Skip to content

La causa última de la riqueza de las naciones: reinterpretando a Adam Smith

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Eduardo Blasco, en su serie de notas sobre Substack, publicó un breve comentario sobre Smith y Menger (Carl Menger vs. Adam Smith). Afirmó que Carl Menger critica erróneamente a Adam Smith al hablar del crecimiento económico. Blasco argumentó que Smith postulaba que la causa última de la riqueza de las naciones era la división del trabajo. Menger, sin embargo, criticó erróneamente a Smith al afirmar que la extensión del conocimiento es la causa última de la riqueza de las naciones, mientras que la división del trabajo es sólo uno de los muchos factores que contribuían al progreso, pero no el último.

Blasco malinterpretó a Smith y, en consecuencia, a Menger. De hecho, como demostraré, Adam Smith, Carl Menger y Eduardo Blasco comparten la misma opinión sobre la causa última de la riqueza de las naciones.

El significado de la riqueza de las naciones

Adam Smith sostenía que una nación puede considerarse rica cuando su capital se acumula continuamente y los salarios aumentan. Para él, la verdadera medida de la riqueza de una nación es el grado de bienestar del mayor número posible de sus miembros. La gran obra económica de Adam Smith, Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, se dedicó a descubrir cómo alcanzar este objetivo.

Adam Smith comienza su libro afirmando que la mayor parte del progreso de la capacidad productiva del trabajo parece deberse a la división del trabajo (p. 33). Para ilustrar esta afirmación, analizó diferentes formas de fabricación de alfileres y observó que un obrero sin formación en la fabricación de alfileres apenas podría producir un alfiler al día. Sin embargo, una fábrica con diez empleados puede producir 48 000 alfileres al día, es decir, 4800 por persona. Para concluir la descripción, reiteró su afirmación inicial y declaró que

la separación de los diversos trabajos y oficios, una separación que es asimismo desarrollada con más profundidad en aquellos países que disfrutan de un grado más elevado de laboriosidad y progreso.

Smith argumentó que el gran aumento de la productividad es consecuencia de la división del trabajo, ya que la especialización propicia mejoras en cuatro ámbitos:

1) El aumento de la destreza de cada trabajador, ya que aprende a realizar mejor una tarea especializada y limitada.

2) El ahorro de tiempo que de otro modo se perdería al pasar de un tipo de trabajo a otro en la producción no especializada.

3) La invención de numerosas máquinas (p. 38).

4) La especialización permite concentrar la producción en fábricas cada vez más grandes. Cuanto mayor es el establecimiento manufacturero, más mentes se dedican a inventar la maquinaria más adecuada para cada tarea. En consecuencia, es más probable que se produzcan innovaciones (p. 136).

Muchos lectores de Adam Smith dejarán aquí su lectura, afirmando que Smith creía que la división del trabajo era la causa última de la riqueza de las naciones.

Sin embargo, Smith continuó investigando la causa última de la riqueza.  En el segundo capítulo de su libro, argumentó que la división del trabajo es una consecuencia y, por tanto, no es la causa última de la riqueza de las naciones. La división del trabajo surge del trueque y el intercambio. El intercambio es lo que permite la división del trabajo, y no al revés (p. 44).

Sin embargo, ni siquiera la capacidad humana de intercambiar y hacer trueques es la causa última de la riqueza de las naciones.

En el Libro Segundo, dedicado a la naturaleza del capital, Smith explica que la acumulación de capital debe producirse primero para permitir la especialización y la explotación de las oportunidades comerciales. La especialización y la división del trabajo solo pueden comenzar cuando un productor «posee existencias suficientes para mantenerse durante meses o años», hasta que el nuevo producto especializado genere ingresos suficientes para mantener al productor y reponer el capital.  En la naturaleza de las cosas, la acumulación del capital debe preceder a la división del trabajo.  El trabajo puede dividirse más solo en proporción a que el capital haya sido previamente acumulado (p. 356).

Sin embargo, Smith aún no ha llegado a la causa última de la riqueza de las naciones.

En el capítulo 7 del libro I, encontramos la causa última de la riqueza de las naciones según Smith. En este capítulo, explica que la invención y la innovación permiten la acumulación de capital.

Así pues, la causa última de la riqueza de las naciones es la capacidad innata del ser humano para inventar nuevos productos o descubrir nuevos mercados, es decir, la innovación, que hace posible la acumulación de capital, la especialización, el comercio y la división del trabajo.

Smith ya había insinuado esta solución en el capítulo I, donde elogiaba la división del trabajo. En ese célebre capítulo sobre la fabricación de alfileres, escribió sobre un niño que construyó una máquina para aliviar su carga de trabajo y utilizó este ejemplo para destacar la importancia de la división del trabajo en la creación de riqueza. De hecho, muchos lectores de Smith han repetido esta pequeña historia para apoyar la afirmación de que la división del trabajo es la fuente última de la riqueza de las naciones, ya que fomenta la innovación incremental. No obstante, Smith aclara en las frases siguientes que los inventos y las innovaciones pueden inducir a la especialización por sí mismos y no solo pueden ser consecuencia de la división del trabajo:

No todos los avances en la maquinaria, sin embargo, han sido invenciones de aquellos que las utilizaban. Muchos han provenido del ingenio de sus fabricantes … Y otros han derivado de aquellos que son llamados filósofos o personas dedicadas a la especulación, y cuyo oficio es no hacer nada, pero observarlo todo; por eso mismo, son a menudo capaces de combinar las capacidades de objetos muy lejanos y diferentes.

Adam Smith. La riqueza de las naciones, p 40.

En el capítulo 7, Smith amplía el argumento explicando cómo la inventiva conduce a la acumulación de capital. Distingue dos tipos de tasas de beneficios: extraordinario y corriente o medio. El beneficio extraordinario surge cuando se es el primero en introducir un invento en el mercado o en descubrir un nuevo mercado. Smith pone como ejemplo un tintorero para ilustrar la importancia de la innovación. Este tintorero, que inventó la posibilidad de producir un color determinado con materiales que costaban la mitad que los habituales, pudo disfrutar del beneficio extraordinario gracias a una buena gestión (p. 103).

El innovador disfruta de beneficios extraordinarios hasta que los competidores detectan la oportunidad de obtener beneficios, lo que provoca la aparición de la competencia y reduce los beneficios a niveles habituales o medios. Una característica del beneficio extraordinario es que su magnitud no puede determinarse mediante la investigación científica, sino que depende del éxito del producto innovador. Sin embargo, Smith postuló que la tasa de beneficio corriente es una magnitud que puede determinarse mediante la investigación científica. La tasa media de beneficio corriente es similar al tipo de interés. Ambos están relacionados con la cantidad de capital invertido, pero la tasa de beneficio corriente tiende a ser superior a la tasa de interés (p. 148).

Teóricamente, era difícil determinar la magnitud exacta de la tasa de beneficio, pero sugirió que el tipo de interés podía servir como indicador de la posible tasa media de beneficio. No obstante, un beneficio razonable debería ser suficiente para compensar las pérdidas ocasionales. Basándose en los informes de los comerciantes, Smith estableció que una tasa de beneficio doble de la tasa de interés se consideraba una ganancia buena, moderada o razonable, que representaba la tasa de beneficio normal o corriente en Gran Bretaña (p. 150).

En el capítulo 8 del Libro I queda claro que el beneficio extraordinario resultante de la acción innovadora conduce a la acumulación de capital. En este capítulo, primero se explica que una economía carente de invenciones es una economía estacionaria caracterizada por el estancamiento del beneficio medio y de los salarios, y se utiliza China como ejemplo. Smith describió una economía estacionaria como miserable, regresiva y melancólica, acompañada de una pobreza generalizada (p. 129). Por el contrario, subraya que los inventos y su aplicación con éxito son los motores últimos de la acumulación de capital, la especialización, el comercio y la división del trabajo, todo lo cual fomenta nuevos inventos e innovaciones.

La acumulación de capital y los beneficios extraordinarios no podrían existir por sí solos, sino que fomentan la competencia por los trabajadores. Smith explica que, para obtener beneficios extraordinarios, el empresario debe contratar nuevos empleados. La competencia por los trabajadores aumenta los salarios y mejora sus condiciones de vida. Smith hizo especial hincapié en que la rentabilidad extraordinaria fue la causa principal del aumento de los salarios y de las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores. Subrayó que la acumulación de capital crea una demanda adicional de mano de obra y que es la causa del aumento de los salarios.

Al demostrar la relación entre beneficios extraordinarios y salarios más altos, Smith llegó a un circulus angelicus: la esperanza de obtener beneficios extraordinarios impulsa a las personas con actitud empresarial a convertirse en proyectistas. La realización de sus ideas induce la competencia por la mano de obra y causa a una subida de los salarios. Los beneficios extraordinarios permiten la especialización y la expansión de la empresa y fomentan la ampliación del mercado. Sin embargo, una nueva oleada de empresarios copia la idea original y reduce el beneficio extraordinario a un nivel normal. Esta caída de la rentabilidad lleva a nuevas innovaciones para restablecer el nivel de beneficio extraordinario. Esta mejora continua conduce a una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y a la creación de riqueza en las naciones.

Menger: la causa última del progreso de la civilización

Menger utilizó el término «progreso de la civilización» para describir lo que Smith quería decir con «riqueza de la nación». Asimismo, Menger criticó la idea de que la división del trabajo es la causa última del progreso de la civilización y, siguiendo su propia lógica, llegó a la misma conclusión que Adam Smith. Es decir, que la causa última del progreso de la civilización es la inventiva humana y la capacidad de innovar. Menger no utilizó las palabras «invenciones» e «innovaciones», pero expresó lo mismo de forma circunspecta: los seres humanos son capaces de investigar y realizar procesos causales entre los bienes para producir nuevos bienes de consumo.  El progreso de la civilización solo está limitado por el alcance del conocimiento humano de las conexiones causales entre las cosas y por el alcance del control humano sobre ellas. 

En cuanto al incentivo relacionado con la inventiva y la innovación, Menger también describió un proceso de obtención de beneficios similar al que conceptualizó Adam Smith. Al hablar del monopolio, Menger argumentó que la primera persona que introduce un nuevo servicio o producto obtiene un beneficio extraordinariamente alto, como un monopolista. Sin embargo, en el caso del mercado libre, la entrada de nuevos competidores que producen el mismo bien reduce el beneficio al nivel más bajo posible.

Por último, Menger sostenía que todos los seres humanos tienen un rasgo empresarial inherente, pero para convertirse en empresarios hay que tener dominio sobre el capital. Además, sostenía que, cuando no se dispone de capital, el crédito ofrece la oportunidad de que las personas emprendedoras se conviertan en verdaderos empresarios y tomen el control del capital para hacer realidad sus ideas:  Cuanto mayor es el crédito, mayores son las posibilidades de que las personas emprendedoras puedan hacerse con el control del capital y hacer realidad sus ideas.

Menger, al discutir el papel del comercio, argumentó que el comercio y el trueque son consecuencia del descubrimiento de cómo satisfacer mejor los deseos humanos, lo que a su vez es consecuencia de la inventiva y no un rasgo inherente al ser humano. Este argumento profundizó la observación de Smith y dejó claro que incluso el comercio y el trueque son fruto de la inventiva humana.

Blasco: la causa última del progreso del crecimiento sostenible

Eduardo utilizó el término «crecimiento sostenible» para describir lo que Smith quería decir con la expresión «riqueza de la nación», o Menger con la expresión «progreso de la civilización».

En su nota de Substack, Eduardo argumentó que lo que permite el crecimiento sostenible es la creación de capital intangible, que es el “extensión del conocimiento” en el lenguaje técnico de la economía dominante.

Conclusión: a pesar de todas las alegaciones, Smith, Menger y Blasco piensan lo mismo.

¿Cuál es la lección de esta reinterpretación basada en una cuidadosa lectura de los economistas más importantes, como Smith y Menger?

La lección más importante es que, a pesar de las lecturas erróneas ocasionales o superficiales, existe una línea principal de economía, como sostienen Michells y Boettke (2017). Los representantes de esta línea principal tienen una visión unificadora de los procesos económicos, a pesar de sus enfoques diferentes de la economía, sus diferencias, interpretaciones erróneas y términos distintos. Esta visión se centra en la firme creencia en el ingenio humano y en su capacidad para superar los retos mediante el uso del pensamiento, la inventiva y las innovaciones. La libertad es la condición clave para aprovechar el potencial del conocimiento humano.

Libertad personal para actuar y libertad de comercio. Una vez que se dan estas dos libertades, los seres humanos crean las instituciones necesarias a través de ensayos y errores, como los mercados, para promover su interés, que, como postuló Adam Smith, fomenta el interés de todos, no solo el de personas especialmente dotadas o codiciosas. La competencia de los mercados empuja a las personas con talento e inventiva empresarial a trabajar no solo en su propio interés, sino también del sociedad. Como expresó Smith: “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio.”

Bibliografía

Menger, C. (1871) Principles of Economics. New York: New York University Press.

Mitchell, M.D. and Boettke, P.J. (2017) Applied mainline economics: bridging the gap between theory and public policy. Arlington, Virginia: Mercatus Center, George Mason University (Advanced studies in political economy).

Smith, A (1776) La Riqueza de las naciones. 1994. Edición. Alianza Editorial: Madrid.

Ver también

Adam Smith, los austríacos y el crecimiento económico. (José Carlos Rodríguez).

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Un panorama tenebroso

Si no se suman más fuerzas contra un gobierno que amenaza nuestras instituciones y nuestra libertad, el panorama se vislumbra tenebroso.

Nazis, aquéllos nuevos ilustrados

Así, el nazismo tenía su Mesías (Hitler), su libro sagrado (Mein Kampf), su cruz (la esvástica), sus procesiones (las concentraciones de Núremberg), su ritual (el desfile conmemorativo del golpe de Estado del Beer Hall), su elite ungida (las SS), sus himnos (el «Horst Wessel Lied»), su excomunión de los herejes (los campos de concentración), sus demonios (los judíos), su promesa milenarista (el Reich de los mil años) y su tierra prometida (oriente).