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¡Su Divinidad, Vladimir Putin!

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Algunos de ustedes no se acordarán, porque ha pasado mucho tiempo, pero Vladimir Putin era un líder bienamado por no pocos políticos y ciudadanos occidentales. Se le consideraba un líder fuerte, carismático, defensor de su pueblo, modelo de comportamiento, gran estadista, fuerte cuando se requería, pero también cercano a sus ciudadanos, los rusos, que lo adoraban y, posiblemente, lo siguen adorando. Es cierto que la oposición perdía candidatos, bien porque se envenenaran, bien porque terminaran encarcelados o murieran en extrañas circunstancias, pero esos eran pecados del sistema que se podían perdonar o ignorar. Cientos de memes sobre Putin recorrían las redes sociales y, entre chanzas y gracias de mayor o menor acierto, se le mostraba como el líder victorioso y seguro que se reía de las debilidades occidentales, porque los occidentales estaban más en cosas como la sostenibilidad, la energía verde, la lucha contra el cambio climático, por el feminismo igualitario, la sororidad, contra las discriminaciones de sexo, género, por la reinvención de un pasado heteropatriarcal y opresor, la vivencia de un presente esperanzado en estas “nuevas políticas” y el diseño de un futuro esplendoroso, pero siempre lejano.

Vladimir Putin no sólo había conseguido ser agasajado y recibido por líderes como los Castro (y sus marionetas en Cuba), Nicolás Maduro, Xi Jinping o Kim Jong-un y otros tantos líderes al frente de crueles tiranías donde las libertades son inexistentes, o por líderes de Estados sospechosos de no ser muy libres, como el turco Tayyip Erdoğan, sino también por presidentes y primeros ministros de democracias consolidadas como Joe Biden y Donald Trump, Emmanuel Macron, Justin Trudeau y, desde luego, Ángela Merkel; en especial, por Merkel. La relación entre la Alemania que ella dirigió durante tantos años y la Rusia que sigue dirigiendo Putin fue muy prolífica, con acuerdos que permitieron a los germanos asegurar (es un decir) el suministro de energía en forma de gas, ante la renuncia, dicen que voluntaria, de los alemanes por la energía nuclear. Otros líderes democráticos, aunque más discutidos en sus intenciones que los mencionados anteriormente, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro o el primer ministro húngaro Viktor Orbán, han reconocido su simpatía por el presidente ruso, mientras que líderes políticos que ahora no tienen labor de gobierno, como Jean Marie Le Pen, también han mostrado esta cercanía.

Allí donde hubiera un movimiento que hiciera tambalear los pilares institucionales y morales del sistema occidental, allí estaba el apoyo e incluso la financiación de Vladimir Putin, que usaba parte de lo ganado con el gas y el petróleo que vendía a los occidentales para engrandecer tal movimiento (haciendo cierta la vieja historia de la soga, los capitalistas y Lenin). Daba lo mismo qué idea reflejaran estos movimientos, si eran de extrema izquierda o de extrema derecha, si eran muy verdes o muy marrones, si eran nacionalistas, independentistas, pacifistas o belicistas. El modelo soviético que había intentado socavar a Occidente durante la Guerra Fría volvía a ponerse en práctica y, esta vez, sin una potencia como la estadounidense que, como policía mundial, cuidara de contrarrestar su labor destructora. Los movimientos ecologistas, a través de Gazprom, los partidos de extrema izquierda como Unidas Podemos o, si se dejaban, los movimientos más conservadores, que los de extrema izquierda gustan llamar “de extrema derecha”, recibían, como mínimo, el ánimo y, como máximo, el dinero de la empobrecida socialmente, pero rica en hidrocarburos, Federación Rusa. En los regímenes como los de Vladimir Putin, la economía y la prosperidad de los súbditos es sacrificable ante la lucha contra el enemigo, en pos de un lejano pero atractivo supremacismo. Mientras, la imagen de Putin como líder fuerte, como ejemplo, se fortalecía.

No es el primer personaje que tiene esta imagen de líder fuerte, visionario, capaz, acertado en sus actos, juicios y decisiones. En el siglo XX se dieron unos cuantos: Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Perón, Fidel Castro, Mao Tse-Tung… Si me apuran un poco, hasta Gandhi y su segundo, el quizá mucho menos conocido Jawaharlal Nehru, caen en este lado de los que tuvieron un “sueño”, que hubiera dicho Martin Luther King. Sí, es cierto, quizá me estoy extralimitando con la imagen de Putin. No es una persona que arrastre multitudes, pero tampoco es una persona que no tenga el afecto de muchos rusos, pues entra dentro de esta figura de líder fuerte que posiblemente busque mucha gente. Todos los nombrados han sabido moverse en el proceloso mundo de la política, haciendo lo que había que hacer, aliándose con unos, rechazando a otros y traicionando al que fuera para conseguir sus objetivos. No es que no se lo hayan trabajado, no son vagos, aunque alguno lo haya tenido más fácil que otros. Quizá tienen apoyos en la sombra, pero saben liderar cuando deben e imponerse a esos apoyos que creen que lo controlan.

Nunca me han gustado estos tipos. Tienen demasiado poder, incluso cuando sus objetivos son menos ambiciosos y se limitan a liderar empresas superexitosas en sectores muy novedosos, para luego meterse a ‘influencers’ de primera con sus opiniones y sus foros, alimentando numerosas teorías ‘conspiranoicas’ en torno a ellos mismos. Cabe preguntarse por qué gusta a la gente este tipo de personas. Es algo que me maravilla, quizá porque no lo comprendo del todo. Se pueden tener ejemplos de distintos tipos: personas que destaquen por su moralidad (o la que muestran), por sus conocimientos, por sus actos, por su fuerza de voluntad, pero no son dioses perfectos, son seres humanos llenos de defectos y virtudes (aunque en algunos se pueda dudar de esto último). Estos líderes, que las masas encumbran, por muy buenos que puedan parecer, son personajes peligrosos. Sus capacidades son limitadas, incluso en las que ellos creen que son aptos, y es posible que puedan ir en la buena dirección (sea lo que sea eso), pero cuando se deciden por actos de moral dudosa, o como en el caso de Vladimir Putin, por usar la fuerza, la violencia, para conseguir sus objetivos políticos e imperiales, el desastre puede llegar a todos, incluso a los que están lejos de él.

Quizá sea nuestro comportamiento grupal, la necesidad de tener, en la que consideramos nuestra tribu, un líder fuerte y carismático que tome decisiones sobre cuestiones comunes, la que impulse a muchos a casi adorar a este tipo de personas. Es también una forma de desentendernos de algo tan molesto y hasta peligroso como es tomar decisiones por nosotros mismos, aprender de nuestras equivocaciones y celebrar nuestros aciertos. Un error nuestro puede ser malo, incluso horrendo, pero es nuestro y su daño es limitado. Los errores de Putin nos pueden llevar a la Tercera Guerra Mundial, porque él lo vale y, detrás de él, cientos de miles, si no millones de personas que, en el pasado, el presente y el futuro, le apoyaron, le apoyan y le apoyarán. Las ideas de la libertad se basan en ser responsables de nuestros actos, de nuestras decisiones, pero sobre todo, en tomarlas, no dejar que otros las tomen por nosotros, incluidos los Putin de la vida, sobre todo, los Putin de la vida. Podemos y hasta debemos tener modelos de comportamiento que nos guíen y nos animen, pero debemos recordar que sólo son personas, no dioses, y el culto al líder puede llegar a ser muy totalitario.

1 Comentario

  1. Gracias Alberto. Efectivamente la tentación de ceder responsabilidad propia en la Acción humana por inercias, comodidades, seguidismos,…. contribuye a generar grietas y espacios en la vertebracion de las relaciones sociales que con mayor facilidad permiten el paso y dar espacio a otros que decidan por uno y si a esto se unen los impetus intervencionistas de voluntades políticas voluntaristas. El alcance de la dejación de responsabilidades es patente en menor actividad económica, menor empleo, menor ahorro, menor inversion y acumulacion de capital, menor riqueza, menor crecimiento y mayor pobreza y despilfarro.
    Gracias.


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