Quienes tratamos de mantener la independencia y criticar lo que nos parece, sin mirar si favorecemos a éste o a aquel, sino simplemente denunciamos, lo teneos fatal
A menos de dos meses para las próximas elecciones generales, el debate político ha llegado a la misma esquina de siempre: conmigo o contra mí. Para una persona que no ha votado nunca eso significa que siempre se me encasilla en el grupo “contra mí”. Pero esa situación tiene sus ventajas, se ven mejor las verdaderas caras de unos y otros tras la máscara.
Cuando das la razón a un fan de un partido político determinado tienes que aguantar que los demás te lancen dardos, incluyendo la serie “y tú más” al completo. Pero también aparecen los que inmediatamente asumen que tu también eres fan y te sueltan toda la verborrea propia de groupies políticos.
Tópicos políticos
El signo invisible tatuado en el alma política de nuestros dirigentes es el de la previsibilidad. No merece la pena detenerse a escudriñar los programas electorales, las reformas anunciadas, las medidas para prevenir todos los males que se oyen y se leen. Se trata de las propuestas que los electores necesitan para poder seguir votando y eludir la frustración y el vacío que les supone abstenerse. Y no es que yo sienta ambas cosas en mis carnes cuando convocatoria tras convocatoria no acudo a las urnas. Yo no me siento culpable. Al revés, defiendo y propongo la abstención masiva. Pero muchos conciudadanos, la gran mayoría, están en desacuerdo. Les han convencido de que si no vas a votar no eres demócrata, si votas decides mucho más de lo que luego sucede, y si no cumples con tu deber ciudadano, pues no te quejes. Como si votar en cualquier sistema y de cualquier manera fuera la única forma de intentar cambiar las cosas.
Así que los políticos, que se tienen muy aprendida la lección, presentan una lista equivalente a la carta a los Reyes Magos para que los españoles tengan alguna excusa para acercarse al colegio electoral. Lo peor es que, en bastantes ocasiones, sería preferible que mintieran y no tuvieran ninguna intención de hacer lo prometido en el programa electoral.
La otra “marca de la casa” de nuestros políticos es la falta de liderazgo. Todos ellos creen que tienen carisma, o si no lo creen hacen como que lo creen. Pero, sinceramente, no veo ningún Churchill por estos lares. Ni Mariano Rajoy ni Esperanza Aguirre han sabido mantener el Partido Popular firme, ni Pedro Sánchez ni Antonio Miguel Carmona han hecho lo propio con el PSOE. Pablo Iglesias es un líder de juguete en comparación con los grandes estadistas, Albert Rivera lo mismo, Rosa Díez se cargó con su liderazgo el futuro de su partido UPyD… y así todo.
Afirmaciones como: “Que nadie nos espere en las descalificaciones. Propuestas frente a las amenazas, y soluciones frente al discurso del miedo del PP” de Pedro Sánchez en Twitter son tan comunes como mentirosas. Igual que nadie reconoce abiertamente que ha habido corrupción en su partido, tampoco nadie tiene el valor de reconocer que en campaña electoral todos van a comportarse como rufianes con todo el que se les ponga por delante, incluidos los políticos de su propio partido.
El triste papel de “los otros”
En esta situación, quienes tratamos de mantener la independencia y criticar lo que nos parece, sin mirar si favorecemos a éste o a aquel, sino simplemente denunciamos, lo tenemos fatal. Por la misma razón que cuando critico a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena me acusan de defender a Rodrigo Rato, ahora me llaman propagandista porque le critico su uso sesgado de las palabras de un ministro del PP. Como si yo fuera del PP. Horas antes, retuiteo una crítica al PP por un seguidor de Podemos y se me lanzan a coleguear los fans de Coleta Morada.
Pero si hay algo peor que eso es que condenen y deseen a uno volver a la Edad Media o emigrar a un país islámico (para probar en mis carnes lo que es no tener democracia), simplemente por criticar el sistema electoral español, es decir, por cuestionar la totalidad. Si cuestionas las listas cerradas, el que los partidos pequeños tengan más piedras en el camino, etc., y no te acercas a votar, si no tragas con ruedas de molino, no tienes perdón. Mucho mejor criticar lo mismo que yo y argumentar que con dolor, tapándose uno la nariz, hay que votar el mal menor, el que robe menos o el que robe más disimuladamente. Todo por el bien de todos, por cumplir con la democracia, o como dirían Les Luthiers, Todo Porque Rías.