Georges Clemenceau (1841-1929), es uno de los políticos franceses más singulares de los dos últimos siglos. Izquierdista declarado, aunque demasiado defensor de la propiedad privada y del mercado para ser bien acogido por el izquierdismo y, a la vez, demasiado anticlerical y estatista, como para ser bien recibido entre conservadores y liberales. Su patriotismo, sentido con ardor jacobino, constituyó un impulso para su carrera política, aunque, como alguien dijo, amó a Francia, sí, pero odió a casi todos los franceses de todas las épocas.
Protagonista del Affaire Dreyfus, que conmocionó y dividió a Francia en 1894 (siguió dividida hasta 1958), Clemenceau fundó el Partido Radical francés (1901), partido fundamental en la Francia del siglo XX. Liberal en lo económico y jacobina en lo político, defendía la propiedad privada y el mercado, aunque era muy estatista, y también defendía la libertad, salvo para los católicos, en la católica Francia. El nombre “radical” procede de la prohibición de la palabra “republicano”, por Luis Felipe de Orleans durante su reinado (1830-1848). Para eludirla, inventaron el nombre de “radical”, que adoptarían los republicanos franceses.
Nació Clemenceau en una familia republicana y jacobina de La Vendeè, región de mayoría conservadora y legitimista durante la Gran Revolución. El País de los Chuanes, los guerrilleros legitimistas que se enfrentaron a la revolución, en 1793-1795, novelados por Balzac. Su padre le educó en un republicanismo y anticlericalismo extremados y le introdujo en la masonería. Clemenceau es muy representativo del radicalismo francés[1] y tuvo mucha influencia en España, como en Alejandro Lerroux -fundador en 1908 del Partido Radical español- y Manuel Azaña.
Un francés en Nueva York
Licenciado en medicina, viajó en 1865 a USA. No ejerció la medicina, pues escribió crónicas del final de la Guerra de Secesión USA (1861-1865), para el Paris Temps. La experiencia americana fue trascendental en su formación política. Paseó por Nueva York en los meses finales de la Guerra Civil, y vivió la conmoción general ante el asesinato de Lincoln, entonces el gran apóstol de la libertad. Al terminar la guerra civil, y para mejorar sus rentas, fue profesor de francés.
Al igual que Tocqueville treinta años antes, Clemenceau admiró la pujanza y el bienestar de América, en relación con Europa. Y, como Tocqueville, creyó que el secreto de ese bienestar eran la libertad y la democracia, que permitían a los individuos desarrollar sus opciones vitales sin las trabas de las sociedades europeas y sus rastros y restos del Antiguo Régimen.
Retorno a Francia
Vuelto a Francia, en 1869, su vocación política le llevó pronto a París. Era una gran ocasión: la crisis final del IIº Imperio francés. En julio de 1870 Napoleón III había declarado la guerra a Prusia, pero el 1 de septiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán y el emperador cayó prisionero. Fue el fin de Napoleón III: el 4 de septiembre de 1870, León Gambetta (1838-1882) proclamó la República.
Desde el primer momento, Clemenceau se unió a la agitación a favor de la República. En ese año fue elegido Alcalde del XVIIIº Distrito de París (Montmartre) y, en febrero de 1871, diputado en la Asamblea Nacional. En ella, se opuso a la paz impuesta por Bismarck, que anexionó Alsacia y Lorena a Alemania.
Regresó a Paris en marzo de 1871 y vio la “Revolución de la Comuna”. Igual que otros republicanos, como Gambetta, intentó la mediación entre el gobierno y los revolucionarios, lo que rechazó el gobierno de Thiers (1797-1877). Al no conseguirlo, renunció a su escaño en la Asamblea Nacional, igual que Gambetta. Los Comunards (comuneros) fueron vencidos por Thiers, en mayo de 1871. Cinco años después, en 1876, Clemenceau volvió a ser elegido diputado y, poco a poco, fue ganando el liderazgo de los entonces dispersos republicanos.
La herencia política de León Gambetta
León Gambetta fue uno de los Padres de la IIIª República francesa y del radicalismo francés: el autor del Programa de Belleville (1869), evangelio del radicalismo francés de la IIIª República. De inspiración jacobina, fue intransigente en los derechos individuales y el sufragio universal.
También incorporó una fuerte orientación anti-católica, especialmente en materia educativa, en la que el radical Jules Ferry (1832-1893), durante sus gobiernos (1879-1885), creó el sistema de educación pública y laica en Francia, centrado en la promoción por el mérito. Al morir Gambetta, el republicanismo radical quedó huérfano.
Mas, en la última década del XIX y la primera del XX, los republicanos fundaron el “Partido Republicano Radical y Radical-Socialista”, el 23 de junio de 1901. Fue el comienzo de la época de esplendor del radicalismo francés, que dio a Francia políticos de fuste, entre los que destacó Clemenceau, líder del radicalismo, por su aura de Héroe del Affaire Dreyfus.
El espíritu radical
¿Qué representó el radicalismo? En los debates habidos entre 1889 y 1891, a propósito del Primer Centenario de la Gran Revolución (1789-1889) y, ante las voces críticas que surgieron entonces sobre los excesos revolucionarios, Clemenceau acuño una expresión que se ha mantenido vigente como la posición “progresista” tópica para enjuiciar la obra revolucionaria de 1789: la revolución es un “bloque” del que se acepta todo (incluido el Terror), o todo se rechaza (incluida la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano), y no caben opciones intermedias. Una argumentación utilizada todavía hoy.
En sus relaciones con los políticos, incluido su propio partido, se le fue creando un mote que le acompañaría siempre: el Tigre. Clemenceau era temido por su ironía y su contundencia en la calificación (o descalificación) de sus rivales. La agresiva mordacidad que utilizó con profusión desde los primeros momentos de su entrada en política, contribuyó a su fama, especialmente de “tumba-gobiernos”, pero también le granjeó muchos enemigos.
Su protagonismo en el Caso Dreyfus (1894-1902), el oficial judío acusado falsamente de espiar para Alemania, elevó la fama de Clemenceau a cotas sólo superadas en 1918, tras la victoria en la Iª Guerra Mundial. Fue en el diario de Clemenceau, L´Aurore, donde Zola publicó su célebre artículo “J´acusse”, el 13 de enero de 1898; el mismo título del artículo fue sugerido por él. La exitosa defensa de Dreyfus le valió el más general reconocimiento. El caso Dreyfus sirvió a los radicales de justificación para dictar su dura e incivil legislación anti-católica de 1905 (Combès) y de 1907-1909 (Clemenceau), en un país de abrumadora mayoría católica. Una legislación que envenenó la política francesa de la primera mitad del siglo XX, y que se resolvería a partir de 1958, ya en la Vª República, con la “solución” del gaullista y judío Michel Debré: la República era laica, pero Francia era católica, y ambas realidades debían respetarse.
Un debutante veterano
A partir de 1902, los radicales accederían al gobierno, tras la victoria electoral del Bloque de Izquierdas que encabezaban. Clemenceau fue uno de los primeros ministros radicales de Francia. Un partido de izquierda con tendencias socializantes, pero no obrerista, ni marxista, lo que le facilitó una posición central para dirigir los destinos de la IIIª República francesa, pues podía coaligarse con la izquierda o la derecha, sin problemas.
En febrero de 1906, cayó el Gobierno de Combès, que fue sustituido por el también radical Sarrien. Este nombró a Clemenceau ministro del Interior. Tenía entonces 65 años, pero su energía fue desbordante en su enfrentamiento con el sindicalismo de la CGT. La CGT era un sindicato revolucionario que utilizó entonces con profusión la huelga general, y hasta el atentado terrorista, para subvertir el orden republicano. Cemenceau, tras fracasar sus intentos de acuerdo con la CGT, defendió el orden frente a los disturbios y se ganó el mote de “rompe-huelgas”. No ilegalizó a la CGT, por entender sagrada la libertad de asociación, si bien debía arrestarse y juzgarse a los dirigentes promotores de los desórdenes. Sarrien dudó en mantenerle ante la envergadura de las protestas.
En octubre de 1906, Sarrien dejó el gobierno, mas la defensa que hizo Clemenceau de su política le llevó a ser primer ministro en sustitución de Sarrien, y se mantuvo de “premier” hasta 1909. Después, continuó desempeñando cargos ministeriales hasta 1913. Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, volvió a ser un crítico feroz: fustigó la incompetencia del mando militar, las decisiones equivocadas, el sacrificio inútil de miles de vidas… pero Clemenceau no era un pacifista, sus denuncias eran las de un activo propagandista de la victoria.
El Gobierno de la Victoria
En noviembre de 1917 la situación militar de Francia era dramática y la derrota se vio como posible. Clemenceau, con 76 años, fue entonces nombrado de nuevo primer ministro y configuró un gobierno de su confianza llamado “el Gobierno de la Victoria”. Clemenceau fue rotundo al explicar su política ante la Asamblea Nacional: “En política económica, el objetivo de mi gobierno es ganar la guerra; en política interior, el objetivo de mi gobierno es ganar la guerra; en política exterior, el objetivo de mi gobierno es ganar la guerra; y en política educativa, judicial, de finanzas o laboral, el objetivo de mi gobierno es ganar la guerra”.
En la Segunda Batalla del Marne (julio de 1918), cuando pareció que los alemanes tomarían París, Clemenceau se dirigió a la nación y al mundo desde la capital: “Lucharemos delante de París, lucharemos en París y lucharemos detrás de París (…), nunca nos rendiremos”. Seguro que Churchill leyó ese discurso, pues lo copió para sus vibrantes alocuciones en las horas más difíciles de Inglaterra en la IIª Guerra Mundial. Clemenceau desplegó una gran actividad: visitó los frentes, confraternizó con la tropa, elevó la moral de retaguardia y combatió el derrotismo. Y logró alguno de sus objetivos militares: la creación del Mando Supremo Aliado unificado.
El 11 de noviembre de 1918 Alemania pidió el alto el fuego: era la victoria, y él, “le Père de la Victoire”. Ningún estadista francés ha sido tan popular como lo fue Clemenceau en los días siguientes a la victoria. Pero él no era un diplomático. Su intransigencia en las negociaciones de paz, en Versalles, le valdrá un nuevo mote, “le perdre de la victoire” (perdedor de la victoria). La durísima actitud de Clemenceau en las negociaciones de paz se ha considerado siempre una de las causas de la IIª Guerra Mundial.
La retirada
La popularidad ganada con la victoria le facilitó acceder a Academie Française (1919), pero no duró mucho. En 1919, anunció su candidatura a la Presidencia de la República. Entonces le pasaron factura sus viejos enemigos y se recordó su historial de crítico feroz. En enero de 1920, retiró su candidatura por falta de apoyos. Fue una gran decepción: dimitió de primer ministro y abandonó la política activa.
Hasta su muerte, en 1929, vivió años amargos, pero lúcidos y fecundos, en los que escribió tres interesantes obras: Demóstenes, que rescató del olvido al último defensor de la democracia ateniense antigua, Grandezas y Miserias de una Victoria, defensa de su actuación en la Iª Guerra Mundial, ante los ataques recibidos del General Foch en sus memorias, y también Au Soir de la Pensée (en el ocaso del pensamiento).
Notas
[1] El radicalismo dominó la política de la IIIª República francesa, entre 1902 y 1940. Fundamental en la resistencia anti-alemana (1940-1945), siguió siendo importante en la IVª República (1945-1958), aunque dejó de ser la principal fuerza de la izquierda. Durante la Vª República, desde 1958, se acentuó su declive, aunque conoció un momento postrero de brillo cuando Jean-Jacques Servan-Schreiber (1924-2006), último gran líder radical, intentó darle un giro liberal, entre los años 1969 y 1972.
En 1972, el radicalismo se escindió con la aparición de la llamada “izquierda radical” y el partido continuó su declinar hasta hoy que, reunificado, aún existe, pero ya con muy escasa influencia. Y queda una duda: ¿fue el radicalismo liberal?