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¿Son realmente demagogos los políticos del PP?

Publicado en Libertad Digital

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El problema es que no está nada claro que los políticos del PP estén fingiendo cuando abrazan con tanto fervor las banderas ideológicas de la izquierda. Al contrario, todo parece indicar que las asumen porque están absolutamente de acuerdo con ellas. Aquí van un par de ejemplos, espigados de entre los más recientes:

– Ley de Dependencia. La secretaria sectorial del Partido Popular, Ana Pastor, dijo en su día que es una magnífica ley, y que si salió adelante fue gracias al impulso del PP. Defendía así su cuota de protagonismo en la gestación de la criatura.

Pues bien, la ley de marras es nefasta para la sociedad civil y la célula familiar: desincentiva el que los hijos cuiden de sus padres ancianos (como es su obligación); debilita los lazos familiares, pues ni los padres dependen de los hijos ni los hijos de los padres (el Estado se encarga de eso); entrega dinero a gente que no lo necesita tras habérselo arrebatado a las personas productivas; aumenta la carga fiscal del país para favorecer a un determinado grupo social sin tener en cuenta la necesidad real de los subsidios.

Tal y como está concebida, habrá muchas parejas ancianas sin elevados ingresos pero poseedoras de un patrimonio notable que recibirán un extra proveniente de un amplio sector de la sociedad (parejas jóvenes, sin trabajo estable, etc.) que, con toda seguridad, necesita ese dinero que el Estado les quita a través de los impuestos para llegar a fin de mes. Eso, por no hablar de la competencia desleal que el Estado va a hacer a las residencias privadas.

– Cambio climático. La mayor operación de propaganda montada por la izquierda mundial desde la caída del Muro de Berlín cuenta también en el PP con insignes defensores.

Juan Costa, curioso personaje, delfín de Rodrigo Rato y actualmente el principal responsable de la campaña electoral del PP para las próximas generales, incluyó el llamado cambio climático por causas antropogénicas entre los tres asuntos de mayor importancia que el PP va a incluir en su programa electoral. ¿Sabe Juan Costa que la propaganda del cambio climático se basa en datos sesgados, modelos informáticos fallidos, extrapolaciones abusivas de estudios limitados en el tiempo, conclusiones alocadas sin relación con los análisis reales y mentiras a mansalva?

Sólo la relación entre el CO2 y el calentamiento de la atmósfera (la realidad no es que con el aumento del CO2 suba la temperatura, sino que, al revés, cuando aumenta la temperatura de la atmósfera comienza a incrementarse la presencia del CO2) debería darle una pista de que le están estafando. Si consultara a los científicos más brillantes, esos que no necesitan subvenciones públicas para sobrevivir, sabría que la teoría más fiable que manejan es que la temperatura del planeta sube o baja en función de los ciclos largos de la actividad solar. Así que, a menos de que el tal Costa invente un paraguas para proteger al planeta del Sol, el clima va a seguir cambiando como lo viene haciendo desde que nació la Tierra, hace 4.500 millones de años.

Todo esto no es demagogia. Es una forma de suicidio político. Los políticos de derechas no hacen política de izquierdas con la nariz tapada para arañar votos: lo hacen porque se avergüenzan de sus ideas, de su cultura política y de su tradición filosófica; y en función de esta tara mental se suben al carro de su rival político para ver si algún día se les concede el salvoconducto de progresista.

Una cosa que se escucha a menudo entre la gente del PP es que hay que "arrebatar" a la izquierda la bandera de tal o cual reivindicación. O sea, que se trata de arrebatar banderas, no de exhibir las propias. No se dan cuenta de que, así, lo que hacen es legitimar las políticas de izquierda, en las que ellos serán siempre considerados unos advenedizos.

Por mucho que las instituciones gobernadas por la derecha subvencionen a los majaderos de ultraizquierda y su peculiar forma de entender el arte; por mucho que creen direcciones generales para el cambio climático (Murcia tiene una de reciente creación, gracias a lo cual seguramente los osos polares se ahogarán menos); por mucho que Ana Pastor se felicite por lo buenos que son la Ley de Dependencia y el cheque bebé –que, si por ella fuera, sería de 3.000 euros, en lugar de los 2.500 prometidos por Z–, tanto la financiación del artisteo como la campaña irracional para el llamado cambio climático o la subvención pura y dura a través de los impuestos que pagamos todos serán méritos que la gente otorgará siempre a la izquierda política.

No hay ninguna cuestión que el PP utilice con claros fines demagógicos, esto es, que patrocine aunque sepa que sólo servirá para ganar votos. En cambio, la izquierda sí utiliza magistralmente la demagogia. Por ejemplo, con la política económica. Las directrices económicas de todos los Gobiernos europeos de izquierda son un calco de las que tradicionalmente han defendido conservadores y liberales. Con algún matiz, si se quiere, pero estructuralmente la política económica de Solbes no difiere de la de Rodrigo Rato.

Aquí el PSOE hace demagogia a costa de las ideas del PP. Lo que sucede es que, como las ideas de la derecha que roba el PSOE son correctas y moralmente sanas, al final los socialistas salen beneficiados. El PP tiene el problema contrario: cuando copia al PSOE, está copiando ideas moralmente corruptas y socialmente dañinas para la ciudadanía media, que es la que, precisamente, vota a la derecha. De esta forma, la izquierda tiene la partida ganada desde el principio, pues su adversario juega también a su favor.

Cuando gobierna la izquierda hay una economía saneada (gracias a las ideas que copia a la derecha) y un montón de políticas disolventes de la sociedad tradicional, con las cuales se diferencia del adversario para ganar votos. Y cuando gana el PP pasa exactamente igual, pues la economía es la misma y las políticas estatistas… también (aborto, Ley de Dependencia, educación pública, seguridad social pública, subvenciones a mansalva…). O sea, que, gane quien gane, las clases medias, que son las que votan a la derecha, pierden siempre.

Sin embargo, hay infinidad de cuestiones en las que el PP podría ser revolucionario, y el mensaje lo entendería perfectamente su electorado: la racionalización de las subvenciones a los sectores improductivos (empezando por el cine español); la defensa de la propiedad privada como el principal derecho de los ciudadanos; las bajadas de impuestos; la reforma de la Seguridad Social, para que cada uno sea dueño del dinero que guarda para su jubilación; la libertad de enseñanza a través del cheque escolar (aunque haya que cerrar colegios públicos por falta de alumnos); la liberalización de los mercados cautivos (energía, telecomunicaciones…); la reforma de la Ley del Suelo, declarando todo urbanizable menos los espacios protegidos; la derogación inmediata, por motivos higiénicos, de leyes absurdas del PSOE como las relativas a la enseñanza, la universidad o la llamada memoria histórica: he aquí cuestiones sobre las que un partido conservador-liberal tendría muchas cosas que decir y hacer.

Pero no, prefieren seguir formando parte del cotarro progresista, confiando en que su defensa indudable de la unidad de la nación española y su claridad en la lucha contra el terrorismo basten como elemento diferenciador del adversario político. En el resto de asuntos, su discurso se diferencia bien poco del socialismo.

No es demagogia porque no lo hacen con voluntad de engañar. Lo hacen así porque han asumido en lo más profundo que la razón, la verdad y la moral pertenecen a la izquierda. En realidad es exactamente lo contrario, pero a ver quién les convence de ello.

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