Tsipras tal vez no vale para lo que los griegos le eligieron, pero es la persona idónea para el fin con el que el partido le puso ahí.
Decía Lenin que cuanto peor, mejor. Cuanta más angustia se inflija al populacho más indefenso quedará y más rogará por soluciones mágicas e inmediatas, por Gobiernos duros, propaganda y gestos de falsa épica. Llegado un punto, de hecho, ni siquiera pedirá solución alguna, se resignará a todo lo malo que le ha caído en suerte y creerá lo que quiera creer. El socialismo siempre se vale de la pobreza, la necesita para conseguir su fin último de amarrar a la dirección del partido en la cúpula del Estado. Esta lección teórica, que tantas veces se ha puesto en práctica, es la que están padeciendo los griegos desde hace una semana. Su Gobierno los está utilizando como conejillos de Indias para forzar a la Unión Europea a concederles un préstamo de urgencia que les permita seguir gastando durante unos meses más. Luego vuelta a empezar.
A Tsipras no le preocupan los griegos, le son útiles en tanto tienen cara, ojos, boca y sienten, como cualquier ser humano, la punzada de la adversidad. Eso les hace más dóciles y, sobre todo, permite vender sus miserias en el extranjero si antes se ha sabido encontrar al chivo expiatorio adecuado. La miseria ya la tienen, el chivo es el villano imaginario levantado sobre una pedestre germanofobia y sobre el odio cartaginés a la banca que tan buenos réditos ha dado al perroflautaje europeo durante la crisis. Esto es en esencia a lo que vienen jugando los Castro en Cuba desde hace más de medio siglo o lo que los chavistas han practicado con gran éxito en Venezuela durante los últimos quince años. La podredumbre es rentable en términos políticos si se sabe como explotar. A estas alturas engañarse sería inútil, Alexis Tsipras es comunista desde los 16 años y no consta que haya dejado de serlo, conoce a la perfección las técnicas de asalto y conservación del poder. Y en eso está ahora mismo.
Nada ha sido casual en estos cinco primeros meses de Gobierno de la izquierda radical, que eso mismo es lo que significa el acrónimo Syriza. Fueron ganando tiempo hasta consumar la ruptura total de las negociaciones haciéndola coincidir con el vencimiento de deuda del 30 de junio. A partir de este Rubicón revolucionario Tsipras podía ya considerarse dueño y señor absoluto del país sin temor a que nada ni nadie le pueda desalojar en los próximos años.
Si en el referéndum de mañana sale que sí a las condiciones que hasta la semana pasada le exigían las instituciones no tendrá más que acudir a Bruselas, alargar la mano y volver a gastar el dinero ajeno. Al siguiente vencimiento amenazará con volverla a armar y asunto resuelto. ¿Dimitir? Por favor, seamos adultos, ¿desde cuando un comunista ha dejado la poltrona una vez la ha alcanzado? Tras el temporal de estos días el viento amainaría y tendríamos por delante otro semestre de despilfarro. Ni un solo ajuste, ni una sola promesa cumplida. Podría incluso darse el gusto de pegar una buena subida de impuestos a los “ricos” locales de esas que adoran los socialistas de todo tiempo y lugar.
Si sale que no, que también puede ser, lejos de tener que comerse el órdago refrendaría en las urnas sus alucinaciones ideológicas. Podría liarse la manta a la cabeza, sacar en caliente a Grecia del euro, reinstaurar el dracma con una devaluación abracadabrante y proceder a la nacionalización forzosa de una parte considerable de la economía griega. A los que dicen que eso en Europa no puede suceder me permito recordarles las masacres de los Balcanes de no hace tanto tiempo, perpetradas con absoluta impunidad a no demasiados kilómetros de la frontera austriaca.
De cualquier cosa mala que pasase en Grecia desde ese momento en adelante –y serían muchas– la culpa la tendría Alemania y el Banco Central Europeo, el FMI, la Comisión y el sursuncorda si fuera preciso. Y aquí, a este lado del continente, sobrarían los apoyos y solidaridades para esa versión delirante. Se constituirían comités de ayuda al Gobierno griego, se harían colectas y nuestra izquierda, que es como la griega porque la malicia no sabe de naciones pero sí de ideas, haría de una Grecia arruinada y servil su nuevo país de promisión. Tsipras tal vez no vale para lo que los griegos le eligieron, pero es la persona idónea para el fin con el que el partido le puso ahí.