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El camino voluntario a la distopía orwelliana

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¿Queremos cocinar? Llamamos para que nos traigan los instrumentos necesarios, como cocinas o neveras.

El pasado lunes, 9 de abril, el CEO de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, recogía en un tuit un artículo escrito para el World Economic Forum, con estas palabras: “Bienvenidos a 2030: No poseo nada, no tengo privacidad, y la vida nunca ha sido mejor. WEF”. El texto original está en inglés, pero es eso lo que dice.

El artículo forma parte del Encuentro Anual de los Consejos para el Futuro Global, un punto de encuentro de 700 personas que comparten ideas, siempre desde esas dos claves: Futuro y global. Se titula como el texto que reproduce Álvarez-Pallete: Welcome to 2030: I own nothing, have no privacy, and life has never been better. Y está escrito por Ida Auken, una parlamentaria del Partido Social Liberal Danés.

Auken plantea una situación posible, si describimos de forma razonable algunas de las tendencias de la tecnología. Sólo hay que seguir las pistas que ésta nos deja, y levantar la mirada década y media.

Bien, no todo es razonable. O al menos no todo es pura tecnología, también hay presupuestos políticos. Porque nos dice la político danesa que entonces las comunicaciones digitales y la energía verde serán gratis. Si un bien escaso es gratis para sus consumidores, es porque alguien lo paga. Pero ¿quién lo paga? Esto queda implícito en el artículo.

En parte lo pagará el Estado; sobre todo la energía. Es decir, que lo pagaremos nosotros, pero sin vinculación con el uso de la energía, sino en función de nuestra relación de explotados fiscalmente por el Estado. Pero digo en parte. ¿Por qué no todo? Porque, el artículo nos lo dice, habremos entregado nuestra privacidad. Todo se sabrá de nosotros. Nuestra radiografía digital (el concepto de huella se queda corto), tiene un enorme valor para las empresas. Para el Estado también, que lo sabrá todo de nosotros, y podrá calcular cuánto se queda y cuánto nos deja para vivir; lo suficiente para que estemos contentos, pero no tanto como para que seamos independientes.

Porque no se trata de que seamos independientes, sino de que seamos felices. Felices con una situación, nos lo advierte el título, en la que no poseemos nada: “No poseo nada. No tengo coche. No tengo casa. No tengo electrodomésticos, ni ropa”. Nada; ya nos lo ha dicho. El coche automático necesita años para madurar hasta el nivel 5 de autonomía, que un experto ha definido como que dejas a tu hijo en el vehículo para que lo lleve al colegio. Pero las previsiones apuntan a que llegará algún año antes de ese 2030.

Cuando así sea, poseer un coche para ir a la ciudad tendrá menos sentido que alquilarlo por uso. Los coches dejarán de estar el 95 por ciento aparcados, como ahora. No habrá que aparcar. Unos toques en el móvil, y el vehículo te recoge donde estés y te deja donde quieras. Los atascos, la contaminación, no habrán desaparecido, pero serán mucho menores.

Viviremos, nos dice la autora, en una habitación que no será nuestra. La habitación conocerá nuestra ausencia, y advertirá a otros de que pueden utilizarla. ¿Queremos cocinar? Llamamos para que nos traigan los instrumentos necesarios, como cocinas o neveras. Ya se los llevarán cuando haya terminado. Pero ¿para qué cocinar, si nos traerán la comida que deseemos al momento? Desaparecen los bienes; son todo servicios. Desaparecen las compras; son todo contrataciones, suscripciones y alquileres. Todo lo que hacemos queda registrado, archivado y analizado. Ni siquiera tengo por qué hacer el esfuerzo de elegir los servicios que necesito. “A veces lo encuentro divertido, y otras prefiero que un algoritmo lo haga por mí. Conoce mis gustos mejor que yo”.

Su única preocupación son los no integrados (Umberto Eco), los que rechazan la tecnología o les agobia. O se han quedado obsoletos; no siguen el ritmo impuesto por la tecnología, y han perdido la capacidad de hacer aportaciones valiosas a la sociedad. Viven fuera de la ciudad, que es el locus de esta nueva sociedad.

Auken se ha visto obligada a precisar que ella no plantea una utopía, que todo el lenguaje de elogio y aprobación es irónico, y que simplemente describe una situación posible. Le han debido de dar como a un pulpo. Porque esas ideas son muy reveladoras y muy preocupantes.

Vamos a esa idea de una sociedad “sin propiedad”. Quizá el hombre de la calle no posea nada, pero todo lo que usa, todo lo que alquila (el coche, una habitación, la ropa…) tiene un dueño. Según el escenario que plantea, no serán los ciudadanos, pero sí grandes empresas las que posean todo lo que usemos. Una sociedad de grandes corporaciones que lo posean todo, y ciudadanos que no tengan más que la parte que permita el Estado que se queden de sus rentas. Las utopías han caído mucho, últimamente. Quizá le resulte interesante a Álvarez Pallete porque plantea una odisea para las empresas grandes, y en particular para las de telecomunicaciones.

Una sociedad sin propiedad, sin intimidad, viviendo en una ciudad y rodeada de inadaptados que no están transidos por los valores emergentes. ¿Dónde hemos visto eso? En 1984, efectivamente.

George Orwell planteó esa situación tras una revolución ideológica que asentó en el poder, con visos de permanencia, al IngSoc. Para apuntalar ese poder, para unir las voluntades en torno al mismo, ideó una guerra permanente. Todos esos elementos, aunque no a la vez y no sin oposición, están presentes. Pero el debate que plantea el artículo, el debate que se plantea el World Economic Forum, es el de un trayecto diferente para llegar a la distopía orwelliana. Ya no es un proceso político, sino tecnológico, social, el que nos encamina a una sociedad de personas conectadas en los servidores de gobiernos y empresas. Es un proceso con la lógica propia del capitalismo, en el que es el propio interés el que facilita esa transición hacia una sociedad de personas tan desposeídas que no tienen ni su propia intimidad.

Ese peligro existe. O, podríamos decir, está latente en el propio desarrollo tecnológico, y da muestras claras de su capacidad para transformar el modo en que vivimos. Pero no debemos caer en el error apocalíptico (Eco, de nuevo), que consiste en destacar unas cuantas tendencias de la tecnología, asignarles sólo consecuencias negativas, y decir que condicionarán inexorablemente la vida.

Frente al camino voluntario al mundo orwelliano se erigen importantes barreras. Por ejemplo: en la medida en que deseemos que la palabra intimidad siga teniendo sentido, y lo demandemos, habrá soluciones tecnológicas que nos permitan recuperar ese espacio propio, al menos en cierta medida. Es verdad que hay una transición del producto al servicio. Pero por un lado no siempre nos va a llevar a abandonar la propiedad, y por otro, siempre podemos participar de la propiedad de las empresas que nos sirven.

No siempre lo peor es cierto. Pero nos ayudaría alejar a los políticos que, como Ida Auken, se entretienen con la idea de tenernos a todos controlados.

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