Pero aún así, fue esa sociedad española la que mayoritariamente aupó a esa pandilla de iletrados e incompetentes al Gobierno y por tanto –aun cuando algunos ni votáramos ni les votáramos– es esa mayoría social la que sí merece ser ridiculizada.
Entre otras cosas porque el descontento que se vive en nuestro país contra la gestión del PSOE es tan mayúscula que sólo llega a pasar el cepillo todos los meses para cobrar el subsidio de desempleo. Ejemplar resistencia cívica que obtiene los réditos que le son de justicia: endeudamiento, paro y un tejido productivo cada vez más esclerotizado.
Si ayer se certificaba la tan trágica como asumida realidad de que España se ha convertido en el paraíso europeo de la destrucción de empleo, hoy nos hemos desayunado con otra ronda de esa monserga rojiverde sobre la economía sostenible y los empleos verdes. Los sindicatos europeos, esos que en casa sirven de suicida inspiración para seguir engrosando las listas del INEM, reclaman a Zapatero que promocione desde la presidencia de la UE una transición hacia un modelo productivo basado en tecnologías "ecológicas y sostenibles".
Saben bien los sindicatos a quién se dirigen con sus panfletos. Pues lo que en la prensa londinense puede sonar a sarcasmo, aquí se escucha con devoción. Qué más querría Zapatero que detentar en Europa el poder suficiente como para hacerles caso. De momento, sin embargo, parece que su semestre de Virrey europeo se limitará a un impulso ideológico a favor del derroche energético, que no otro apelativo ha de recibir la producción de energía por medios carísimos.
Ya debería haber quedado suficientemente claro que subvencionar a las empresas para que sean ineficientes no genera riqueza y destruye empleo, por mucho que el ministro del ramo se empeñe en mentir. O al menos, los socialistas y los sindicatos, tan consternados ellos por la situación de millones de parados como para seguir machacándolos con su estiércol ideológico, deberían haber prestado más atención a la letra pequeña de las inversiones públicas en "energías verdes".
En España tenemos sobrada experiencia de cuáles son sus efectos. Incluso algunos hemos realizado algún estudio que arroja que los casi 30.000 millones de euros con los que se han forrado cuatro capitalistas más amantes del Estado que del mercado –¿o es que nos creemos que las empresas que producen energías renovables no tienen accionistas?– y se ha endeudado a las clases medias, han terminado por destruir más de 100.000 puestos de trabajo.
Rica (o paupérrima) experiencia que por lo visto sirve de base a nuestra izquierda para perseverar en el error, en su error. Lo llaman economía sostenible cuando la teoría y la práctica demuestran que no hay sistema económico menos sostenible que el que condena a las empresas a la bancarrota. Fíjense si no en cómo empiezan a malvivir nuestras compañías por obra y gracia de esta revolución en la sostenibilidad ecológica: nuestras empresas pagan la cuarta electricidad más cara de toda Europa cuando apenas dos años antes estaban abonando el precio medio del continente. Hemos pasado de 9,6 céntimos por kilowatio en 2007 a 11,5 en 2008. Ahí es nada: un aumento del 20% en el coste de la electricidad en medio de un contexto deflacionario en el que los precios de los productos están cayendo. ¿Se pueden imaginar qué estarán haciendo los márgenes de beneficio de nuestras compañías? Vender barato y comprar caro nunca fue la base de ningún éxito empresarial.
Así, no es extraño que la sangría laboral prosiga y de hecho a este ritmo difícilmente revertirá, ni aún dentro de cinco años como se afana en proclamar un optimista político. Debe ser que el empleo verde y sostenible era el del buen salvaje, esa superchería que desde Rousseau a Polanyi ha impregnado el pensamiento izquierdista. La reaccionaria "antirrevolución Industrial", como ya la definiera Ayn Rand en los años 60, sigue siendo la Estrella Polar de nuestros socialistas.