La realidad es que la inmensa mayoría de fondos de gestión activa no baten regularmente a los índices bursátiles.
La rentabilidad media de los fondos de pensiones españoles durante los últimos 15 años (desde 2003 a 2018) ha sido de apenas el 2,11% anual. Teniendo en cuenta que, además, la inflación media durante este mismo periodo ha ascendido al 1,81%, resulta bastante sencillo llegar a la conclusión de que el inversor típico en fondos de pensiones nacionales no ha ganado casi nada desde 2003 y que los únicos que realmente han sacado partido de su dinero han sido las gestoras saca-comisiones de tales vehículos de inversión colectiva.
Los habrá que califiquen estos datos como la demostración definitiva de que la alternativa privada a las pensiones públicas no funciona: “Puede —se dirá— que la Seguridad Social se halle en una posición cercana a la bancarrota, pero echarse en manos de la inversión privada tampoco constituye ninguna alternativa aceptable para la jubilación: a la vista está que los fondos privados de pensiones son un completo fracaso”. Semejante razonamiento, empero, desconoce una distinción básica dentro del sector de la gestión del ahorro privado: la distinción entre fondos de gestión activa y fondos de gestión pasiva.
Los fondos de gestión activa son aquellos administrados por un inversor (o equipo de inversores) que, de acuerdo con su criterio y estilo particular, selecciona una cartera de activos financieros que espera que le proporcionen un elevado retorno a su partícipe. En cambio, los fondos de gestión pasiva son aquellos que se limitan a replicar el comportamiento de algún índice de referencia, confeccionando para ello una cartera de activos financieros que emule la composición de ese índice. En la medida en que los fondos de gestión activa son administrados por un conjunto de profesionales de alta cualificación que normalmente perciben una elevada remuneración, su coste por comisiones tiende a ser sustancialmente mayor que el de los fondos de gestión pasiva… Si bien, claro, se espera que su rendimiento también lo sea.
La realidad, sin embargo, es que la inmensa mayoría de fondos de gestión activa no baten regularmente a los índices bursátiles ni, por tanto, a los fondos de gestión pasiva que se referencien a esos mismos índices. Por ejemplo, mientras que los fondos de pensiones españoles —fondos de gestión activa— solo han logrado entre 2003 y 2018 un retorno medio del 2,11% anual (0,29% en términos reales, esto es, después de inflación), el Ibex 35 ha cosechado, durante ese mismo periodo, un 5,33% anual (3,45% real) y el Standard and Poor’s 500 una del 8,4% anual (6,46% real). De hecho, solo seis de los 385 fondos de pensiones españoles han sido capaces de superar la rentabilidad media del Ibex 35. No es, además, un fenómeno que afecte exclusivamente a la industria inversora española: en EEUU, menos del 10% de los fondos son capaces de batir a sus respectivos índices.
La razón esencial de este fracaso relativo es que los mercados financieros han devenido mecanismos extremadamente eficientes a la hora de incorporar al precio de los activos toda la información disponible en cada momento. De ahí que la única forma de batir de manera regular al mercado —a ese mecanismo extremadamente eficiente de absorción de información— sea generar de continuo información útil y original sobre la valoración de algún activo financiero (y contar con suficiente liquidez como para aprovechar esa nueva información), algo que la mayoría de fondos de gestión activa no hacen (porque ni saben ni quieren) y, en consecuencia, tienden a registrar unos resultados por debajo de los del mercado (sobre todo después de deducir las elevadas comisiones que cobran).
En España se da, a su vez, un fenómeno adicional que distorsiona las elecciones sensatas de los ahorradores, a saber, la existencia de la desgravación fiscal por aportación a planes de pensiones. Los ahorradores españoles contratan un fondo de pensiones no por la (nula) rentabilidad que esperan que les proporcione, sino como un instrumento de diferimiento impositivo: por lo que la preocupación por su mala administración queda relegada a un segundo plano. Es verdad que en principio sería factible crear fondos de pensiones de gestión pasiva (de hecho, existen), pero el oligopolio bancario bloquea su comercialización para teledirigir a sus clientes hacia sus propios fondos de pensiones de gestión activa (no rentables para el cliente pero sí saca-comisiones para la banca). En suma, el panorama nacional en materia de administración del ahorro resulta bastante deprimente: una mala oferta de fondos de pensiones (gestión activa) de los que los ahorradores no escapan para minorar temporalmente su factura tributaria.
Lo anterior no significa, claro, ni que no existan algunos fondos de gestión activa bien administrados (esto es, que batan sistemáticamente al mercado gracias al excelente trabajo que desarrollan sus gestores) ni, sobre todo, que los fondos de gestión pasiva no constituyan una magnífica alternativa a las pensiones públicas para la inmensa mayoría de ahorradores. Como ya hemos señalado, el retorno medio (después de inflación) del Ibex 35 (y, por tanto, de aquellos fondos de gestión pasiva que repliquen el Ibex 35) durante los últimos 15 años fue del 3,45%, mientras que el del S&P 500 (y, también, de aquellos fondos de gestión pasiva que lo repliquen) ascendió al 6,46%. Un ahorrador que invirtiera 5.000 euros anuales al 3,45% acumularía al cabo de 37 años (el periodo necesario para cobrar el 100% de la pensión en España) un patrimonio de 375.000 euros (en términos reales, esto es, ya descontada la inflación); en cambio, de haberlos invertido al 6,46%, habría acumulado más de 750.000 euros.
En definitiva, la inversión por defecto del ahorrador medio español —de aquel que carezca de formación e interés acerca de cómo seleccionar buenos gestores profesionales de su capital— no debería ser en fondos de pensiones gestionados activamente, sino en fondos de gestión pasiva: el fracaso de los primeros no debería opacar el notable éxito histórico de los segundos.
*Valga este artículo como mi pequeño homenaje a John C. Bogle, creador en 1975 del primer fondo de gestión pasiva.