Lo que se conseguiría es que hubiera menos sucursales bancarias, menos empleo en la banca y más dificultades para las personas más pobres y más débiles de la sociedad, que no tienen acceso a la banca por internet.
En una publicación llamada Lucha de Clases de la «Corriente marxista internacional» no cabe esperar una defensa apasionada de la libertad de los ciudadanos. Pero como ahora esos extremistas tienen la posibilidad de tener más poder que nunca en la España democrática, y pasar de ser desopilantes a devastadores, me interesó leer sus propuestas, más allá de la escalofriante retórica política simplista y sectaria característica del marxismo.
Lógicamente, la prioridad es subir el gasto público, sin límite preciso, pero claramente superior al actual, es decir, aspiran a que la coacción supere en términos de PIB el 50%. Ahora bien, con aire de quien tiene todo controlado y no va a permitir que le acusen de frívolo por reclamar más gasto sin determinar cómo lo va a financiar, lo aclara así Lucha de Clases:
Para conseguir recursos habría que elevar los impuestos a las sucursales bancarias y las grandes empresas.
Los disparates intervencionistas son muchos, y la pretensión totalitaria diáfana, pero aquí sólo me concentraré en esas notables propuestas económicas. Empecemos por lo de las grandes empresas.
Los viejos del lugar recordamos que Marcelino Camacho siempre despotricaba contra el «gran capital», lo que es una distorsión del marxismo, que sostiene que la plusvalía la crea el proletario y se la apropia el capitalista, independientemente de si su empresa tiene un trabajador o un millón.
Que estos radicales de izquierda propongan ahora castigar a las grandes empresas es demagógico y busca engañar sugiriendo que con ellos las pequeñas y medianas empresas estarán a salvo de las usurpaciones fiscales. Esto es imposible, por dos razones. En primer lugar, porque el gasto público no se puede financiar castigando a las grandes empresas, como tampoco puede financiarse castigando a los ricos: incluso aunque todos los grandes empresarios y todos los millonarios fueran expropiados por completo, no alcanzaría. Y en segundo lugar, evidentemente, esta alternativa que acabamos de sugerir es inconcebible, porque la imposición, como toda persecución, genera reacciones: nunca se puede acabar de un plumazo con todas las grandes empresas y grandes fortunas, porque los ricos serán ricos pero no son imbéciles, y ya se ocuparán de poner su dinero a buen recaudo, en la medida de sus posibilidades.
Esta idea, la noción elemental de que el poder no puede hacer lo que quiera sin consecuencias, se aplica también a la otra propuesta de esta«corriente marxista internacional», que, repito, es tanto menos ridícula y tanto más peligrosa cuanto más cerca estén estos bárbaros del poder político y legislativo.
Resulta que quieren subir los impuestos a las sucursales bancarias. No recuerdo haber visto antes esta recomendación. Es bien sabido que la propaganda antiliberal se ceba en los bancos (salvo en los centrales, claro), y siempre existe la fantasía de que el paraíso está en la otra esquina, como diría Vargas Llosa, si se expropia a la odiosa banca. Por supuesto que es un despropósito, pero estos genios le dan una vuelta de tuerca más: no quieren simplemente castigar a la banca sino específicamente a las sucursales. ¿Y qué cosa creerán que va a suceder a continuación?
Podrían preguntar a los artistas, gente muy comunista como ellos, pero que acaban de enterarse, gracias al IVA cultural, de qué pasa cuando se suben los impuestos sobre una actividad: esa actividad disminuye. En otras palabras, lo que se conseguiría es que hubiera menos sucursales bancarias –es decir, incluso menos que ahora, que ya se están cerrando bastantes–, menos empleo en la banca y más dificultades para las personas más pobres y más débiles de la sociedad, que no tienen acceso a la banca por internet.