Una pregunta que muchas veces se hace es si sirven para algo nuestras teorías, más allá del conocimiento o del mero disfrute intelectual. No es una ideología pensada para ayudar al gobernante a tomar decisiones u orientar sus políticas (ya he señalado anteriormente que es muy difícil afrontar este programa desde el propio estado); por lo tanto, son conocimientos difícilmente aplicables en trabajos gubernamentales, aunque me consta que muchos trabajadores públicos comparten estas visiones.
Tampoco es un saber práctico, como la medicina, la ingeniería o muchas ramas del derecho que permitan obtener ingresos en el mercado. ¿Sería entonces solo una teoría, muy bien explicada, pero sin relación alguna con la realidad? Esto es, consistiría en una suerte de utopía, eso sí, argumentada desde la teoría económica austríaca y la filosofía política del anarquismo. Algo de esto, sin duda, hay, pero creo que tiene bastante más utilidad de lo que a simple vista parece.
A estas doctrinas se acostumbra a llegar desde una aplicación a todos los ámbitos de la vida social de los principios económicos liberales, en especial los de la escuela austríaca, aunque algunos, muchos menos, lleguen desde la teoría política. Esto implica una crítica al intervencionismo en todos los ámbitos, sin excluir ninguno, a diferencia de los liberales clásicos que reservaban al estado algunos espacios.
Conocer las ideas del anarcocapitalismo implica, por lo tanto, tener nociones básicas de economía austríaca, algo que sí es de mucha utilidad a personas de otros oficios e incluso a empresarios e inversores, además de a muchos economistas graduados, cansados de la falta de realismo de los modelos formales que dominan los currícula académicos en nuestra universidad. También implica, causado por los numerosos debates que tenemos con los defensores de otros idearios, sean estos lejanos o próximos a los nuestros, un conocimiento de la lógica de funcionamiento de los estados modernos.
Se trata de entender la política sin romanticismos, sin edulcorar, y también sus inconsistencias, de tal forma que también sirve de advertencia a quienes confíen en las promesas del gobierno. Por ejemplo, un inversor que quiera planificar una cartera aprendería mucho sobre cómo los estados llevan a cabo sus políticas impositivas, incumpliendo promesas o haciendo lo contrario de lo prometido. También pueden detectar ciclos económicos o procesos inflacionarios, sabiendo que estos son deliberadamente causados, aun en sus inicios, permitiéndoles tomar posiciones y defenderse de sus efectos.
Incluso podrá aprender su doble lenguaje y aprenderá a predecir sus consecuencias, pues en muchas ocasiones la realidad es todo lo contrario de lo que dicen. Véase, por buscar ejemplos cercanos, cuando niegan una crisis económica en ciernes, cuando minimizan las posibles consecuencias de una pandemia, diciendo que van a ser unos pocos casos, o explicando cuáles son las verdaderas causas de un apagón. Estudiar los principios de la razón de estado nos llevará a aprender que la salvación del estado es la ley suprema y que engañar al pueblo por el bien de la república no solo es legítimo, sino conveniente.
Esto no es algo nuevo, sino algo conocido desde hace siglos por todos aquellos que estudian la teoría del estado desde una perspectiva no normativa. Recomiendo un viejo libro, el durante siglos oculto Oráculo Manual de Baltasar Gracián o su traducción moderna Las 48 leyes del poder de Robert Greene. La concreción práctica es que cualquier delito u ofensa, penado si el que lo comete es un individuo privado, si es cometido por el estado se transforma casi inmediatamente en un acto virtuoso.
Otro debate podría ser el de si es útil para ayudar a los gobernantes en la toma de decisiones políticas. Primero hay que resaltar que la influencia de los economistas en la determinación de la política económica es relativamente menor de lo que se acostumbra a pensar, porque el proceso de toma de decisión política no sigue el orden comúnmente aceptado sino el inverso. Esto es, el orden lógico sería estudiar y analizar un problema económico, luego comparar y valorar las posibles soluciones alternativas al mismo y finalmente, tras el estudio y el análisis, aconsejar al político la que entienden como mejor. El buen político, según el pensamiento dominante, se dejará aconsejar y adoptará esa medida en aras del bien común.
Muchas veces la realidad no se ajusta a ese modelo. Lo más frecuente es que el actor político tome una decisión, muchas veces en tiempo real y sin análisis previo, y luego encargue a algún economista de su círculo de asesores que la justifique y argumente de cara a la opinión pública. Una vez establecido este principio no podemos negar el papel que juegan las ideas, incluso en la formación de intereses del propio político. Este es normalmente una persona que trae consigo alguna cosmovisión y lo normal es que la aplique; lo mismo acontece con los actores económicos relevantes en el país. Y estas ideas son habitualmente las dominantes en su propia época.
Lo que sí es probable es que el decisor político encuentre funcional alguna teoría que le pueda servir para justificar sus decisiones y se abra así un proceso de cambio en el mundo de las ideas. Fue lo que aconteció con el keynesianismo. Las propuestas de Keynes ya habían sido ensayadas por Hoover, antes de ser formuladas de forma elaborada por el economista inglés, y este encontró en ellas una legitimación científica a lo que él entendía como una necesidad de hacer algo ante la Gran Depresión de 1929.
Lo extraño es el caso del presidente argentino, Javier Milei, quizá por la relativamente escasa presencia de economistas o científicos sociales entre los puestos políticos de primer nivel, en el que un profesor de economía con ideas claras decide llevar a cabo un programa fuertemente influido por ideas anarcocapitalistas y elaborar políticas influidas por ese ideario. Es más frecuente que algún gobernante convencional encuentre en las ideas del liberalismo económico argumentos para poder movilizar al electorado y justificar un cambio con las políticas fracasadas del pasado, aunque después esos cambios se sustenten en bien poco. Ya hemos visto a numerosos políticos que se presentaron con plataformas liberales —en España tenemos experiencia en eso— y, una vez conseguido el triunfo, abandonarlas a la primera dificultad que se encontraron, y no solo eso, dejar a sus países con un nivel de impuestos y regulaciones mayor que el que habían recibido en herencia.
El liberalismo moderado puede ser más razonable y menos utópico que las propuestas libertarias, pero me gustaría saber cuáles han sido sus logros con tanta sensatez y buen tino. En España o Francia, con el supuestamente liberal Macron, no dejan de subirse los impuestos, incrementarse las regulaciones o alterar los mercados laborales, sin que encuentren contestación seria por parte de las fuerzas que dicen representar estas sensibilidades.
No solo eso, colaboran entusiastas con las regulaciones impuestas desde la Unión Europea, con todas sus agendas y sus proyectos centralizadores, en la línea de instaurar un estado europeo, cada vez más autoritario y antidemocrático, con todo lo que esto implicaría para la posibilidad de instaurar reformas verdaderamente liberales, que por definición solo pueden ensayarse a pequeña escala, y solo después ser imitadas si procediese. No sé quién es más utópico al final, pues los reformistas liberales no solo no han conseguido revertir el estatismo sino que parecen haberlo acentuado, y por cierto con medidas nuevas, como el decrecimiento, o las regulaciones energéticas o ambientales promovidas por la UE.
Los idearios anarcocapitalistas, en cambio, pueden paradójicamente servir para conseguir reformas liberalizadoras, de lograr que estas se difundiesen entre sectores significativos de la sociedad. Muchos historiadores económicos afirman que las reformas de corte socialdemócrata que se llevaron a cabo en muchos países occidentales durante el siglo XX respondían al temor de sus gobiernos a que triunfasen programas comunistas en sus países.
De la misma forma, la existencia de propuestas ancap podrían hacer que los gobiernos acepten reformas tibias, pero en una dirección liberalizadora ante el temor de que triunfen programas en esa línea. Además, si las propuestas son de máximos, como en el caso argentino de Milei, la negociación se haría sobre términos mucho más concretos, quedando el punto medio más escorado hacia propuestas libertarias que si se partiese desde el centro liberal.
Además, habría que recordar que algunos desarrollos tecnológicos actuales parten de las ideas ancap. Por ejemplo, buena parte del desarrollo de la criptografía en internet se debe a la oposición de muchos programadores a la interferencia del estado en el mundo digital. Steven Levy, en su libro ya clásico Cripto: cómo los informáticos libertarios vencieron al gobierno y salvaguardaron la intimidad en la era digital, relata cómo los libertarios de los 90 se opusieron a la pretensión de Al Gore de permitir al gobierno federal acceder sin trabas a las comunicaciones de internet.
Fruto de ello fue el desarrollo de técnicas criptográficas adecuadas para proteger la intimidad de las comunicaciones. En esta línea, la aparición del blockchain y la moneda basada en esta tecnología, el bitcoin, también puede ser explicada como una reacción frente al poder estatal, en este caso el que se deriva de su monopolio de la creación de moneda. Cansados de la continua manipulación del dinero por parte de los gobiernos, uno o varios programadores (aún no está claro quién es Satoshi Nakamoto) pensaron una plataforma digital que permitiese crear una moneda independiente de cualquier poder político, y de ahí surgieron el bitcoin y otras criptomonedas.
No nacieron como activo de especulación o como inversión, sino como herramienta para limitar y reducir el poder estatal. Y no tengo duda de que desde el anarcocapitalismo no dejarán de aparecer nuevas propuestas en esta línea, haciendo buena la idea de que para la práctica no hay nada mejor que una buena teoría.
Serie ‘Sobre el anarcocapitalismo’
- (I) Rothbard como historiador de la derecha americana
- (II) Tamaño y grupos de presión
- (III) ¿Más o menos Europa?
- (IV) Sobre la defensa europea centralizada
- (V) Anarquía en la Iglesia Católica