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Inmigrantes políticamente correctos

Publicado en Libertad Digital

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En realidad, como ya apuntara Walter Block, quienes así opinan están confundiendo liberalismo con libertinismo. El liberal sólo afirma que ningún prejuicio tiene suficiente entidad como para justificar la iniciación de la fuerza, pero, a diferencia del libertino, no pretende que el individuo se ajuste a ningún patrón moral.

La diferencia es importante, porque permite que nos demos cuenta inmediatamente de que pueden existir liberales libertinos, pero también liberales no libertinos y, sobre todo, libertinos no liberales.

El Gobierno holandés nos ofreció en estos últimos días un clamoroso ejemplo de cómo se puede ser libertino y antiliberal, esto es, de cómo utilizar el pretexto de la demolición de los prejuicios puede utilizarse para maniatar la libertad. En concreto, los extranjeros que pretendan establecerse en el país tendrán que superar un "test de tolerancia"; se pretende comprobar que los inmigrantes están preparados para interiorizar las "actitudes liberales" (sic) del pueblo holandés.

El examen pretende medir la reacción del espectador ante diversas imágenes, como una mujer en topless o dos hombres besándose; si el individuo no es capaz de soportar el video, o simplemente le desagrada, no podrá residir en Holanda.

El Estado aprovecha cualquier resorte para expandir su poder tiránico. En este caso, el estandarte de la tolerancia y el libertinismo se emplea para implantar supervisiones ideológicas en las fronteras que impermeabilicen a la sociedad holandesa de individuos que piensen por sí mismos y no por delegación regia.

¿Por qué un individuo no puede abochornarse al ver a una mujer desnuda o a dos hombres besándose? ¿Acaso una mente tan "cerrada" atenta contra la libertad o la integridad de los holandeses? No. Todos los individuos tienen su cabida en una sociedad libre mientras no inicien la agresión contra el prójimo, esto es, mientras no violen su libertad y su propiedad.

Sin embargo, el Estado holandés no se contenta con el monopolio policial y judicial: está dispuesto a enjuiciar incluso las ideas mediante la instauración de un control político de los pensamientos y los valores. Lo cierto es que la sola imagen de un individuo sometido a una sucesión de videos por parte del Gobierno debería evocarnos la imagen del más deplorable adoctrinamiento totalitario.

En este caso, pues, el libertinismo se utiliza como ariete contra el liberalismo; en manos del Estado, las actitudes "abiertas" y libertinas se convierten en una apisonadora moral, en un absolutismo fascistoide.

Una cosa es no perseguir las opiniones, y otra muy distinta imponerlas. La libertad no consiste en determinar la elección, sino en permitirla. De hecho, cuando se determina la elección se elimina la libertad. Cuando se imponen ciertas actitudes morales se elimina la libertad, por muy dignas y respetables que esas actitudes pudieran parecernos.

Pero no deberíamos olvidar que la confusión entre liberalismo y libertinismo sirve al Estado holandés no sólo para buscar una homogeneidad moral interna que le permita controlar a las masas con mayor facilidad, también, y especialmente, para establecer nuevas restricciones a la libertad de movimientos.

Desde siempre, la inmigración ha representado un problema insalvable para el imperium estatal. La teoría constitucional edifica la legitimidad del Estado sobre un trípode compuesto por el territorio, la población y la soberanía. En principio, estos tres conceptos están fuertemente interrelacionados: el territorio limita el concepto de población (británico es aquel individuo que vive en las Islas Británicas), la población es el origen último de la soberanía, y ésta se extiende sobre todo el territorio. El problema surge cuando las poblaciones dejan de estar quietas y se desplazan por todo el mundo, esto es, cuando la globalización entra escena.

Cuando la población deja de estar ligada a un territorio, el trípode se tambalea. Ya no puede hablarse en puridad de una masa ciudadana asentada de por vida en un territorio ni, por tanto, de una soberanía estatal que brota de esa masa; la colectividad inmanente deja de ser el punto de referencia y su lugar lo ocupa el individuo, y la sociedad como fruto de los contratos y acuerdos voluntarios. La ubicación de las partes pasa a ser un elemento secundario en las relaciones de poder; el imperium del poder político se difumina, sustituido por la soberanía del propietario.

No es casualidad que el siglo XIX se caracterizase por un intenso progreso económico, una notable libertad individual y una libertad migratoria y comercial sin precedentes. Tampoco es casualidad que el XX se haya definido por el totalitarismo, el militarismo y el proteccionismo.

El Estado sabe que su omnipotencia peligra cuando no puede controlar quién entra y quién sale de "sus" fronteras, esto es, cuando no controla qué ideas entran y salen.

Las ideas peligrosas, los individuos incómodos no pueden tener cabida en el seno de una estructura política que pretenda perpetuar su coacción. De ahí que, aparte de restringir la libertad de movimientos, los Estados nacionalizaran en su momento los servicios postales y hoy traten por todos los medios de regular internet.

Es necesario profundizar en la globalización para que las relaciones voluntarias, el orden espontáneo internacional y el capitalismo superen a los Estados y demuestren su absoluta inutilidad. La globalización es el principal adversario del intervencionismo y del socialismo.

El Gobierno holandés lo sabe, por eso está implantando un Estado policial que vigila las ideas de sus ciudadanos; el objetivo: instaurar una moral única en nombre del libertinismo. Primero han llegado los controles del "enemigo exterior", luego vendrán las purgas internas. Una vez el talibanismo estatista se ha desbocado, sólo su colapso puede detenerlo.

La sociedad no necesita de más controles ni de un adoctrinamiento más intenso. Demos una oportunidad a la libertad, esto es, a la elección pacífica de los individuos; también cuando su moral no nos agrade.

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