañanas.
Cuando Juan Ramón Rallo, director del Instituto Juan de Mariana y vecino de blog en este diario, proponía que se hicieran cargo de las pérdidas aquellos que hubieran arriesgado más, y explicaba que se podía privatizar la deuda de forma discriminada, de manera que se repercutiera más la pérdida a aquellos que hubieran tomado la peor decisión, muy poca gente le hizo caso. El argumento era aquello de arreglarlo entre todos, porque se trataba de gente, personas con cara y ojos.
El caso es que ese "otro" que hemos tratado de diferir hasta el infinito, primero a nuestro Estado, a Alemania, a la Unión Europea, al Fondo Monetario Internacional, etc., tiene ya la ubre seca de tanto dar. Y claro, o ponemos más todos en las arcas de esas mismas instituciones, o volvemos al punto de partida: que cada cual asuma lo suyo. Y el "otro" termina siendo el reflejo en el espejo. Pero después de engrosar la deuda, dar vueltas, marear la perdiz y perder un tiempo muy valioso.
No nombrar la austeridad en vano
Esta es la lección por aprender. Uno no es austero porque dice que lo es sino porque vive austeramente. Por la misma regla de tres, un gobierno no es austero porque dice en rueda de prensa que va a tomar medidas para recortar, lo es cuando, dato en mano, el gasto es menor, el déficit se reduce. Y en España, (como decía Martirio "me duele la boca de tanto decirlo"), el gasto ha aumentado. Se ha recortado en lo más escandalosamente evidente, tal vez, pero el gasto político, el despiporre autonómico, el sistema de clientela política regado con dinero de todos… los males mayores, ahí están, siguen con nosotros, royendo los bolsillos, cerrando las empresas, acompañando a los parados a los comedores de Cáritas. A nuestro lado, nuestros pecados políticos, nuestros vicios democráticos surgidos desde el mismo parto, desde la Transición, marcan nuestra trayectoria como el miedo pauta al agresor.
No me consuela que sea algo generalizado en Occidente. Cada persona debe vivir conforme a sus valores, no en función de la permisividad del sistema. Lo contrario lleva a una sociedad con molicie moral, autodestructiva, y es un proceso muy difícil de detener. Albergo la esperanza de que no sea demasiado tarde.
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