La concertación ha funcionado bien, y en cuatro elecciones ha logrado alejar de la primera magistratura a la derecha de Chile, una parte de la cual se siente identificada con Augusto Pinochet. No es posible dar por bueno todo lo que se ha hecho en política económica en estas dos décadas en el poder, pero si bien han reformado el modelo económico que recibieron de la dictadura, no lo han sustituido por otro distinto. Gracias a ello, Chile ha logrado un crecimiento económico muy notable, ha luchado eficazmente contra la pobreza y es, hoy, una economía desarrollada. La primera de América del Sur. Es fácil resumir las razones: en el informe de 1975 de Libertad Económica en el Mundo de los institutos Cato y Fraser ocupaba el puesto 71 de los 72 países estudiados, y en el último informe es ya la quinta economía más libre del mundo.
Bien por la clase política chilena. Ha sabido instaurar una democracia después de una dictadura brutal, ha sabido mirar hacia delante más que hacia atrás, sin mirar por ello a otro lado frente a los crímenes del régimen de Pinochet. Y de éste ha tirado lo que se merecía estar en la basura de la historia sin hacer lo mismo con el modelo económico.
Ahora puede ganar la derecha sin que pase absolutamente nada. Los cronistas dicen que no se vive un ambiente de tensión, más allá de las esperanzas llamadas a cumplirse o quebrarse según quién sea el candidato de cada uno. Sebastián Piñera no presenta una alternativa institucional, sino meramente política. Y Chile no puede permitirse una victoria permanente de la Concertación sin degradar la propia democracia. Una victoria de Piñera implicaría que el país seguiría unas políticas y no otras, pero no sólo no pondría en riesgo la democracia, sino que le otorgaría la oportunidad de consolidarse y cerrar una larga transición desde la dictadura.