La situación de los incendios forestales en España, ha vuelto a sacar los colores a nuestro glorioso Estado geriátrico del supuesto bienestar. Vuelve a demostrar que su gestión de las emergencias es nefasta y que, todo ese saqueo al que nos somete hasta el día 18 de agosto, no vale para absolutamente nada más que las fotitos y los lamentos.
Esta vez no hemos visto (aún), imágenes de nuestros políticos embarrados. De hecho, todo lo contrario, se ha debatido el porqué no estaban desde el primer momento en el frente. Ante esta posición, se vuelve a confirmar que la política no es gestión económica o pública, sino gestión de emociones. El político ‘trabaja’ cuando pisa el terreno donde ha ocurrido una desgracia, pues aunque sea ocasionada por su negligencia, al menos, está ahí. La gente es feliz con muy poco, y por eso, el debate establecido por el lado negligente (esta vez las autonomías) era que Sánchez estaba en un palacio mientras España ardía. Todas estas maniobras responden a lo mismo de siempre en este maldito estado de grises. La culpa es de todos y es de nadie y, por tanto, toca echarse las culpas para que se olvide pronto.
Los que hemos vivido de cerca los incendios, no estamos para estas discusiones; esto viene de lejos. La falta de gestión forestal de la masa vegetal que tenemos en nuestros montes nos condena a lo que estamos viviendo, ‘megaincendios’, como diría el flamante presidente francés, Emmanuel Macron.
Evidentemente, para el urbanita común, es mucho más sencillo culpar a los que quieren poner placas solares, o a los malvados especuladores que quieren usar el suelo para hacer viviendas. Curioso, pues, en ambos casos lo único que quieren es buscar un culpable acorde a su idea política, porque la realidad es que al habitante del mundo urbano le importa un rábano, la verdadera causa del incendio, y eso, el político lo sabe.
Por poner un poco en contexto al lector, y de paso, en caso de ignorancia, enseñar, voy a decir algo clave para que ningún político les engañe: comprar 15 camiones y 10 aviones anfibios no soluciona nada. Como tampoco lo hará, que se destinen miles de millones a replantar. El problema, como dije anteriormente, no es que el bosque se queme, algo que es natural y necesario, sino que, lo haga como un campo petrolífero, algo, que por mucho avioncito con agua que se ponga, no se puede evitar si no hay gestión forestal.
Esta, hablando de manera que todo el mundo lo entienda, consiste en que aquello que la naturaleza nos dispone, sea empleado para provecho humano, así como crear las barreras necesarias para que, en caso de catástrofe, sea lo menos grave posible. Ejemplos son la ganadería, la recogida de madera, el adecuación de los terrenos forestales privados, el desbroce de los alrededores de un pueblo… Todas estas acciones, desarrolladas de manera sostenible, contribuyen tanto a la seguridad humana como a conservar los lugares naturales. Es decir, la gestión forestal es el punto medio entre conservación y aprovechamiento del entorno natural.
Esto último se ve trastocado cuando no hay quien pueda desarrollar esas acciones. El éxodo rural y la falta de habitantes, así como las regulaciones y el aumento de actividades como la ganadería intensiva, hacen que sea inviable o poco rentable mantener los montes cuidados. Asimismo, no podemos pretender que lo que antes hacían los habitantes de un pueblo, lo sigan haciendo con 80 años.
En España, se produjo un aumento del 60-70% de la masa forestal durante el franquismo y los años 80. La España que conocemos hoy en día con tal cantidad de zonas verdes y bosques no tiene nada que ver con la que había hace 90 años. De hecho, si les preguntan a sus abuelos o personas mayores de su entorno si vivían en un pueblo, les podrán confirmar que los pinos que se encuentran alrededor de su pueblo fueron plantados por ellos. Evidentemente, para que no ardan brutalmente, no deben darse las condiciones para que lo haga, esto es, un monte sin gestionar donde la maleza crece por todos los lugares y no hay límites donde pueda dejar de arder.
Todo lo anterior conlleva que debe haber alguien que mantenga los bosques. Por una parte, pueden ser los bomberos forestales; sin embargo, resulta inviable tener tal cantidad que mantengan todos los montes. Por tanto, la opción más sensata y lógica es que los propios habitantes de las zonas deben mantenerlo. Sin embargo, o no hay habitantes, o los que hay, encuentran graves trabas burocráticas.
Teniendo esto en cuenta, me aventuro a decir que, si no se empieza a volver a las viejas costumbres – al monte privado, el aprovechamiento y conservación libre, volver al entorno rural, o al menos no poner trabas a quiénes siguen o quieren vivir allí–, a tratar bien a los bomberos forestales – que no estén a base de bocatas de mortadela de dos lonchas, mientras el político de turno se marcha a su palacete a gozar el verano–, y también, a dejar de creer en el político, de pensar que papá Estado estará en la catástrofe y que el monte no lo debe regular quién vive allí, y si el que no sabe distinguir un jabalí de un cerdo… Deberemos aceptar, que España vuelva a ser un país mucho más amarillo o marrón, que verde.
Termino mandando un fuerte abrazo a todos aquellos que han perdido sus tierras, sus casas y sus montes por las llamas. No debemos olvidar tanto a aquellos que han perdido sus vidas luchando contra los incendios, como tampoco debemos dejar de señalar y perseguir a quienes han creado las condiciones perfectas para que murieran.