Hubo algo llamado “milagro económico alemán”. El país estaba arruinado por la economía de guerra y el socialismo. Y por la propia guerra. Alguna de sus ciudades conservaban poco más que el nombre y la parte de Alemania no entregada vergonzosamente al totalitarismo deseaba recuperarse moral y económicamente. En 1949, a la edad de setenta años, Konrad Adenauer logró ambas. Con las directrices económicas de Ludwig Erhard, respaldado por un grupo de economistas que constituían lo que se conoce como ordoliberalismo y entre los que podemos destacar a Wilhem Röpke, Walter Euken y Alfred Müller-Armack, Erhard simplemente devolvió el peso de las decisiones económicas sobre los hombros de los ciudadanos. Restituyó el sistema monetario e instauró una economía de mercado. De este modo Alemania pasó de tener más del 60% de la industria destruida a ser una primera potencia industrial. Eran otros tiempos, porque a partir de los 60 el germano se convertiría en líder de lo que luego se ha llamado el “modelo europeo”. Es decir, la socialización, la decadencia, el desempleo.
Hoy, cuando oímos hablar de la economía alemana no son los éxitos lo que se destaca en su descripción, sino sus fracasos. El número de desempleados supera ya los 5,2 millones de personas, el 12,5% de la población activa. Nunca tantos alemanes han estado sin empleo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Alemania ha tenido la peor tasa de crecimiento de Europa por casi una década, y las previsiones para este año rondan el punto porcentual. El resto de Europa no tiene mucho de qué presumir. Francia alcanza ya el 10% de paro, con 2,72 millones de franceses sin poder hacer aportaciones a la riqueza por medio de su trabajo. Estos datos son la cara de la expresión “justicia social”.
Francia y Alemania representan como pocos el “modelo europeo”, que es como se llama con no oculta voluntad totalitaria al socialismo que prevalece en nuestro continente, frente al liberalismo que subsiste en los Estados Unidos. Se habla de modelo europeo como si en Europa no hubiera habido otro o como si no se pudiera cambiar. Como si los europeos no valiéramos para actuar en libertad y necesitáramos del amparo, es decir del estrangulamiento, del Estado. Esta totalitaria pretensión no casa ni con la historia de esos dos países ni con la realidad de hoy. Gran Bretaña mantiene el modelo conseguido por Margaret Thatcher. No digamos Irlanda, que es uno de los países más liberales del mundo, lo que le ha permitido superar en renta per cápita a Francia o Alemania, cuando en el momento de entrar España en la CEE era su miembro más pobre. Estonia es aún más liberal y sus resultados son también espectaculares.
El fracaso, cada vez más visible, del modelo europeo, no impide a sus valedores a ofrecerlo como alternativa al que prevalece en los Estados Unidos, un país que es más rico, crece más, y crea más empleo. Un reciente estudio realizado por el Think Tank sueco Timbro revelaba datos muy significativos. Si la economía estadounidense se hubiera congelado en el año 2000, Irlanda tendría que esperar a este 2005 para alcanzar a los Estados Unidos en renta real per cápita, con su actual nivel de crecimiento. Y hablamos de la economía europea que más ha avanzado en los últimos años. La espera se tendría que hacer más larga para el resto de las economías europeas ya que tendría que prolongarse hasta 2007 para Suiza, 2008 para Gran Bretaña, 2013 para Dinamarca o 2015 para España, con los actuales niveles de crecimiento. Desde los medios europeos, acostumbrados a mentir hasta el paroxismo sobre la situación social en Europa y en los Estados Unidos, se nos hace creer que la situación allí es mucho peor que aquí. Es todo lo contrario. A excepción de Luxemburgo, todos los Estados Europeos quedarían entre los cuatro estados más pobres de USA, o por debajo de ellos. Y sin embargo somos nosotros quienes miramos por encima del hombro a los Estados Unidos.
No corren buenos tiempos para el mal llamado modelo europeo. Las cosas no van por ahí, precisamente, ya que los propios Estados Unidos están en un proceso de profundización del liberalismo económico que puede llevar a sustituir lo que les queda de Estado Providencia por soluciones que surjan de la libre elección de sus ciudadanos, con la Seguridad Social como estandarte. Nosotros tendremos que cambiar. Y lo acabaremos haciendo.