¿Por qué felicito la Navidad? Porque soy creyente. Podría responder y cerrar este artículo con esa sola razón. Sin embargo, la pregunta más interesante es por qué, más allá de mis convicciones personales, considero que es mejor vivir en una sociedad donde se diga “Feliz Navidad.” Hoy voy a compartir cuatro razones.
Porque es mejor llamar las cosas por su nombre
Nuestra relación con la realidad mejora a medida que la conocemos y la definimos. Llamar a las cosas por su nombre no es solo una cuestión de precisión lingüística, sino de respeto por su esencia. Cuando nombramos la Navidad como lo que es, afirmamos nuestra relación con una tradición profunda y significativa. El lenguaje refleja la relación específica que tienen sus hablantes con la realidad, incluidas las cosas que más valoran.
Porque la verdadera tolerancia no exige borrar lo propio
La Navidad tiene un significado enraizado en nuestra cultura y en su origen cristiano. Incluso para quienes no comparten su lectura religiosa, la Navidad sigue siendo un momento especial: descanso, familia, reflexión y agradecimiento. Reducirla simplemente a “las fiestas” es neutralizarla, vaciarla de su valor.
Felicitar la Navidad no excluye otras celebraciones. Al contrario, es un acto de afirmación cultural. Así como otras tradiciones tienen derecho a manifestarse con sus nombres específicos —Hanukkah, Eid, Diwali—, también nosotros debemos reconocer y celebrar la Navidad con autenticidad.
Porque no debemos disfrazar el odio ni la ignorancia bajo la apariencia de tolerancia.
En el peor de los casos, es un intento de derrocar nuestras tradiciones para imponernos una nueva agenda. En el mejor, llamar a todo “las fiestas” es una forma de no querer ofender, pero en el fondo implica no comprender ni valorar nuestras propias raíces culturales. La verdadera pluralidad no se logra neutralizando identidades, sino respetándolas en su especificidad.
Nos venden como tolerancia lo que, en realidad, es ignorancia. Diluir las tradiciones bajo un nombre genérico las vacía de contenido. Cuando todo se reduce a “fiestas”, perdemos la riqueza de comprender quiénes somos y qué valor tienen nuestras tradiciones.
Porque reconocer la diversidad implica aceptar lo específico
Cambiar el color de piel de un protagonista en una película no es inclusión; es una forma superficial de tratar la diversidad. El verdadero respeto hacia otras culturas y tradiciones nace de estudiarlas profundamente, comprender sus mitos, valores e historias. El pluralismo nunca va a nacer de negar nuestra cultura. El pluralismo real crearía obras de cine dedicadas a comprender los valores de otras culturas con el acercamiento sincero y honesto a sus mitos y formas de comprender el mundo. Del mismo modo, la Navidad merece ser celebrada por lo que es: una festividad con un sentido propio y profundo. Aceptar la diversidad significa reconocer lo particular. Todas las tradiciones tienen derecho a manifestarse sin diluirse en expresiones amorfas y neutras.
La Navidad puede ser un tiempo de calma y de familia, o el momento en el que se celebra la llegada al mundo del Creador. Como escribió Chesterton, se celebra el hecho de que en un momento particular de nuestra historia, “las manos que habían hecho el sol y las estrellas eran demasiado pequeñas para alcanzar a tocar las enormes cabezas de los animales del pesebre.” Ese contraste entre lo grandioso y lo humilde, lo divino y lo humano, es lo que hace tan especial la Navidad.
No sé si habré logrado convencerte de la importancia de que llamemos las cosas por su nombre. Pero si para ti la Navidad significa solamente tranquilidad, reflexión y tiempo con tus seres queridos, genial. Si es el momento en que celebras el nacimiento del niño Jesús, también me parece estupendo. Al final, la Navidad nos une, ya sea como un momento de fe, tradición o familia. Por eso, digámoslo con orgullo y sin complejos: ¡Feliz Navidad!
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!