Si hay una crítica que ha calado fuerte entre los economistas austriacos a lo largo de los últimos años, ha sido la relacionada con que no exista una teoría austriaca homogénea sobre la economía ambiental. Cabe resaltar, llegados a este punto, como ya he hecho en otras ocasiones, que no me considero un economista austriaco, aunque comparta ciertas visiones de la economía con esta escuela.
Lo que sí considero es el hecho de que, aunque comparta con la crítica que no existe una teoría austriaca homogénea de la economía ambiental, sí disponemos de suficientes elementos teóricos en la literatura austriaca para describir lo que sería una visión austriaca de la economía ambiental, sobre todo en lo relacionado con teorías de las externalidades, como es la contaminación ambiental. Para ello es necesario explicar la economía ambiental, en primer lugar, para después analizar cómo encajan algunas premisas y teorías de la escuela austriaca con las principales cuestiones de que trata esta rama de la economía.
La economía ambiental surge dentro de la economía neoclásica a partir de las teorías de la eficiencia y las teorías pigouvianas de la economía del bienestar, sobre todo en lo referente a las externalidades y sus costes. En muchas ocasiones hemos escuchado y leído críticas de la escuela austriaca a ciertos elementos de estas teorías, sobre todo en lo referente a las políticas públicas que se proponían a partir de ellas.
Externalidades y medio ambiente
Tal y como hemos comentado, la economía ambiental se desarrolla a partir de las teorías de las externalidades, poniendo el foco en la maximización de la eficiencia de la utilización de recursos ambientales, cuyo grado máximo se alcanzaría, hipotéticamente, por la asignación de recursos obtenida a través del punto de equilibrio general en un mercado competitivo en el que la totalidad de los costes sean internalizados. Las ineficiencias ocurrirían cuando los costes sociales asociados a los efectos externos de ciertas actividades de consumo o producción fueran plenamente incorporados al coste o precio de la producción o consumo de dicho bien, respectivamente, como podría ser el caso de la contaminación del agua o del aire.
Por lo tanto, partiendo de esta hipótesis, el valor total de la producción para la sociedad puede verse incrementado estabilizando el nivel de producción y consumo de los bienes contaminantes al nivel en el que se hallaría si el coste de las externalidades se viera plenamente reflejado en el precio (por ejemplo, aplicando un impuesto extraordinario a los carburantes contaminantes equivalente al coste de la contaminación generada por estos). En este escenario, por lo tanto, la reasignación de recursos se tornaría eficiente, de tal manera que se produciría o consumiría una menor cantidad de bienes contaminantes y más de los que no lo son, debido a su menor coste proporcional.
La Escuela Austríaca
Sin embargo, la Escuela Austriaca no comparte esta manera de verlo, ni mucho menos las recomendaciones de políticas públicas que surgen de ella por varios motivos. En primer lugar, la Escuela austriaca considera que la eficiencia es praxeológica, es decir, es un objetivo individual y no un problema de maximización, como tradicionalmente se ha tratado en economía. (No comparto la visión de los austriacos aquí, ya que nos cambiaría absolutamente todo lo que sabemos sobre productividad, pero eso es otro tema). Para los austriacos, por lo tanto, desde el punto de vista de las políticas públicas, la eficiencia social se debe entender como el nivel al que las instituciones legales y políticas facilitan la consistencia y cohesión entre los objetivos que los actores individuales persiguen y los medios que consideran óptimos para lograrlos.
Por otro lado, vuelve la sempiterna discusión sobre costes sociales y valor. Para los austriacos, como bien sabemos, los costes y el valor son puramente subjetivos, por lo que los costes sociales y el valor social de algo no se puede calcular de manera agregada. En cambio, en la economía neoclásica, el enfoque tradicional se basa en identificar situaciones donde el beneficio marginal privado de una actividad es superior a su coste marginal social y viceversa, para potenciar un tipo de situaciones y desincentivar las otras. Claramente, este enfoque neoclásico requiere de comparaciones de utilidad interpersonales y agregación de preferencias o juicios valorativos individuales, lo cual los austriacos consideran metodológicamente incorrecto y, por lo tanto, inductor de conclusiones y recomendaciones inválidas.
Contra la economía neoclásica
En tercer lugar, otro debate en el que los austriacos siempre están enfrentados a la economía neoclásica y que se halla en el núcleo de la economía ambiental es el de la eficiencia de Pareto, que deriva de la posibilidad, en la economía neoclásica, de que exista un equilibrio general competitivo, pero que para los austriacos es simplemente una construcción teórica sin respaldo e irrelevante como baremo de análisis para fenómenos reales.
Tal y como conocemos a través de los escritos de Mises, la acción humana se prolonga en el tiempo, con acumulación de conocimiento y generando oferta y demanda constantes y permanentemente cambiantes, por lo que el equilibrio de Pareto en un instante determinado del tiempo resultaría irrelevante. Por ello, manteniéndose fieles a la teoría del valor y coste subjetivos, los austriacos rechazan de frente emplear el equilibrio-eficiencia de Pareto en cualquier análisis, torpedeando la base de flotación teórica de gran parte de la economía ambiental moderna.
Por lo tanto, aunque está claro que no existe una teoría unificada y homogénea de la economía ambiental por parte de la escuela austriaca, sí que existen unos principios, sobre todo metodológicos, que consolidan su oposición a la visión al respecto de la economía neoclásica y, por lo tanto, a la mayoría del policy making actual sobre la cuestión.
Ver también
La deshumanización del medio ambiente. (Adriá Pérez Martí).
Sólo el libre mercado protegerá al medio ambiente. (Daniel Lacalle).
Propiedad privada y medio ambiente. (Juan José Mora Villalón)
1 Comentario
Muy acertada la distinción entre el criterio de Pareto estático (maximizador de un supuesto equilibrio futuro precognoscible, que no tiene sentido salvo para un ser omnisciente) y como cambio en el tiempo (compatible con las enseñanzas de la Escuela Austriaca y con la realidad del proceso económico de mercado –y de conocimiento práctico tentativo asociado e implícito–), paso a paso, por prueba y error.
— Austin Padgett «Cuando la ‘vuelta al futuro’ se convierte en distopía» (pues las cuestiones ambientales son materia también de conocimiento práctico tentativo y ese conocimiento NO lo tiene nunca ex ante los burócratas, no lo pueden tener; los políticos y los burócratas NO son omniscientes… tampoco):
https://mises.org/es/mises-wire/volver-al-futuro-se-transforma-en-distopia
https://mises.org/mises-wire/back-future-morphs-dystopia
Y otro artículo de este mismo autor: https://mises.org/mises-wire/another-reason-why-individual-freedom-so-much-better-central-planning
— Por otro lado, Sapiro et al «What To Know about Project 2025’s (supposed) Dangers to Science»
… sobre los planes en Ciencia de Trump y la Heritage Foundation (¿desmonopolizadores?, contra el deep state or regulatory bureau burocracy)
https://www.scientificamerican.com/article/project-2025-plan-for-trump-presidency-has-far-reaching-threats-to-science/
Abstract del 1er artículo: People who legitimately care about the poor or the environment should not support these federal agencies. The viewpoint that regulations lead to improved standards puts the cart before the horse. If the US regulation of the maximum amount of pesticide residue allowed on produce were imposed on a developing country, that country’s agricultural production would be wiped out overnight [1].
[…] the Government only legally codifies standards after the relevant technology and knowledge has entered the market. They do, however, take credit for the improvement and write the standards in a way that favors the specific practice of a particular industry association or corporate cartel.
REGULATORY RESTRICTIONS slow the rate of innovation BY CREATING BARRIERS TO MARKET ENTRY but also BY PROTECTING CORPORATIONS that operate within the confines of the regulatory standards from legal liability for harming consumers or the environment.
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[1] For instance: Reducing the use of chemicals, when done correctly, saves resources and improves soil quality and yield, but it also requires a great deal of knowledge and technology. Without being able to know exactly when insects will arrive, it may be necessary to spray every day for weeks to minimize the chance of catastrophic failure. Without knowing how to implement a system of crop rotation correctly, the soil will likely degrade over time. Without testing, mapping out, and integrating the soil into the tractor’s spray system, it won’t be possible to limit fertilizer use to the areas that need it.
The regulatory strictness of a country tends to vary directly with its level of economic development because mandates require infrastructure. Eventually, tractor components that can identify and kill weeds with an electric current will largely eliminate the demand for herbicides. A law will then be passed, with much self-congratulation, that bans herbicides, reinforcing the advantages of the bigger players and creating new barriers for the smaller.