En esta etapa de la historia de la humanidad, sucesivos gobiernos se repiten en el objetivo de la inclusión. Se trata de lograr que todos, los ricos y los pobres, tengan igual acceso a la educación, la salud, las pensiones y otros servicios mal llamados públicos.
Nosotros pensamos diferente. El objetivo de la política pública no debe ser que cada uno tenga igualdad de acceso a todos los servicios públicos, sino que cada persona pueda brindarse así mismo y a los suyos los servicios que desea.
Colocando la discusión en este objetivo final, unos desean dependencia, lo que a su vez les permite comprar votos, y con ello vencer en las elecciones y perpetuarse en el poder. Nuestro objetivo, sino embargo, es terminar con esa dependencia, ofreciéndoles a todos la posibilidad de acceder a los servicios que para cada uno – en el marco de su propia subjetividad – son importantes.
De este modo, que un gobierno abra nuevos hospitales y escuelas públicas, o amplíe subsidios y programas de ayuda no debería ser celebrado alegremente, puesto que nos aleja del objetivo final. Si en situaciones de emergencia, tales políticas se implementaran, entonces deberían tener fecha de vencimiento, pues el sostenimiento de estos programas crearán dependencia e irresponsabilidad individual.
La pregunta entonces debería ser cómo crear las condiciones para que las personas, en un marco de libertad, puedan emprender en proyectos que les permitan crear valor, puestos de trabajo y lograr los recursos que necesitan para cumplir cada uno sus sueños. Esas condiciones han sido estudiadas hace siglos por cantidades de autores que han puesto el foco en las instituciones, en el marco institucional: Equilibrio fiscal, monetario y cambiario, bajos impuestos, apertura económica, bajos niveles de deuda, baja corrupción, reglas de juego estables, una constitución para limitar el poder de los gobiernos de turno, entre tantos otros aspectos que en diversas columnas que aquí mismo se publican, se trabajan en profundidad.
Bajo ese marco de reglas los emprendedores crearán proyectos, y esos proyectos irán asociados a múltiples puestos de trabajo, que permitirán crear valor y una mejor calidad de vida para todos. Bajo ese contexto, más y más personas lograrán trabajar insertándose realmente en la sociedad como personas que contribuyen a crear valor, sin la necesidad de recurrir a los planes y subsidios que los gobiernos benefactores siempre están dispuestos a ofrecer, a cambio de esclavizarlos en la pobreza y la indigencia.
Necesitamos un nuevo marco para definir qué políticas públicas contribuyen al desarrollo y al progreso. Desde la Academia, la ciencia económica puede ofrecer un marco apropiado para mostrar cuándo nos alejamos del fin último, y cuando nos acercamos a él. Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson entre los clásicos escoceses, Ludwig von MIses y Friedrich Hayek en la Escuela Austriaca, James M. Buchanan, Gordon Tullock y Jeffrey Brennan en la Escuela de la Elección Pública, Douglass North en la Nueva Economía Institucional, Ronald Coase en el Derecho y la Economía, Vernon Smith con su Economía Experimental, Elinor Ostrom con la Escuela de Bloomington, o Angus Deaton con sus estudios sobre pobreza y desigualdad. Pienso que enriquecen -juntos a tantos otros autores que aquí no mencionamos- lo que hoy llamamos el Mainline Economics: una tradición de ideas que desde diversos campos y ámbitos de estudio ofrecen respuestas a los problemas de siempre, con un marco de reglas diferente del que ofrece el mainstream economics. En pocos términos, se trata de confiar más en los órdenes espontáneos, y menos en el diseño institucional de unas pocas grandes mentes con exagerado poder.
1 Comentario
Muy interesante este nuevo enfoque, ojalá los políticos lo entendieran.