"En los doce años que llevo dedicándome a esto, el porcentaje de mujeres ‘informáticas’ que he conocido no creo que llegue al 1%. Cuando empecé la carrera de Informática en el año 95, en Málaga, en mi promoción había 360 hombres y 5 mujeres."
Aquí arriba, en Madrid, la diferencia no es tan abrumadora. Eso no quita para que en mi antigua Facultad el porcentaje de mujeres entre los nuevos matriculados suela oscilar entre el 20 y el 30%. Y las había más desequilibradas. Lo que me lleva a preguntarme, efectivamente, como podrían llegar a ese porcentaje del 40% las empresas del ramo, habida cuenta de la escasez de materia prima. Seguramente, compensando en otras áreas. Ser hombre y trabajar de comercial, administrativo o secretario en una empresa de informática va camino de convertirse en un milagro sólo posible en empresas con menos de 250 empleados, o con sindicalistas increíblemente bondadosos y comprensivos.
Parece que a la izquierda le fuera imposible concebir que pueda haber diferencias entre hombres y mujeres, como si de una imposible e indeseable igualdad a nivel biológico y psicológico dependiera la posible, deseable y ya santificada en nuestra Constitución igualdad ante la ley. Los seres humanos hemos vivido casi toda nuestra historia en tribus, y nuestras habilidades y sentimientos evolucionaron para mejorar nuestra adaptación a ese hábitat. Muchas de las diferencias que existen entre los sexos se deben a ese proceso y se manifiestan incluso en algo tan trivial como la forma en que sacamos las llaves para abrir la puerta de casa.
Evidentemente, la diferencia crucial entre hombres y mujeres es la maternidad. Como dice Thomas Sowell en su Civil Rights: Rhetoric or Reality, "las ramificaciones económicas del matrimonio y la paternidad son profundas y frecuentemente opuestas en sus efectos en hombres y mujeres". Un informático, un científico, un ingeniero pueden ver cómo una parte importante de sus conocimientos y habilidades se quedan obsoletas si se retiran unos años de su profesión. Un profesor, un bibliotecario o un psicólogo no tienen ese problema. Eso podría explicar por qué las mujeres han tendido históricamente a elegir carreras profesionales como éstas últimas. El caso es que si yo podía ver pocas chicas en mi Facultad, mi hermano en cambio pertenecía a la minúscula minoría de hombres que estudiaba en la suya, Trabajo Social.
De hecho, Francisco, como por razones evidentes hacen todos los informáticos, recuerda que "en Telemática todos sabían que, para ver niñas, había que ir a Trabajo Social, a pesar de que nadie les impidiera a las chicas el acceso a aquella carrera". Y se lamenta de que "desde el 2003 hasta hoy, he recibido por correo electrónico 39 currículum, y todos son de hombres". Sin embargo, el PSOE opina que si, por ejemplo, las mujeres navegan menos por Internet que los hombres es debido a "la discriminación que sufre la mujer en el uso y el acceso a las nuevas tecnologías, lo que se conoce como brecha digital de género". Con esa mentalidad le salen las leyes que le salen, claro.
Francisco, como tantos otros, está temblando con la que se le viene encima, pues en caso de ser acusado por ser un machista recalcitrante, además de muy mala persona, la ley prevé que tenga que ser él quien pruebe que no discrimina; será culpable mientras no demuestre lo contrario. Es decir, que si no cumple con la cuota, lo empapelarán. Así es como funcionan las leyes socialistas.