Hay ciertas expresiones que, últimamente, el presidente francés sólo se las ha escuchado a Rodríguez Zapatero y a Carla Bruni. Lo cierto es que él lo ha logrado: ha participado en la más insigne cumbre que vieron los tiempos, aquella que marcará los designios humanos para el siglo que apenas acaba de alumbrarse; primera piedra del nuevo edificio financiero, con mil llaves para las crisis económicas y las puertas y ventanas abiertas para la socialdemocracia, la alianza de civilizaciones y el obamismo sin término.
Aunque quizás, acaso, puede que no sea para tanto. Aunque sólo sea porque el hombre del momento, Barack H. Obama, no ha ido, aunque ha bendecido extramuros la declaración conjunta. Se han puesto de acuerdo en que la regulación ha fallado y que, por consiguiente, lo que necesitamos es más regulación. Y en que ellos ("nosotros", como se hacen llamar), se volverán a reunir para otorgarse más poder para salvarnos del capitalismo.
Claro, que todo ello era previsible. ¿Por qué, entonces, se ha puesto a trabajar Zapatero como jamás en su vida con tal de sentarse en esta cumbre? La razón es la misma que explica que, pocos días antes de esta reunión propusiera una especie de nueva coalición de no alineados, con Europa e Iberoamérica pero sin Estados Unidos, también para refundar el capitalismo o acabar con él o sea lo que fuere lo que quiere hacer Zapatero: él no hace política exterior, sino política interna fuera de nuestras fronteras.
Se vio claramente en el modo en que se fue España de Irak, más que en la decisión de hacerlo. A Zapatero no le interesa la defensa de los intereses españoles en el mundo o la presencia de nuestro país en los foros decisivos. Lo único que le interesa es el efecto que sus acciones puedan tener en el electorado.
Por eso, para entender la gincana zapateril que le ha llevado a Washington hay que interpretarla en clave interna. Sabemos que el 90 por ciento del pensamiento de izquierdas consiste en colgar cartelitos. Antes de las elecciones comenzaron a colgar en la sede del PP el cartel de "neoconservadores"; la gente no tiene ni idea de lo que son, pero sí sabe, porque los medios de comunicación aleccionan a diario sobre eso, que los neocón son mala gente. Zapatero ha ido a la cumbre con un discurso ideológico maniqueo, que señala a los neoconservadores como los culpables y a la socialdemocracia como salvadora. Con ello quiere desactivar la idea, más extendida que lo que querrían los socialistas, de que el PP sabe cómo manejar la economía. Y en un momento en que todo el mundo se mira permanentemente el bolsillo.
Zapatero ha ido a Washington… pero no ha salido de Madrid.