La incertidumbre sobre lo que pasará en Cuba cuando el hecho sucesorio se produzca –Dios no lo quiera, pero la Naturaleza es así de reaccionaria–, es la nota dominante en unos momentos en los que no se sabe siquiera si el hermano de Fidel está haciendo algo de provecho o sigue abrazado a la botella de ron intentando huir de la sombra de su Rebecca barbuda.
Los especialistas en transiciones, que pretenden dar solución al caos político cubano mediante un cambio a la española, no parecen tener en cuenta la absoluta distancia entre ambos países a la muerte de sus respectivos dictadores. España se encontraba en 1975, a pesar de la crisis del petróleo que golpeaba la economía mundial desde la guerra árabe-israelí, con un grado de desarrollo notable, tras una década de crecimiento por encima del 8% anual, gracias a los planes de estabilización y desarrollo de Navarro, Ullastres y López Rodó. Cuba, en cambio, se ha empobrecido durante el castrismo con una intensidad digna de plusmarca. En España había una clase media prácticamente hegemónica, con una renta per cápita cada vez más próxima a la de sus vecinos europeos. En Cuba la mayor parte de la población vive en la miseria sin otro horizonte vital que la mera subsistencia. En la España de la transición, aunque las libertades políticas estaban limitadas, había un grado notable de libertad civil (propiedad privada, libertad de circulación, de empresa, de establecimiento, etc.). En Cuba, el aparato represor del estado domina todos los resortes de la sociedad civil, de tal forma que el ejercicio de los derechos individuales es una mera entelequia que el sistema marxista se emplea a fondo en reprimir.
El éxito de la Transición española no cabe atribuirlo a la sagacidad de sus muñidores, por lo demás perfectamente descriptible, sino al hecho de que estaban sentadas las bases que permiten el desarrollo de sociedades democráticas. Se confirma así en la práctica, lo que los teóricos liberales venían afirmando desde finales del siglo XIX, esto es, que ningún régimen democrático puede instaurarse con éxito en sociedades en las que el estado no respeta la propiedad privada ni la libre interacción de los ciudadanos.
Pero sea cual sea la salida a esta crisis política, lo que más me preocupa es la salud mental de los progres europeos, especialmente los del "club de amigos del Malecón", ahora que el dueño del puticlub parece que está próximo a estirar la pata. ¿Y si fuera verdad lo de su afición casi patológica a los videos caseros?