No nos engañemos. La grandeza de las naciones ya no se apoyará, como en otro tiempo, en el esplendor de sus triunfos, en el espíritu marcial de sus hijos, en la extensión de sus límites, ni en el crédito de su gloria, de su probidad o de su sabiduría. Estas dotes bastaron a levantar grandes imperios cuando los hombres estaban poseídos de otras ideas, de otras máximas, de otras virtudes y de otros vicios. Todo es ya diferente en el actual sistema de la Europa. El comercio, la industria y la opulencia que nace de entrambos son, y probablemente serán por largo tiempo, los únicos apoyos de la preponderancia de un Estado, y es preciso volver a estos objetos nuestras miras o condenarnos a una eterna y vergonzosa dependencia, mientras que nuestros vecinos libran su prosperidad sobre nuestro descuido.
Jovellanos, Informe a la Junta General de Comercio y Moneda sobre la libertad de las artes, 1785.
En Occidente estamos relativamente tranquilos, conscientes de que nuestro sistema económico es el más eficiente, el mejor satisfaciendo las necesidades de sus ciudadanos, lo que parece hacernos invulnerables. Y es cierto que es a través de la libertad como mejor se logra ese objetivo. Pero eso no nos garantiza el triunfo ni la subsistencia frente a otras sociedades con una organización política, social y económica distinta.
El libre mercado y la adaptación a un mundo incierto, cambiante y en continua evolución
No es casual que en los manuales de Economía al uso se defina esta simplemente como la ciencia social que estudia la asignación de los recursos escasos, entre usos alternativos, para satisfacer unas necesidades humanas que son limitadas, o, como la definía Lionel Robbins, en 1932.
Economics is the science which studies human behaviour as a relationship between ends and scarce means which have alternative uses[1].
Lionel Robbins
Así, dicha definición, propia de la Escuela Neoclásica de Economía hoy mayoritaria, concibe el problema económico como un simple problema de asignación de recursos “dados”, suponiendo, por tanto, un conocimiento de los fines -también “dados”- y de los medios, en los que el problema económico queda reducido a un problema técnico de mera asignación, maximización u optimización, sometido a unas restricciones que se suponen también conocidas. Pero ni los recursos vienen dados (se pueden encontrar nuevos recursos antes desconocidos, o nuevos usos para recursos ya conocidos), ni lo son los fines que persigue el hombre (basta para comprobarlo, fijarnos en nosotros mismos).
La figura del empresario
De ahí que sea a través del mercado (partiendo de la libertad humana) como mejor se puedan descubrir esos fines y medios cambiantes para satisfacer esas necesidades de la manera más eficiente posible. Y es que la acción humana -entendida como conducta consciente, o voluntad movilizada que pretende alcanzar fines y objetivos concretos- es siempre el intento deliberado de pasar de una situación menos satisfactoria a otra que lo es más, tratando de adecuar –faliblemente- medios escasos a una escala valorativa siempre cambiante, en un proceso dinámico en el que el futuro es siempre incierto y abierto a todas las posibilidades creativas del hombre, lo que demuestra la estrechez del concepto de Ciencia Económica al que nos referíamos más arriba.
Y es en ese contexto donde cobra virtualidad la figura del empresario y de los precios libremente fijados en el mercado como mecanismos para poder conocer cuáles son esas necesidades de los individuos y qué procedimientos para satisfacerlas son los más eficientes, con un claro incentivo -el ánimo de lucro- que permite una búsqueda continua e incesante.
En efecto, se entiende por empresario al sujeto que actúa para modificar las circunstancias del presente y conseguir sus propios y personales objetivos o fines, a través de los medios escasos que subjetivamente considera más adecuados, de acuerdo con un plan y desarrollando su acción en el tiempo, con el fin último de enriquecerse satisfaciendo las necesidades de los demás.
La cuestión del conocimiento
Pero para entender la naturaleza de dicha función empresarial es imprescindible tener presente el papel esencial que juega la información o conocimiento que posee el actor; una información que le sirve, en primer lugar, para percibir o darse cuenta de nuevos fines y medios, y que, por otra parte, modifica los esquemas mentales o de conocimiento que posee el propio sujeto.
De esta forma, si, como señala Hayek, el problema económico de la sociedad se concreta, principalmente, en la pronta adaptación a los cambios según las circunstancias particulares de tiempo y lugar -para poder alcanzar, cada vez, situaciones menos insatisfactorias para el individuo, de acuerdo con la evolución de sus fines y la distinta utilidad subjetiva que se les reconoce a los medios escasos disponibles-, las decisiones empresariales tendrán, en principio, más éxito si son ejecutadas por quienes están familiarizados con estas circunstancias, es decir, por quienes conocen de primera mano los cambios pertinentes y los recursos disponibles de inmediato para satisfacerlos[2].
Frente al paradigma neoclásico
Vemos, por tanto, que se hace imprescindible un conocimiento subjetivo y práctico, centrado en las circunstancias subjetivas particulares de tiempo y espacio, y que verse, como decíamos, tanto sobre los fines que pretende el actor y que él cree que persiguen el resto de los actores, como sobre los medios que el actor cree tener a su alcance para lograr los citados fines. Un conocimiento, por tanto, que no es teórico, sino práctico, y que, en consecuencia, es de carácter privativo y disperso, que no es algo “dado” que se encuentre disponible para todo el mundo, sino que se encuentra “diseminado” en la mente de todos y cada uno de los hombres y mujeres que actúan y que constituyen la humanidad[3].
Se trata, por tanto, de un planteamiento radicalmente distinto al neoclásico con el que comenzábamos el presente trabajo. Ello no obstante, tal y como señala Hayek, es difícil que haya algo de lo que ocurre en el mundo que no influya en la decisión que debe tomar el empresario; aun así, para llevar a cabo acciones empresariales no se necesita conocer todas las circunstancias y acontecimientos, ni tampoco todos sus efectos[4].
El sistema de precios es precisamente una de esas informaciones que el hombre ha aprendido a usar y que ha hecho posible un uso coordinado de los recursos basado en un conocimiento dividido. Un sistema sin el que no podríamos preservar una sociedad basada en una división del trabajo tan amplia como la nuestra.
Mercado: intercambio y precios
En efecto, el hombre es incapaz de satisfacer por sí mismo todas sus necesidades, debiendo recurrir a otros hombres para obtener las cosas o servicios que les faltan, a cambio de otras cosas o servicios que pueden ofrecer[5]. Así, la reiteración de actos de intercambio individuales va generando, poco a poco, el mercado, a medida que progresa la división del trabajo dentro de una sociedad basada en la propiedad privada, de forma que el intercambio sólo se llevará a cabo si cada uno de los contratantes valora en más lo que recibe que lo que entrega[6].
Con la aparición del intercambio indirecto, y la ampliación del mismo gracias al uso del dinero, en todo intercambio se pueden distinguir dos operaciones: una compra y una venta, y se precisan los tipos o razones de intercambio, que todo el mundo expresa mediante los precios monetarios, que, en definitiva, no hacen sino fijar, entre márgenes muy estrechos, las valoraciones del comprador marginal, y las del ofertante marginal que se abstiene de vender, y, de otro, las valoraciones del vendedor marginal y las del potencial comprador marginal que se abstiene de comprar[7]. De ahí la trascendencia de los precios en las economías capitalistas y de mercado, ya que los mismos facilitan una información esencial para ordenar la producción, de forma que se atiendan de la mejor manera posible los deseos de los consumidores que concurren al mismo.
Sobre el teorema de la imposibilidad económica del socialismo
A partir de las ideas expuestas en su artículo “El cálculo económico en la comunidad socialista”, y, posteriormente, en su libro “El Socialismo[8]”, Ludwig von Mises explicó con detalle por qué, a su juicio, el cálculo económico sólo es posible en un sistema económico en el que los precios de mercado faciliten una información que refleje, como hemos explicado más arriba, las distintas valoraciones subjetivas individuales. De esa forma, concluye, en sociedades organizadas con métodos burocráticos y centralizados, en los que, por definición, no hay un libre sistema de precios, la asignación de los recursos tiende a ser irracional e ineficiente -no se dispone de la información oportuna para poder tomar decisiones correctas sobre qué producir y con qué medios- al no ser posible en ella el cálculo económico.
Pero esa irracional asignación de recursos no implica que la economía, en un entorno sin libre mercado, sea imposible[9]. Y lo cierto es que economías como la de la URSS se mantuvieron vivas, aunque frágiles, exánimes, casi agónicas, durante décadas; y otros sistemas igualmente socialistas aún hoy perviven, de una manera u otra, tras ajustes de mayor o menor calado, ayudados, en algunos casos, por los propios sistemas capitalistas.
La URSS como ejemplo
Precisamente si cogemos el ejemplo de la URSS vemos como, tras la Revolución de Octubre, el país fue capaz de sobreponerse al atraso que sufría en comparación con el resto de las economías occidentales, y llevar a cabo una industrialización, no exenta de terribles y dramáticos sufrimientos de su población (el genocidio soviético en Ucrania durante los años treinta -conocido como Holodomor[10]– es un claro ejemplo).
Es cierto que dicha industrialización, centrada en la industria pesada[11], no consiguió reducir la brecha con los países capitalistas, hasta que el sistema, al menos en la URSS y sus satélites, colapsó. Pero el sistema se mantuvo durante muchas décadas (y aún persiste, como decíamos, con adaptaciones, en varios países), y es indiferente, a nuestros efectos, que lo hiciese porque podía aprender de Occidente, robarnos tecnología, o vendernos sus riquezas naturales. La cuestión es que aguantó y que la falta de un correcto cálculo económico no impidió su andadura durante décadas.
Hoy no se puede encender la televisión o abrir un periódico sin ver cómo la amenaza de la Guerra Fría ha reaparecido, resucitada de sus cenizas. Se critica el régimen chino, o la Rusia de Putin, y se nos explica con todo lujo de detalles por qué son regímenes liberticidas y totalitarios. Pero son regímenes que subsisten, que se mantienen de pie y suponen una amenaza, se nos dice también, contra nuestra forma de vida. Saber que si no hay libertad de mercado sus economías son ineficientes e irracionales al asignar recursos a lo mejor tranquiliza a alguno, pero no sé si a todos, ya que sus misiles están ahí.
El futuro no está garantizado
Y es que, por mucho que nuestro sistema social, político y económico sea el más eficiente satisfaciendo necesidades humanas, el simple cuidado de ese sistema -cuidado ya de por sí, lleno de dificultades- no garantiza nuestra supervivencia. En efecto, como hemos visto, un sistema centralizado, burocratizado y totalitario como el soviético no sólo fue capaz de sobrevivir durante décadas, sino que mantuvo en jaque a Occidente.
Como hemos dicho antes, el libre mercado es la institución que mejor permite satisfacer las necesidades humanas; pero esas necesidades no vienen dadas, son variables y cambiantes, caprichosas… vivimos en una sociedad hedonista, entregada a los placeres y que tiende a no querer problemas. Y el mercado no hace sino satisfacer las necesidades manifestadas por las personas que viven en dicha sociedad.
Mirar hacia el futuro con seriedad
Mientras, hay otros países en los que seguramente el libre mercado no tenga tanta vitalidad; en los que las decisiones económicas se adopten por los jerarcas -políticos y burócratas-; en los que la asignación de recursos sea irracional e ineficiente; en los que las poblaciones sufren innecesariamente y asumen sacrificios impuestos que lleven incluso a la muerte a cientos de miles de personas. Pero sus bombas, sus misiles y sus cohetes están ahí. Y da igual que sean peores que los occidentales, si es que lo son, o menores en número.
Basta con saber que si en una confrontación a vida o muerte son capaces de lanzarlos, Occidente no sobrevivirá (que ellos tampoco lo fuesen a hacer no es un consuelo), precisamente porque los primeros en morir seremos los que vivimos en dichos países. De ahí que tengamos que tomarnos en serio la situación y saber que hay que buscar soluciones -a lo mejor con grandes inversiones económicas que nos obliguen a renunciar a muchas de las facilidades que tenemos, pero que ayuden a nuestra supervivencia en caso de confrontación-, sin renunciar a nuestra libertad, pero sí con la responsabilidad del que quiere ser libre.
Notas
[1] Robbins, Lionel, An Essay on the nature and significance of Economic Science, Macmillan & Co Limited, London, 1932, p. 15.
[2] Hayek, F.A. El Uso del Conocimiento en la sociedad, American Economic Review, XXXV, Nº 4 (septiembre 1945).
[3] Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Madrid, 1992.
[4] Hayek, F.A., El uso del conocimiento en la sociedad.
[5] Ballvé, Faustino, Los Fundamentos de la Ciencia Económica, Madrid, 2012.
[6] Como señala L. Mises en su Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Madrid, 1992, pág. 121, “sólo se puede contar por medio de unidades, pero no puede existir unidad para medir el valor subjetivo de uso de los bienes (…) el juicio de valor no mide, sino diferencia, establece una gradación”.
[7] Mises, L, Acción Humana, Madrid, 2001.
[8] Mises, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Madrid, 1992
[9] De hecho, algunos anarcocapitalistas, como Bryan Caplan (“Why I am not an Austrian Economist”), viene a afirmar que la historia económica, así como la teoría económica pura, no logran establecer que el problema del cálculo económico fuera un desafío severo al socialismo.
[10] Applebaum, Anne, Hambruna roja: La guerra de Stalin contra Ucrania, Madrid, 2021
[11] Precisamente, en el Manual de economía política de la Academia de Ciencias de la URSS, Barcelona, 1975, se señala que:
Para garantizar el continuo crecimiento de la producción con las técnicas más avanzadas, el crecimiento de los medios de producción debe ser más rápido que el de los bienes de consumo. El desarrollo de la industria pesada es un prerrequisito para dotar con bienes de equipo a todas las ramas de la economía nacional, incluyendo las industrias alimenticias y ligeras dedicadas a fabricar bienes de consumo.
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