Hoy la mayoría se aburriría con esas historias y algunos, para alcanzar esos estados de ánimo, recurren a la moderna alquimia, que convierte la molécula en felicidad. ¿Qué diría Sócrates de la España que lidera el ranking mundial en consumo de cocaína?
Seguramente le parecería igualmente inmoral. A mí también, pero me temo que prohibir lo inmoral no es lo más adecuado. Hay un hecho sorprendente de la sociedad, pero que es necesario observar. Y es que hay comportamientos que son en la gran mayoría de los casos perniciosos, pero para los que la solución más inmediata, la prohibición, crea más problemas de los que queremos solucionar. Eso ocurre con el consumo y tráfico de drogas.
Yo no me engaño, sé que con un mercado liberalizado tendríamos más drogas y de mayor calidad. Pero al menos los consumidores tendrían la garantía de las marcas: sabrían qué se están metiendo entre pecho y espalda. Y serían notablemente más baratas; nadie tendría que saltarse la ley para costeárselas.
Ocho de cada diez crímenes, grosso modo, tienen relación directa o indirecta con las drogas. Si uno pudiese acudir sin más a un comercio del ramo para alquilar unos minutos de aparente felicidad ese porcentaje caería a plomo. El poder del consumo de drogas hace inútil cualquier intento de frenarlo por medio de la prohibición. Ésta sólo lo cubre con un manto de ilegalidad que atrae, fomenta y protege todo comportamiento indeseable.
Todos los recursos de las fuerzas policiales dedicados a combatir el tráfico de drogas dejarían de crear (de forma involuntaria) un foco de criminalidad, y podrían dedicarse a los verdaderos crímenes: atentados contra la vida y la propiedad de las personas.
No hay soluciones por decreto a los problemas sociales, pero sí podemos formar personas responsables. Claro, que es un esfuerzo individual.