Aznar llevó al PP a un liberalismo tamizado, pero que le dio una base ideológica razonable y que le ponía en sintonía con lo mejor del centro derecha europeo. La defensa de la libertad y de los derechos civiles, aunque nunca ha sido abrazada hasta el final, le ha dado al PP la oportunidad de tener un discurso coherente y que, frente al discurso de privilegios de los nacionalistas, le ha permitido hacer suyo un discurso verdadero de solidaridad. Todo ello engarzado en la defensa de la nación española. Aznar apostó también por el atlantismo y una proyección importante de España en el exterior. Súmese a ello la convicción de que se debe y se puede derrotar a ETA policialmente dentro del Estado de Derecho, así como moral, ideológica y socialmente, y tenemos los elementos principales del PP aznarí.
Rajoy no reniega de todo ello. Simplemente ha llegado a la convicción de que no es suficiente. Además de ser bueno hay que parecerlo, y por ello incide en la necesidad de ser aceptado por los demás partidos y por la sociedad. Por eso habla de pactos antes de tiempo, como le ha reprochado Aznar. Por eso centra su discurso en la economía, vuelve a la derecha garbancil, de perfil bajo, que mitiga las diferencias del PP respecto de otros partidos.
Ese es el verdadero significado del XVI Congreso del PP: la ruptura de la era Aznar. Las ideas, que con Aznar se convirtieron en el principal reclamo para ganar elecciones, se postergan frente a la necesidad imperiosa de hacerse querer. Me da la impresión de que Mariano Rajoy, a quien tengo por una persona honesta, pese a sus 30 años en la política, pese a la manipulación de los atentados del 11-M que él sufrió el primero, no acaba de comprender a la izquierda con la que quiere tender puentes. Su vocación es constructiva, pero no se da cuenta de que la izquierda no transige y no permitirá que el PP forme parte del paisaje. Tampoco se percata de que no tiene por qué aceptar que ese paisaje lo pinten otros, especialmente cuando tenemos el marco de la Constitución. No se da cuenta de que la firmeza en las ideas de libertad y derechos civiles, aunque sea en solitario, es su única salvación. Y la nuestra.