Cuando Bernard-Henri Levy ha dado rienda suelta a su júbilo, no tiene más remedio que pegarse un tiro en el pie.
Bernard-Henri Levy parece vivir aherrojado por la angustia que le producen Donald Trump y otros líderes políticos. Esa debe de ser la explicación de que haya escrito un artículo que es un cuadro fauvista de sus propios temores, y en el que la expresión de sus terrores no deja lugar más que a un único argumento, y en contra de lo que quiere transmitir.
El artículo se titula El ‘Estado Profundo’ existe: Trump y compañía lo han comprobado. Así, parece un nuevo hallazgo de la revista Breibart, o la cogitación de un autor de la alt-right, pero describe la entusiasta constatación, por parte de Bernard-Henri Levy, de que hay un núcleo del poder autónomo, impermeable a los designios políticos del presidente Trump o, para el caso, de cualquier otro líder del país.
“Estado profundo” es un sintagma acuñado por la derecha alternativa. Es ésta una derecha no liberal, nacionalista y (oxímoron contemporáneo) identitaria. La identidad sitúa a cualquier ideología en la izquierda, pero esta nueva derecha es tan poco conservadora que acepta que la realidad se etiquete con rótulos y entre en el juego de la política. No conozco sus contribuciones al pensamiento político más allá de haber recuperado alguna de las ideas más despreciables, como el nacionalismo, el racismo axiológico, la xenofobia, el antisemitismo y otros despojos.
Pero es en ese oscuro bosque donde se ha acuñado la expresión que recoge Bernard-Henri Levy. El “Estado profundo” es la plasmación real de la idea de que el poder tiene una lógica propia y actúa de forma egoísta y voraz. Es una versión gnóstica de los intereses creados; gnóstica, porque describe una realidad última, que está detrás de lo que vemos, y a la cual sólo pueden acceder unos cuantos iniciados. Como dice el mismo intelectual francés, “Es un fantasma paranoico, un poder oculto y oscuro que opera en las profundidades del Estado real. Es una noción borrosa capaz de alimentar complot”.
¿Qué entusiasma a Bernard-Henri Levy de esta pétrea realidad del poder, tan impenetrable y autosuficiente? Que es una fuerza que se opone a los designios presidenciales de Donald Trump. Lo explica en su desahogo en forma de artículo, con unas palabras que vamos a envolver profilácticamente: “Si la tropa de Trump no ha logrado conquistar todos sus objetivos más allá de Estados Unidos (…) Si la epidemia de locura, sí, de locura, que sopla por los pasillos de poder mundial aún no ha causado todos los estragos que podría haber provocado (…) Si la argumentación razonada no le ha cedido el lugar por completo a la invectiva, a la diplomacia grosera, a un proyecto a merced del capricho del borracho; si la gran sinfonía de las naciones no se ha transformado todavía en un concierto de ollas y cazuelas; si los partidos de ajedrez que conforman el gran juego de la estrategia planetaria no se han convertido en concursos de esnifar cocaína o crack (…) si los distinguidos que gobiernan dos tercios del planeta no han derrumbado la mesa, y si la payasada política mundial se reduce, por el momento, a la fórmula de ‘agárrame antes de que haga algo catastrófico’, es gracias a ese ‘Estado profundo’”.
¿Qué sustancia tiene el Estado profundo? ¿Qué hay en él? La pura y simple ideología del poder. Esa ideología está conformando un ethos propio, y se está desparramando por los medios de comunicación. Lo está dejando todo perdido de identidades, cada una con su rol perfectamente definido, y de acuciantes males actuales que sólo se solucionarán con una acción concertada de todos los gobiernos, con el desinteresado apoyo de intelectuales como Bernard-Henri Levy. Con los individuos programados según la identidad que nos hayan asignado, y mirando a los poderosos como únicos salvadores de nuestros propios males, estamos tejiendo un mundo feliz, amenazado sólo por espasmódicos errores del sistema, como el de Donald Trump. De ahí el terror de Bernard-Henri Levy.
Y de ahí su alborozo al ver que el New York Times, epítome de esa ideología especiosa y vacía que nos llueve sin descanso, ha publicado un artículo sin firma escrito por altos funcionarios de la Aministración Trump que han confesado su disposición a entorpecer su mandato. Yo apostaría porque la voz sin voz que ha escrito el artículo forma parte de su Departamento de Estado, que está tomado por los obamitas, pero vaya usted a saber.
Cuando Bernard-Henri Levy ha dado rienda suelta a su júbilo, no tiene más remedio que pegarse un tiro en el pie, reconociendo que el ejercicio del poder por una minoría que sólo se sirve a sí misma y que actúa al margen, y en realidad en contra, de los designios de la democracia, “quizá no es muy democrático”.
Pero ¿qué más da? Lo único que cuenta es qué dirección tome la política, no cómo sea el proceso de toma de decisiones. Pero eso lo dice un antidemócrata profundo, como Bernard-Henri Levy.