De la corta pero intensa vida de Windows Vista se pueden extraer al menos dos lecciones: una para Microsoft, que la ha aprendido a costa de su sangre y sudor, y otra para las autoridades de la competencia, las cuales jamás serán capaces de asimilarla.
La lección para Microsoft es simple: aquella empresa que se separa de los dictados de sus clientes termina arrepintiéndose. La principal novedad que incorporaba Windows Vista tenía relación con algo que no le había pedido a Microsoft ninguno de sus clientes. Me refiero a todos los mecanismos de gestión de derechos de autor (el DRM) y prevención en el uso de productos presuntamente pirateados.
Las soluciones incorporadas por Microsoft suponen una sobrecarga al ordenador y un funcionamiento en muchas ocasiones intolerable para el usuario. Con todo, el principal problema es que esto no era demandado por sus clientes, que no lo querían, sino por determinados grupos de presión que todos conocemos. De esta forma, Microsoft dio la espalda a la gente que le da la vida para tratar de satisfacer unas necesidades espurias de unos cuantos interesados ajenos a su negocio. El desastre era inevitable. Pero Microsoft aprendió la lección, le iba en ello el sueldo.
Y es que quizá Microsoft se creyó lo de su dominancia en el mercado de sistemas operativos, en que tanto le habían insistido las autoridades de competencia. Son estas las destinatarias de la segunda lección que nos da Windows Vista, muy relacionada con la primera.
Para la Comisión Europea, Microsoft era (y es) dominante en su mercado, porque puede actuar con independencia de sus clientes. Esto es siempre mentira, a menos que se haya concedido un privilegio por parte del Estado al empresario en cuestión, lo que sucede con Microsoft. ¿Acaso puede Microsoft obligar a alguien a comprar sus productos? ¿Lo pueden hacer Telefónica, o Intel, por citar otros de los encontrados como "dominantes" en sus mercados?
Quizá Microsoft se creyó estas monsergas, y pensó que podría imponer su Windows Vista a los usuarios. Pues ya ha visto que no, que si su producto no está a la altura de las circunstancias, su pretendida posición dominante se disuelve como un azucarillo en el café. Y no le queda más remedio que capitular hacia un producto acorde a las necesidades de esos usuarios de las que creía poder apartarse.
La realidad es que en el mercado libre no existen posiciones dominantes, pues nadie puede imponer la compra de su producto a un tercero. Pero esta es una lección que no aprenderán las autoridades de competencia, les va en ello el sueldo.