Pedro Sánchez retoma el género epistolar (aquí), pero ya no escribe enamorado a la ciudadanía sino que se dirige en exclusiva a los militantes y creyentes del PSOE, sus queridos compañeros y compañeras progresistas y feministas, que están decepcionados, dolidos, indignados, desconcertados, tristes. Pobres: ellos y ellas son gente buena a quienes les repugna la falta de ejemplaridad y el machismo; son víctimas dolientes en estos difíciles momentos y no son responsables de nada. “Contad conmigo. Yo cuento con vosotros.” Y les cuenta un cuento para que se duerman y sueñen tranquilos y felices.
Asegura que el PSOE es un partido decente, comprometido con el interés general y moralmente superior, porque no están a salvo de la infamia de la corrupción, pero reaccionan contundentemente ante ella. O al menos reaccionan cuando la corrupción es pública e innegable, después de haberla negado consistentemente, después de haber puesto la mano en el fuego por los corruptos, después de haber denunciado que eran víctimas de campañas de acoso y linchamiento, después de haber insultado y despreciado a los periodistas que informaron sobre ella, la fábrica de bulos y fango de la fachosfera.
Insiste en que su gobierno es legítimo y critica a la oposición por intentar derribarlo al precio que sea, una derecha malvada que al parecer no tiene proyecto político de país y solo quiere destruir y no construir. Denuncia que se enfrentan a una operación de demolición moral, por procedimientos que conllevan más peligro para la democracia que aquello que pretenden combatir.
No menciona cómo compró votos para gobernar al precio que sea, a cambio de amnistías y pactos con independentistas y herederos de terroristas que antes aseguró que nunca haría. Él no miente, ni falta a su palabra, ni incumple compromisos, solo cambia de opinión.
Tras sus constantes ataques a los jueces y a la prensa tiene la desvergüenza, natural en él, de afirmar que con su gobierno las instituciones funcionan, el poder ejecutivo no interfiere en investigaciones que dependen del poder judicial, y la transparencia ha aumentado.
Alaba a los militantes del PSOE, quienes trabajan y colaboran día tras día para construir un país mejor y un mundo más justo, no como los militantes de otros partidos, que o no trabajan o lo hacen para conseguir un país peor y un mundo más injusto.
Dice que la ciudadanía del país es exigente, pero no les permite manifestar sus exigencias mediante la convocatoria de elecciones, no sea que se equivoquen y voten mal. Apela a la templanza y al debate sereno con quienes quieran sumarse a él para aportar y mejorar. Es tan razonable, tan sensato, tan abierto al diálogo y la reflexión: a todo, menos a permitir que los ciudadanos se expresen mediante el voto, que ahora no toca, las elecciones son cada cuatro años y nunca se adelantan.
Asegura que no hay un sistema podrido cuya reforma haya que abordar políticamente: o no hay podredumbre, o la que hay no es un asunto político aunque implique a ministros, secretarios de organización del PSOE y familiares del presidente del gobierno.
Defiende que la corrupción se combate con mejores medios y las herramientas adecuadas, mientras se niega a dar más medios a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil e insiste en el control político de una fiscalía a la que quiere dar más poder porque… ¿la fiscalía, de quién depende?
Recuerda que la oposición tiene a su disposición una herramienta prevista en nuestro ordenamiento,
como la moción de censura. Por algún motivo no menciona que él tiene otra, la moción de confianza, quizás adecuada para estos momentos de agitación e incertidumbre.
No deja pasar la ocasión de mencionar a la ultraderecha que presuntamente odia, legitima la violencia y es incompatible con los valores fundamentales de la democracia, el progreso, los derechos y las libertades. No tiene ningún problema con la ultraizquierda en su gobierno, aunque en el pasado asegurara que le quitarían el sueño si gobernaran, porque ellos son todo amor, paz, sabiduría, progreso, derechos y libertades.
Recuerda lo mucho que han conseguido y lo que queda por conseguir con trabajo y políticas públicas justas, modernas y eficaces, de las cuales al parecer solo ellos son capaces. Véase por ejemplo lo que han conseguido con la vivienda, y lo que les queda por conseguir. Tiene claro que merece la pena seguir luchando con la misma ilusión y ganas que el primer día: esta vez no necesita tomarse unos días de reflexión. Él no ha venido a ocupar un sillón, pero lo ocupa y se aferra a él para mejorar la vida de la gente, esa gente cuyo voto actual le conviene no conocer.
No perdamos la perspectiva: no prestemos tanta atención a la corrupción, distraigamos al público con otras cosas. Es momento de coherencia, de claridad y de orgullo. Y de ilusión, de mucha ilusión: del concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. Pedro Sánchez es un maestro de la ilusión.
Pide perdón y no dimite, en contra del Pedro Sánchez de hace años cuando estaba en la oposición, esa persona diferente que aseguraba que en política no se pide perdón sino que se dimite.