Lord Keynes, que tal distinción se le llegó a conceder, tenía una receta muy facilona para todo: si la economía encalla, si está operando por debajo de lo que de manera un tanto arbitraria consideramos su potencial, si aparecen recursos desempleados u "ociosos" por doquier, entonces es que no estamos gastando lo suficiente.
Para Keynes todo es un problema de falta de gasto, ya sea en consumo o en inversión, de modo que la solución pasa por promover el gasto como sea. Al lord se le ocurrieron dos maneras fundamentales: una, reducir los tipos de interés para que la gente que era reacia a endeudarse acudiera como loca al banco más cercano para hipotecarse; dos, que fuera el Estado quien gastara en nombre de todos, circunstancia que además tendría unos efectos "multiplicadores" sobre el resto de la actividad.
Estados Unidos lleva casi dos años aplicando consistentemente el programa de "estímulo" keynesiano. A día de hoy cabría esperar que los recursos ociosos ya se hubiesen esfumado en honor a la sabiduría de Keynes. Ni parados ni viviendas vacías deberían seguir atormentando el presente de la economía estadounidense. Pero no, la realidad no termina de ajustarse a acientíficos moldes de Keynes.
Por ejemlo, en su plan de despilfarro masivo, Obama destinó unos 25.000 millones para promover la adquisición de vivienda (no tenemos en cuenta los efectos "multiplicadores" del resto de su gasto) y Ben Helicóptero Bernanke ha comprado desde 2009 más de un billón de dólares en bonos hipotecarios a través de la creación de nuevos dólares con tal de rebajar los tipos de interés hipotecarios a largo plazo y estimular la compra de inmuebles.
¿Resultado? Apenas perceptible: una pequeña hinchazón que ya ha reventado. Échenle un vistazo a las ventas de nuevas viviendas a partir de 2009 (momento de auge de las políticas keynesianas) y si son capaces de distinguir algo, entonces casi puedo garantizarles que no habrán de pasarse por el oculista durante unos años.
Miles de millones de dólares para esto. Tan bien han funcionado los planes de estímulo que los recursos que estaban ociosos, siguen estándolo. Ahí están las viviendas nuevas que siguen sin obtener salida, o los parados que continúan sin encontrar un empleo, pese a que el tirón público de la demanda tenía que proporcionársela.
Ahora, una de dos: o admitimos que la realidad ha falsado las supercherías keynesianas y que ha llegado la hora de permitir que la economía liquide de manera natural las malas inversiones o seguimos la vía suicida de Krugman y Bernanke; a saber, la mayor intervención fiscal y monetaria de la historia no ha sido suficiente y hace falta redoblar esfuerzos. El Nobel propone un nuevo plan de estímulo que duplique en importe al anterior y el presidente de la Fed ya amenaza con monetizar todo papelito que le pongan por delante. Salvo rectificar y pedir perdón, cualquier cosa que les permita seguir interviniendo en la economía. Ya nos metieron en ésta y ahora parecen empeñados en no dejarnos salir.
Los psicólogos llaman a este fenómeno disonancia cognitiva: el contraste entre la percepción de la inutilidad de los planes de estímulo y la fe ciega en que han de funcionar lleva a los keynesianos a huir hacia adelante, a reforzar su creencia irracional reconfigurando los hechos para que tengan cabida en su deficiente esquema teórico. Es la misma reacción que se observa con los movimientos apocalípticos y milenaristas: sus reiterados fracasos a la hora de pronosticar el fin del mundo nunca les llevan a revisar sus exactas "predicciones", sino a buscar todo tipo de excusas que explican a posteriori por qué el armagedón no se produjo en la fecha esperada.
Claro que los alocados milenaristas no son quienes rigen nuestras vidas y nuestras haciendas. Obama, Krugman o Bernanke, sí.