Las revoluciones, las guerras civiles y todas las tragedias de ese tipo las provocan señoritos fanatizados sí, pero las perpetran jóvenes desarrapados que poco o nada tienen que perder en el envite.
España no tendrá Gobierno, o al menos Gobierno propiamente dicho, pero de políticos politiqueando anda sobrado. No recuerdo unos años tan hiperpolitizados desde que tengo uso de razón. La cosa viene del angustioso 2013, cuando, en lo más profundo de la crisis, los profesores de políticas que luego fundaron Podemos empezaron a menudear por las teles, primero las pequeñas y luego los grandes canales nacionales. Ojo, que la culpa no es solo suya, Iglesias & Co. se aprovecharon de la aversión que el PP y sus terminales mediáticos le tuvieron siempre a las ideas. El telespectador español era, en cierto modo, un campo inculto –pero bien abonado tras décadas de adoctrinamiento progre en modo suave– para recibir la siembra de mantras que ahora media España echa por la boca contra la otra media. El hecho es que, sin darnos cuenta, nos hemos metido de lleno en un nuevo mesianismo encarnado en los jóvenes diputados podemitas. O se está con ellos o contra ellos, no hay término medio.
No tengo la más mínima duda de que esa era la voluntad de los líderes de Podemos. Por sus tuits y sus vídeos de la época los conoceréis más íntimamente. Sabían que solo crispando el ambiente para trazar a continuación un maniqueo retrato de la situación podrían ocupar su puesto al sol de los presupuestos. En una democracia aburrida, de mero turno, que estaba más o menos consolidada era una apuesta arriesgada, pero lo consiguieron y ahí están ahora, de árbitros del partido que tanto les da que se forme Gobierno como que se repitan las elecciones: ellos ganarán en cualquiera de los dos escenarios. No sé cuánto recorrido le queda por delante a Podemos, lo que si sé es que están en su momento más dulce. Apenas se les puede culpar de estropicios –aunque algunos van acumulando a asombrosa velocidad en sus feudos municipales– pero, en cambio, ellos pueden cargar en los hombros del contrario las desgracias reales o inventadas de los últimos cuarenta años. A partir de aquí será todo cuesta arriba.
Eso también lo saben y hasta disponen de manualillo al efecto. Mauricio Valiente, concejal carmenita, acusaba el otro día a la oposición de practicar una estrategia “golpista”. ¿Caracas? No, Madrid. Sirva la confesión de parte de Valiente como pistoletazo de salida de lo que nos aguarda. A partir de este momento cualquier crítica será considerada como un ataque a las bases mismas de la legitimidad, manifestaciones callejeras incluidas, por supuesto. Los de Iglesias no van a dar su brazo a torcer jamás. Esto es algo que desde el PP, Ciudadanos y el PSOE deberían tener en cuenta desde ya mismo. Es más, el PSOE debería revisar esa tendencia que anida en él de considerar que no hay enemigo a la izquierda. Claro que lo hay, un enemigo que para el PSOE será letal de necesidad.
La misma concepción de Podemos como movimiento transversal implica que los que no están en él o con él es que están quietos, es que se oponen al cambio, entendido éste por ellos mismos y su absoluta mismidad. Las referencias continuas a la revolución francesa tampoco son casuales. Saint-Just que, como Pablo Iglesias creía firmemente que la guillotina era la madre de la democracia, era gráfico al respecto: “en tiempos de cambio, lo que no es nuevo es pernicioso”. Por cierto, Saint-Just, más conocido como el “Arcángel del Terror”, sucumbió a su propia creación. Su cabeza rodó junto a la de su maestro Robespierre después de que sus antiguos conmilitones les diesen caza. Los revolucionarios profesionales prefieren omitir esa parte tan poco heroica de su biografía.
En estos tiempos de cambio lo antiguo, y por antiguo hay que entender todo lo que ellos no traen, tiene que ser extirpado. Para tan noble cometido hace falta algo más que simples militantes, se necesitan apóstoles dispuestos a inmolarse por la causa trazando todos los cordones sanitarios que la situación exija. Poco importa que el comunismo podemita sea ya de por sí algo viejuno, no olvide que los equipos, las reglas de juego y hasta el campo los han creado ellos. Por ahora la cosa no ha pasado de Internet, campo de batalla ideológico de nuestro tiempo. Pronto saltará a la calle, y de ahí a la vida cotidiana. También podría suceder, como muchos auguran, que esta hornada de salvapatrias termine fagocitada por las muchas sinecuras que trae aparejadas la cercanía del poder, se civilicen y acaben sus días canos, orondos y satisfechos al estilo de Felipe González o Javier Solana. Es posible pero poco probable. Han creado tanta expectativa, han prometido y anticipado tanto el paraíso que, cuando éste no comparezca, no les quedará otra que huir hacia delante. Y esto solo se puede hacer de una manera, acusando a los otros de todos los males, de los pasados pero también de los presentes. ¿O acaso Castro no lleva la friolera de sesenta años gobernando contra Batista?, ¿y qué me dice de los chavistas y su fijación con partidos y políticos desaparecidos hace ya tres lustros? Cuando no tengan al PP de cuerpo presente crearán un nuevo monstruito que irá mutando en función de sus necesidades.
Tenemos, eso sí, una ventaja fundamental que, como sociedad, haríamos bien en poner a jugar a nuestro favor. España es un país de clase media poblado por gente de cuarenta para arriba. Eso, al menos a mi juicio, es una garantía. Las revoluciones, las guerras civiles y todas las tragedias de ese tipo las provocan señoritos fanatizados sí, pero las perpetran jóvenes desarrapados que poco o nada tienen que perder en el envite y mucho que ganar si salen victoriosos. En España, por suerte, no existe ese ejército de reserva de sans-culottes dispuestos a abrir en canal al vecino por asuntos políticos. A estas alturas, y mientras conservadores, liberales y socialdemócratas no se tomen la amenaza en serio, esta es nuestra principal y casi única esperanza.