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El malogro social de las pensiones

Publicado en Libertad Digital

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La rebelión contra el totalitarismo ha tratado de controlarse tradicionalmente a través de diversos mecanismos, como la represión, la censura, la corrupción y, sobre todo, el engaño. El Estado, en sus diversas formas, ha pretendido inculcar a sus súbditos que sus restricciones a la libertad resultan legítimas y convenientes para preservar otros valores, como la igualdad, la seguridad, el bienestar; o incluso la propia libertad.

Basta con apelar a una extensión de alguna supuesta libertad para aumentar la injerencia del poder político y así limitar la auténtica libertad. Se trata de una táctica que los antiliberales han interiorizado desde hace tiempo; así, han equiparado libertad con democracia, libertad de enseñanza con educación pública, libertad económica con Estado del Bienestar y libertad religiosa con anticlericalismo. La última ocurrencia liberticida consiste en reclamar la libertad para todos los animales, que disfruten de ella en las mismas condiciones que los seres humanos.

La plataforma Igualdad Animal (IA) organizó la semana pasada una serie de manifestaciones y concentraciones en la capital de España. "Todos los animales, humanos y no humanos, somos iguales en lo que al respeto que merecemos se refiere (…) no es justo que el sufrimiento o la vida de alguien sea considerada más importante simplemente porque posea capacidades cognitivas mayores", dicen los de IA.

Así pues, la vida de un ratón, una serpiente o una gallina tiene el mismo valor y debe regirse por los mismos principios que la de un ser humano. Así pues, los carnívoros venimos perpetrado el mayor holocausto de la historia y somos culpables del imprescriptible delito de genocidio. Sólo una amnistía universal podría evitar que pasáramos el resto de nuestros días en la cárcel.

Frente a lo que afirman los miembros de IA, los animales no pueden convertirse hoy por hoy en sujetos de derecho; simplemente, porque no tienen la capacidad cognitiva e intelectiva para asumir derechos y obligaciones. De nada serviría permitir que se rigieran por un conjunto de normas éticas y jurídicas, pues no serían capaces de entenderlas y de actuar en consecuencia.

Sólo los seres humanos somos capaces de insertarnos en un sistema de convivencia y reflexionar sobre la conveniencia de las normas por que nos regimos. Podemos comprender tanto nuestras acciones como la estructura por la que se desarrollan (praxeología), somos capaces de reconocer esa misma estructura en las acciones ajenas (empatía) y podemos generalizar una serie de principios comunes (ética), lo que permite la emergencia de instituciones cooperativas como el lenguaje, el derecho o el dinero.

Esta capacidad de llegar a acuerdos sobre el respeto a la libertad ajena es precisamente lo que nos convierte en sujetos de derecho, a los que se les puede conferir derechos y obligaciones. Ningún otro animal ha desarrollado hasta el momento una facultad similar. Mientras esto no suceda, los seres humanos podrán seguir dominando y apropiándose de los animales. Lo contrario sería caer en un ridículo igualitarismo primitivista que pretende olvidar y marginar la característica distintiva del ser humano: su capacidad de utilizar conscientemente la razón para lograr sus fines respetando la libertad y la propiedad privada ajenas.

Este rasgo, no la capacidad de sentir, es lo que permite respetar y ser respetado; del mismo modo que su quebranto –la iniciación de la violencia– legitima la defensa y la represalia.

Podríamos exigir a los leones que respetaran la vida de las gacelas y dejaran de cazarlas, pero de nada serviría, ya que no son capaces de entender el contenido de tal precepto ético, por lo que no tienen conciencia de estar quebrantándolo.

La situación no es distinta en el caso de los animales herbívoros, ya que su falta de instinto asesino no procede de una comprensión y asunción del respeto a la vida ajena, sino de una determinada dotación fisiológica que les imposibilita o les hace innecesario matar a otros animales.

De hecho, los herbívoros pueden perfectamente quebrantar los derechos de propiedad de otros seres humanos (los estorninos o los cuervos pueden arruinar cosechas enteras), pero no podemos exigirles que cumplan con unas normas de convivencia que no pueden entender.

Resulta, por consiguiente, un completo despropósito afirmar: "La vida de cada animal debe ser respetada por igual, ya que no hay ninguna característica que poseamos los humanos que haga que nuestra vida merezca ser considerada como más importante que la de los demás animales". Es precisamente la capacidad de comprender que nuestra vida, nuestra libertad y nuestra propiedad no pueden prevalecer por la fuerza sobre la de otros seres humanos lo que nos distingue del resto del reino animal. Como digo, omitir esta característica central supone volver a una suerte de salvajismo donde el Derecho y los sujetos de derecho están completamente ausentes.

Las premisas deformadas de IA conducen a sus miembros a conclusiones tan pintorescas como que ni podemos comer animales, ni protegernos del frío con sus pieles, ni siquiera utilizarlos en investigaciones científica. Las ratas de laboratorio deberían desaparecer; en todo caso, habría que utilizar los peligrosos medicamentos preeliminares en seres humanos (que se prestaran a ello voluntariamente).

Los seres humanos deberíamos renunciar a nuestra alimentación, a nuestra vestimenta, a nuestra diversión y a nuestra salud por la arbitrariedad de un grupo de iluminados que pretende construir artificiales nuevos sujetos de derecho con seres absolutamente incapaces de comportarse como tales.

De hecho, aun olvidando todo lo anterior, los integrantes de IA demuestran un nulo conocimiento sobre el modo de vida y supervivencia de muchos de los animales cuyos derechos artificiales quieren imponer. Hemos de suponer que las jaulas de las granjas, los zoos y los circos deberían vaciarse por respeto a la libertad de los animales.

El problema es que los animales domesticados, acostumbrados a vivir de la manutención que les brinda su propietario, han olvidado por completo cómo sobrevivir a la intemperie (si es que no se trata de crías que han vivido siempre en cautividad). Su modo de sobrevivir ya no consiste en cazar otros animales, sino en esperar que un señor les entregue cada día la comida y la bebida.

Soltar a todos los animales provocaría tan sólo un caos monumental, que terminaría con la muerte de la mayoría en tan sólo unos días. Los animales carnívoros no sabrían cazar; otros, como los conejos, los pollos o los cerdos, no sabrían cómo orientarse, dónde buscar sustento silvestre (entre otras cosas, porque ni siquiera habría suficiente para todos), cómo esconderse de sus depredadores.

Los animales liberados morirían, y sus crías ni siquiera llegarían a nacer. Espectaculares resultados para los amigos de los animales. De hecho, las extinciones de especies se producen siempre entre animales sobre los que no recae derecho de propiedad alguno; tanto los elefantes como las ballenas han empezado a prosperar cuando se ha permitido que unos dueños los cuidaran y protegieran.

Una cosa es que los propietarios de los animales debamos mostrar cierta humanidad con seres que son capaces de experimentar dolor y otra muy distinta que debamos reconocer un estatus ético a seres incapaces de comprenderlo, renunciando a buena parte de nuestro modo de vida.

De nuevo, imponer libertades a los animales sólo constituiría una excusa para limitar la auténtica libertad de los seres humanos mediante la coacción estatal. Si los integrantes de la plataforma IA quieren luchar por expandir la libertad, tienen un largo camino por delante: que luchen contra la coacción estatal y a favor del libre mercado. ¡Será por falta de restricciones a la libertad individual donde elegir!

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