Según su secretaria general, María Dolores de Cospedal, varias autoridades judiciales y mandos de la policía han ordenado escuchas ilegales a miembros destacados del Partido Popular. Autoridades judiciales. Mandos policiales. Escuchas ilegales. Y todo ello, junto y con un objetivo claro: el Partido Popular.
La reacción del Gobierno es intachable: el PP debe rectificar de inmediato o acudir a los tribunales. Aunque también puede no hacer ninguna de las dos cosas. Mantenerse en sus denuncias y guardarse la baza judicial para cuando lo considere, que para eso es él el agraviado y el dueño del derecho de acudir, o no, a los tribunales. Si es cierto lo que dice Cospedal, lo suyo es dejar que la bola se hinche, e ir con las pruebas a algún juzgado imparcial de los que pueblan España a hacerla estallar.
El Gobierno hace un uso partidista de las instituciones. Alguno de esos usos están a la vista de todos: Cándido, en permanente rebeldía contra el nombre que le pusieron sus padres, ha hecho del servicio al Gobierno su más acrisolada visión de la justicia. Los comisarios políticos, tan avergonzados de su papel que se hacen llamar jueces del Tribunal Constitucional, cumplen vergonzantemente su encomienda. Garzón tiene en sus planes abandonar alguna de las décadas venideras la política. El CNI es el juguete de los políticos aficionados a las películas de 007.
Pero no menos importante es todo lo que queda oculto. Los policías con carné en lugar de placa. Los empleados públicos que le han quitado la máscara de majestad al Estado y ven en él una oportunidad para facilitar sus preferencias políticas. Los bajos fondos y los altos funcionarios. Los agradecidos, que se cuentan por centenares de miles y manejan millones de euros.
Se les puede acusar de ser desleales a la función que tienen asignada. A muchos, también de violar la ley, que conocen, además de a la moral, que desconocen. Lo que nadie les puede quitar es que, aunque sea de forma cínica, ven al Estado como es: como un mero instrumento de poder con el poder como único objetivo. Esa es la realidad del gran aparato devorador de riqueza y de libertades que es el Estado.