Cristiano Ronaldo, Jermaine Pennant, Karim Benzema o David Villa están entre los ilustres jugadores que han rechazado la Premier League para jugar en España. ¿Por qué España? Debido a que según la legislación fiscal española pueden acogerse a la figura del "ejecutivo extranjero", una posición que limita el tipo máximo que tienen que pagar a sólo un 24%.
Sin gallina no hay huevos de oro, concluía Jacoby. Y lo cierto es que parece que Zapatero y el resto de la izquierda se muestran ansiosos por matar la gallina de la Liga española que recibe el nombre de Ley Beckham. Gracias a ella, los futbolistas foráneos tributan a un tipo máximo del 24%, por lo que, en su ausencia, se les incrementaría de golpe el tipo marginal en casi 20 puntos (hasta el 43%).
La clubes de fútbol ya han amenazado con ir a la huelga si la medida sale adelante. Y no es para menos. Su creciente capacidad para fichar estrellas extranjeras procedía en buena medida de los menores impuestos que se veían obligados a pagarles: al fin y al cabo, a los futbolistas se les suelen ofrecer sus remuneraciones libres de impuestos, de modo que un club español podía pagar salarios netos más elevados que otro club europeo con un mismo salario bruto. Sin Ley Beckham se acabó la ventaja competitiva de nuestros clubes y, en consecuencia, su habilidad para pescar a jugadores extranjeros.
Pero me parece que las interrelaciones entre el fútbol y la política son demasiado grandes como para que nuestros mandatarios no acaben cediendo a las peticiones de sus compañeros de sobremesa, máxime ante un órdago de semejante envergadura: un país sin fútbol es un país sin circo, y al pan ya se nos acabó hace tiempo. Unos y otros no se van a tirar los trastos a la cabeza por apenas 100 millones de euros, el 1% de lo que Zapatero ha despilfarrado levantando aceras.
Pues bien, no creo que hasta aquí nadie se sorprenda lo más mínimo por el razonamiento. Puro sentido común de unos y otros: el Estado a lo suyo (rapiñar) y los clubes también (protestar por la rapiña). Lo extraño, sin embargo, es que nadie (o casi nadie) se dedique a aplicar este mismo razonamiento para el resto de la economía.
Acabamos de padecer la que probablemente sea la mayor subida tributaria de la historia y el Ejecutivo ha podido perpetrarla ante la anestesia generalizada de la población y al grito de que estaba favoreciendo la recuperación. ¿Acaso un burla tan flagrante contra el sentido común no despierta las iras ciudadanas y empresariales? ¿Acaso un atentado tan evidente contra cualquier atisbo de recuperación no moviliza a nadie a protestar y a patalear? ¿Acaso sólo los paniaguados sindicatos son capaces de salir a la calle para exigir más burlas y atentados por parte del Gobierno? ¿Hasta cuándo seguirá Atlas sin plegarse de hombros?
Mucho me temo que, en este caso, el tejido empresarial español está optando por una protesta mucho más silenciosa y estoica: padecer la sangría gubernamental en silencio y conforme el aparato productivo se vayan depreciando, dejar de invertir en él. No se trata del típico fenómeno del dinero caliente que padecen regularmente las repúblicas bananeras, sino de una fuga mucho más lenta y silenciosa. Más impuestos, más regulaciones y más deuda es la fórmula perfecta para que los mejores trabajadores y empresarios huyan de España. Tal y como harían muchos futbolistas si se suprimiera la Ley Beckham, tal y como ya han hecho y seguirán haciendo sin necesidad de huelgas.
Los políticos se echarán atrás a la hora de suprimir la Ley Beckham por temor a los efectos electorales a corto plazo. Mantendrán, por el contrario, las subidas de impuestos, pues les da igual la ruina a largo plazo de nuestra sociedad. Y es que las elecciones son dentro de dos años, ¿acaso pasaremos cuentas a Zapatero por nuestro subdesarrollo dentro de dos décadas?