La policía ha reprimido la violencia (como debe ser) desde el primer sábado y Macron ha tardado un mes entero en coger el toro por los cuernos.
Ayer, 11 de diciembre, era el día previsto en el calendario del Brexit para que se debatiera en el Parlamento británico el “voto significativo”, respecto al acuerdo propuesto y acordado con la Unión Europea por Theresa May. En otras condiciones, no habría pasado de ser un trámite burocrático más, tal vez aprovechado por los opositores para hacer un poco de ruido. Pero, dadas las mudanzas de opinión en la población británica, prácticamente desde el día siguiente del referéndum que comenzó todo este proceso, el debate se ha convertido en el último bastión de los “remainers”. Hasta tal punto que May ha decidido posponer la sesión parlamentaria, reconociendo que se exponía a perder por amplio margen y se ha ido a Bruselas a ver qué se puede hacer.
Su objetivo es un mayor respaldo por parte de la UE, es decir, que admitan alguna modificación en el Acuerdo recién firmado para que su Parlamento no bloquee el proceso. Pero Junker ya ha anticipado que se puede clarificar qué significan concretamente algunas cuestiones específicas de las más de 500 páginas del documento, pero no se cambia ni una coma. El mayor escollo, la frontera irlandesa. Y, en eso, May pincha en hueso. Nadie quiere volver a una situación en la que la frontera entre dos países hermanos era una cicatriz sangrante. Sigo preguntándome cómo es que no lo pensaron antes.
La posición de la primera ministra británica consiste en mantenerse firme y que no se note si cede o no: ya está demasiado debilitado su liderazgo como para mostrar más flancos. Su interés, el objetivo más allá de la posición que muestra, es cerrar el ciclo minimizando las pérdidas. Sin embargo, como dice el profesor de la Universidad de Amsterdam, Eric Schliesser, parece que la política del Reino Unido vive la paradoja de Zenón: cada nuevo día se demora el voto significativo parlamentario sobre el acuerdo del Brexit. (El profesor Schliesser, además, mantiene un interesante blog llamado Digressions&Impressions que merece la pena visitar). De momento, May ha ganado tiempo hasta después de las vacaciones navideñas, cuando parece que llevará definitivamente su Acuerdo al Parlamento. Mucho me temo que la resistencia frente al Brexit, ahora que revertir el camino aparece en el horizonte como una posibilidad alcanzable, se reafirma cada día que pasa.
¿Qué posibilidades de negociación tiene Theresa May? Muy pocas. Pasó su tiempo y, tal vez, desaprovechó la ocasión. Pero es que no es fácil jugar a reforzar su puesto en casa mientras se baila una polka con las autoridades europeas.
Algo parecido le está pasando al otrora “supercool” presidente francés, Emmanuel Macron. Independientemente de la bondad o no de las políticas que Macron ha puesto encima de la mesa, ha dejado pasar mucho tiempo antes de encarar de frente el problema de los chalecos amarillos. Al más puro estilo de Rajoy, Macron se ha dejado ganar la batalla mediática cuando los periódicos, televisiones y redes sociales del mundo han distribuido imágenes, muchas veces exageradas y distorsionadas (pero eso ya a nadie le importa), de decenas de estudiantes de bachillerato de rodillas con las manos tras la nuca. Las reclamaciones variopintas de los manifestantes no han permitido encasillarles en ningún partido político. Se trata de gente enfadada por la subida de los carburantes que han ido añadiendo razones a su enorme cabreo. La contrapartida a la heterogeneidad de la protesta es que cualquier partido de la oposición, especialmente los más extremistas, pueden atribuirse el mérito de la movilización, porque está en su programa electoral algunas de las reivindicaciones.
¿Cuál ha sido la estrategia del presidente galo? La policía ha reprimido la violencia (como debe ser) desde el primer sábado y él ha tardado un mes entero en coger el toro por los cuernos y dirigirse a los ciudadanos. 135 heridos y más de 900 detenidos, actos de vandalismo contra monumentos emblemáticos, y el presidente sin decir una palabra, excepto cuando era preguntado en la cumbre del G-20 en Argentina, y situaciones similares. Y, cuando finalmente se decide a hacer una declaración institucional seria, dedica 13 minutos a recorrer lugares comunes y a anunciar un par de medidas aguadas, sin fuerza. ¿Dónde está el carisma que le encumbró?
No obstante, a río revuelto, ganancia de pescadores. En este caso, el gobierno italiano, y tal vez el español, están muy pendientes de lo que pase en Francia. Porque, si Macron va a recortar los impuestos y a subir el gasto, lo que según algunas previsiones va a empujar el porcentaje de déficit sobre PIB a 3,3% (por encima del techo del 3%), igual Italia y España pueden relajarse un poquito. Hay que recordar que la Unión Europea ha abierto un “procedimiento de déficit excesivo” a Italia, que carga con un lastre de un 130% de deuda sobre el PIB. En esas circunstancias, no parece asumible el 2,4% de incremento del déficit para el 2019 propuesto en los Presupuestos italianos, y en el momento de escribir este artículo, el comentario de pasillo es que el gobierno de Salvini y las autoridades de Bruselas podrían estar a punto de acordar un aumento del 1,95%.
También Pedro Sánchez puede verse favorecido por las circunstancias de Francia. Si, como es previsible, no se aprueban los Presupuestos Generales del Estado, el gobierno socialista ya ha anunciado que tirará de deuda para financiar sus promesas electorales. Es decir, lastrarán el futuro económico para beneficiar políticamente a su partido, a corto plazo. Y si Francia se salta la norma, no hay razón para que Sánchez, que ya va predispuesto a hacer lo que le dé la gana, no se la salte. Más madera…