Como ha dicho elocuentemente el ministro de Educación, "las familias deben asumir que la lengua vehicular es el catalán". Qué educación reciben sus hijos es cosa de los Montilla, los Gabilondo y una pléyade de burócratas sin nombre ni vergüenza que les suplanta.
Me sorprende cómo se ha recibido la noticia en algunos medios. ABC habla de ataques "al castellano". Como si el idioma fuera un ente real distinto de quienes lo hablan y escriben. ¿Qué es "el español" o "el catalán" sino el modo de comunicarse de un conjunto más o menos grande de personas? A los nacionalistas les sobran las personas, que a poco que se les dé protagonismo empiezan a decir lo que les da la gana y a mostrar una inconveniente inclinación a tratar sus propios asuntos como les da la real gana. No. Lo mejor es hablar de un ente, de un fantasma, "el catalán", como si tuviese vida propia, al margen de quienes lo hablan. Saussure, a la hoguera. ¿Quién puede alegar nada razonable frente a una creación mística, como ese "catalán" sublimado? Oponerle "el castellano" es un esfuerzo vano, porque en el terreno de la mística el nacionalismo lleva demasiada ventaja. Hablemos de los catalanes y de sus derechos.
También me llama la atención el titular de El Mundo. La llamada LEC es una declaración de independencia educativa. Es de independencia, sí, pero no de España, que sería lo de menos, sino de independencia de los ciudadanos y de sus derechos. ¿Para qué querríamos una España unida en la que nos gobernase un hampa como la de la clase política catalana? España, antes rota que roja, o que protofascista.
Porque aquí lo que está en juego no es "el castellano" o "la independencia". Lo que está a la vista de todos es que el sistema político actual no tiene de democrático más que la envoltura. No se hace lo que quieren los ciudadanos, sino lo que quieren los políticos. Una democracia autoritaria, un autoritarismo dizque democrático. Ese es el peligro en las aulas de Cataluña y fuera de ellas.