Lo que quiere el feminismo de género es poder emplear de escaparate la lucha por la igualdad para poder seguir diciendo por detrás que hay que meter a los hombres en campos de concentración.
Cuando alguien intenta analizar con un mínimo de sentido crítico el feminismo actual, una respuesta frecuente consiste en enviar al pobre crítico a leerse el diccionario, como si todo el conocimiento humano pudiera contenerse en una breve definición de una frase. Así, a quienes observamos que buena parte del feminismo ha derivado en victimismo, doble rasero y discriminación y odio contra el hombre se nos dice que no, que simplemente es la «ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres», que es lo que dice la RAE. Y, por tanto, si estás en contra del feminismo estás en contra de la igualdad de derechos.
Aunque no se lo crean, eso lo dicen los mismos que un cuarto de hora antes te decían lo justa y necesaria que es la discriminación positiva, ya sea en forma de cuotas o de diferente trato penal en función de lo que tengas entre las piernas. Y que un cuarto de hora después argumentan que, por ejemplo, los teleñecos son de un machismo recalcitrante, obviando que, si fueran coherentes, deberían limitarse a llamar machismo a la «actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres», que es la definición del diccionario.
La penúltima salida de pata de banco de este feminismo de diccionario ha sido la petición de retirada a la editorial Santillana de un libro de texto que ya no edita porque contenía la ocurrencia de querer explicar con un mínimo de profundidad las distintas corrientes feministas surgidas desde los años 70, desde la radical de Lidia Falcón o Beatriz Gimeno hasta el feminismo individualista de Christina Hoff Sommers, Wendy McElroy o Camille Paglia. Ha causado, al parecer, especial escándalo el reconocimiento de que existe una variante del feminismo radical de género que considera el lesbianismo la única opción sexual compatible con la liberación de la mujer. Pero no hay más que leer a la diputada podemita Gimeno para darse cuenta de que esa corriente existe, y asomarse un poco al feminismo norteamericano para saber hasta qué punto está extendida.
Limitarse al diccionario para definir cualquier ideología es ridículo, porque al final el movimiento se demuestra andando. Naturalmente que en su origen el feminismo luchaba por la igualdad entre hombres y mujeres. Pero han sido los propios feministas quienes con sus palabras y actos a lo largo de los últimos años y décadas han ido cambiado el significado del feminismo, demostrando a cada paso que no buscan la igualdad sino tratar a los hombres como el enemigo. Por eso la inmensa mayoría de la gente es favorable a la igualdad pero muchos menos se consideran feministas. Por eso el feminismo se ha ido convirtiendo en una palabra sucia aunque todos admiremos a Campoamor.
Al final, lo que quiere el feminismo de género es poder emplear de escaparate la lucha por la igualdad, que es una causa bonita y compartida por todos, para poder seguir diciendo por detrás que hay que meter a los hombres en campos de concentración y que denunciar que también hay hombres maltratados es machista. Y aunque puedan mantener la ficción en buena parte de la opinión publicada, la universidad y la administración, fuera de ella hace ya muchos años que no cuela. Pero claro, para facturar les basta.