Los niveles de radiactividad en el agua de Tokio y en otras partes del país fueron durante algunos días preocupantes y las autoridades retiraron de los supermercados algunos productos del campo afectados por la radiación. Ante esta situación, no es extraño que algunos se planteen la idoneidad de la fisión nuclear como fuente energética.
Durante una semana, justo hasta que algunos países occidentales con el respaldo de la ONU decidieron involucrarse en la guerra civil libia, los avances y retrocesos de los técnicos en la planta nuclear, las explosiones en algunas de las instalaciones, las subidas y bajadas de temperaturas de los reactores o las fugas radiactivas acaparaban las portadas de medios digitales y escritos, abrieron programas especiales de televisión y radio y hicieron desembarcar a una multitud de expertos sobre distintas disciplinas para opinar y mostrar luz en un mar de informaciones algunas veces acertadas y otras confusas.
La situación fue tan asombrosa que los miles de muertos y desaparecidos provocados por el tsunami apenas importaban en los medios de comunicación españoles. Los muertos potenciales eran mucho más sugerentes que los reales, los desaparecidos se hicieron invisibles y los desplazados, sólo interesantes si era por la amenaza nuclear. El niño mordió al perro. Los medios informan, pero algunas veces parece que les gusta gritar “fuego” en un teatro lleno para ver cómo reacciona la gente o para poder atacar a la dirección.
Es difícil separar los datos de las opiniones, lo que es importante de lo que tiene poca importancia o un efecto limitado, lo ideológico de lo que no tiene esta carga. A ello hay que unir el hecho, lógico por otra parte, de que no todos los ciudadanos saben y conocen lo qué es y supone la energía nuclear. Cuando las corrientes de aire llevaron los gases radiactivos hacia el Pacífico algunos ciudadanos norteamericanos de la Costa Oeste acapararon buena parte de las tabletas de yodo de farmacias y establecimientos similares. Era más fácil gastarse unos dólares que aprender sobre niveles de radiactividad y los efectos reales en la salud. Las partículas radiactivas “de Fukushima” aparecieron como por arte de magia en Europa y como por arte de magia, desaparecieron al día siguiente. Convivimos con la radiactividad de manera natural, como la del gas radón que se acumula en nuestras casas, o la de algunos quehaceres diarios como la de determinadas pruebas médicas o la que recibimos cuando viajamos en avión.
Convivimos con el riesgo, no sólo con el intrínseco a la energía nuclear, sino con todas las actividades que realizamos. Los accidentes domésticos, los de carretera, los industriales no suelen suponer campañas para abandonar la construcción de casas, la eliminación de las autopistas o el desmantelamiento de las industrias. Se exige una mejora de la seguridad. El desastre de Bhopal donde murieron miles de personas por un escape de isocianato de metilo no supuso la desaparición de la industria de los pesticidas, sino el refuerzo de la seguridad y la revisión y cambio de ciertos protocolos de actuación en toda la industria química.
Entre tanta información, desinformación e interés, cabe hacer algunas reflexiones. Necesitamos energía. No nos podemos permitir no tenerla y necesitamos energía de manera continua y cada vez más. Las políticas de eficiencia energética pueden favorecer el ahorro o un gasto menor para un mismo proceso, pero en tanto el mundo prospere y los países y sociedades avanzados vayan siendo cada vez, el efecto es acumulativo. Apostar por una única fuente de energía o desechar otras es una locura. No es cuestión de apostar por las renovables y no por la nuclear o viceversa, sino que dejar que cada una tenga su nicho, que cada una tenga su evolución natural, que no sean los políticos los que decidan sobre ellas, sino los consumidores y ciudadanos los que informados y con conocimiento se planteen cuál es la que quieren.
Japón se enfrenta a un serio problema de suministro energético pues el cierre de Fukushima, anunciado por las autoridades niponas, generará una situación de complicada resolución, sobre todo para un país tan dependiente de las importaciones de materias primas, incluido el petróleo. Además, deberá construir nuevas centrales convencionales para recuperar sus necesidades energéticas reales o ampliar las que tiene. Si apuesta por los hidrocarburos, se hará más dependiente de un mercado conflictivo, muy ligado a países, como los árabes, que ahora pasan por serios problemas de estabilidad. Y una economía japonesa maltrecha puede contagiar sus males a otras economías mundiales, sobre todo en época de crisis económica.
La seguridad de las centrales nucleares parece haber quedado en entredicho, pero lo cierto es que la de Fukushima, diseñada para aguantar un terremoto de grado 7,5 y un tsunami proporcional a esa intensidad, ha aguantado un terremoto de grado 9, siendo el tsunami el que afectó a los edificios de los generadores que debían poner en marcha la refrigeración de núcleo, ya en parada. No ha habido, al menos hasta la fecha y según los datos que se manejan, un fallo de diseño, sino una subestimación de la intensidad de un terremoto y su consiguiente tsunami. Ello no es óbice para que no se pida y exija una mejor seguridad en las plantas nucleares, que se refuerce la de las ya existentes y que se mejore la de las futuras, incluso que se rehagan los protocolos para buscar las ubicaciones idóneas que eviten o minimicen los efectos de los seísmos. Fukushima, más allá de la catástrofe, debe ser una fuente de informaciones que ayuden a mejorar, aunque sólo sea porque se ha producido en una situación considerablemente extrema. Pero debemos recalcar que el riesgo cero no existe, que por muy bien diseñadas que estén, las centrales nucleares, las industrias químicas, las farmacéuticas incluso las alimentarias o las explotaciones ganaderas o agrícolas, o cualquiera que se nos ocurra, llevan un factor de riesgo que puede afectar nuestras vidas.
En tercer lugar, habría que pedir un poco más de reflexión a la hora de comunicar ciertas noticias y opiniones. Los grupos ecologistas han aprovechado para reivindicar sus posiciones en contra de la energía nuclear sin más argumento efectivo que lo que ha pasado en Fukushima. No han tenido en cuenta que las otras 10 centrales nucleares aguantaron con mayores o menores problemas la catástrofe y que ofrecen como alternativa las fuentes de energía renovable, sujetas a serios problemas de continuidad en el suministro, costes exagerados y baja eficiencia. Algunos políticos ejercieron de bocazas, como el comisario de Energía de la Unión Europea, Günther Oettinger, que llegó a hablar de Apocalipsis, lo que afectó inmediatamente a los mercados bursátiles, o la canciller alemana Angela Merkel, que, en plena época electoral, anunció el cierre de las centrales de su país cuya construcción sea anterior a 1980, sin hablar ni negociar con dueños y gestores. Los intereses ideológicos, partidistas y políticos no siempre tienen que coincidir con los intereses de los ciudadanos, diversos y plurales. Sin embargo, la influencia y capacidad de los primeros puede hacer mucho daño a los segundos. Es evidente que todo lo ocurrido influirá en las políticas energéticas de todos los países, pero sería positivo que fuera para mejorar y no para frenar la energía nuclear.