Níger se muere por inanición. Las cifras bailan, como el hambre en ese país, pero el número de malnutridos se cuenta por millones. Nuestros hogares sientan a un pobre en su mesa, vía televisión, con el mismo aspecto que el niño esquelético y barrigudo de la Etiopía de los 80’. La hambruna simplemente acaece. Salta de los poblados africanos a los teletipos mundiales sin que sepamos de dónde viene. Lo más que nos llega es alguna mención sobre cómo los agentes del capitalismo FMI y Banco Mundial han impuesto reformas pro-mercado que han llevado al país a dicha situación. Pero realmente, ¿qué ha pasado?
Níger es miembro de un selecto club, el de los 38 países fuertemente endeudados con el exterior, y que de media han caído en renta per cápita un 25 por ciento. Níger supera esa cifra, y de 1980 a 2000 ha logrado que su producción anual caiga un 35 por ciento. Eran las mismas dos décadas en las que varios países del este de Asia decidieron no seguir el camino de la ayuda exterior y sí el de la apertura de sus productos al exterior. Estos países se han volcado hacia el capitalismo global y no solo no han vivido ningún episodio de hambre generalizada, sino que, de producciones per cápita no muy superiores a la de Níger u otros pueblos africanos, han pasado a integrarse en el primer mundo. Níger, como muchos vecinos, ha seguido la senda de los créditos del FMI y el BM, de las ayudas bilaterales de los países ricos, todo ello aderezado de regulaciones y socialismo. La receta ideal para extender la pobreza. Níger es solo un éxito más del socialismo.
La situación llegó a tal extremo, que los dirigentes iniciaron ciertas reformas en 2000. Pero, como explica Milton Friedman, la tiranía del statu quo todo lo puede. Los cambios no han logrado hacer del Níger una economía basada en un Estado de Derecho y abierta al exterior. Por el contrario, la sociedad de ese país sigue a merced de las ocurrencias de burócratas y políticos. Solo tenemos que seguir lo ocurrido de un año a esta parte.
En agosto de 2004, en lugar de empaparse de lluvias, como cada año, el país se queda mirando al cielo, sin respuesta. Muchas plantaciones se arruinan. La mayoría de los cultivos que han logrado salvar la sequía sucumben en los meses siguientes a la peor plaga de langosta en 15 años. El octubre la situación se revela con toda su crudeza y la comida no llega para más de tres millones de personas. El agro de Níger es uno de los menos capitalistas del mundo: tienen diez tractores por cada millón de habitantes y están a la cola en consumo de fertilizantes. Por tanto, es muy poco productivo y cualquier problema reduce la producción extraída de la tierra a la nada.
Todo ello no sería un desastre en una economía libre. Subirían los precios de los productos agrícolas, que atraerían la producción vecina y alentarían la propia. Pero el gobierno decidió en febrero de este año vender cereales a un precio por debajo del mercado, apoyado por el Programa Mundial de Alimentos. Estas ayudas atienden las necesidades básicas inmediatas, pero arruinan lo que reste de producción agrícola local. De nada sirven los créditos públicos a los agricultores, dictados por el gobierno este junio. Si el Estado acaba de arruinar los precios, el granjero no tiene la seguridad de que su producción no se arruinará una vez más. Ahora, Naciones Unidas se compromete a alimentar, ella sola, a dos millones y medio de personas.
En resumen, una economía asfixiada por las regulaciones y el socialismo se arruina definitivamente por la coincidencia de dos catástrofes naturales, la sequía y la langosta. La respuesta a la situación no se busca en el mercado, sino en más arbitrismo gubernamental, para acabar dependiendo de un organismo público exterior. Es el camino más seguro hacia las hambres generalizadas, como la que ahora padece Níger.