La marea negra de populismos antiliberales, que tras la victoria de Evo Morales parecía imparable, se ha roto ante la firme voluntad de los colombianos de continuar por el camino marcado por Uribe: decidida lucha moral y policial contra el terrorismo, integración en la economía mundial y libertad económica.
Uribe ha sido el mejor presidente al sur de Río Grande en las últimas décadas. Ha luchado eficazmente contra la guerrilla y ha aumentado la seguridad. Ha disminuido los secuestros y ha reducido el problema de la violencia política, lo cual le hace objeto de odio sin medida de nuestra izquierda. Hace dos años el Banco Mundial señaló a Colombia como el segundo país del mundo que más había reformado su economía, lo que sumado a la mejora de la seguridad ha permitido que la inversión foránea se multiplique. En la actualidad su país crece a un 5,8 por ciento y las perspectivas son buenas. Desde 1993 tiene un sistema privado de pensiones, al que está suscrita la mitad de la población, y que con el paso del tiempo va ganando terreno al sistema público. En 1991 puso en marcha un sistema de cheque escolar que comenzó a producir una progresiva mejora del sistema educativo básico de ese país, hasta que se suspendió. Debería continuar su reformismo económico, acaso fijándose en los ejemplos de Irlanda y Estonia, con sistemas fiscales más racionales y moderados y una decidida apertura a la economía mundial, algo esto último en lo que Uribe ha mostrado una gran decisión.
Los fracasos socialistas, por una razón que, reconozco, se me escapa, no suelen servir para escarmentar en piel ajena. Pero los países que sí han cosechado éxito suelen servir de ejemplo a los vecinos. Dos casos conspicuos son la reforma de las pensiones en Chile, que se está llevando a otros países iberoamericanos, o el tipo marginal único, que está produciendo una auténtica revolución fiscal. Colombia, si se mantiene en el camino de las reformas, cosechará éxitos que inspirarán a países vecinos, como lo ha hecho también Chile.
Pero Álvaro Uribe no puede quedarse en eso. Ha de convertir el éxito de sus políticas y el apoyo de su pueblo en la oportunidad para asentar unas instituciones que frenen, al menos durante algún tiempo, los perversos efectos que un nuevo Evo Morales colombiano. Uribe ha de seguir profundizando en las reformas económicas, en la lucha sin descanso y sin resquicio para el más mínimo gesto de debilidad moral, política o policial contra el crimen, contra la guerrilla. Pero su mayor tarea es institucional. Ha de dotar a su país de los instrumentos que permitan a la sociedad colombiana reaccionar si llega al poder un salvapatrias como los que le gustan al presidente Rodríguez. No debe fagocitar al partido liberal con su enorme figura, sino utilizarla para darle un ideario, unos ideales que le mantengan vivo después de su partida. La tentación personalista puede que sea irresistible cuando las instituciones son débiles, pero debe transformar su poder en una fuerza reformista al servicio de la libertad futura de los colombianos. Hoy es él quien controla la presidencia y el 80 por ciento del Congreso. Nada asegura que en el futuro la enfermedad política del populismo contagie al pueblo colombiano, y es entonces cuando se pondrán a prueba las instituciones democráticas.