Los males del sistema sanitario socialista

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Hay algunos sectores que, a pesar de ser privados, se sienten socialistas. Y que algo se sienta socialista es un buen indicio de que detrás de ese sector hay enormes regulaciones y presiones políticas.

¿Cómo se siente el socialismo?

Como un trámite y una limosna. Cuando tratamos con la policía, el ayuntamiento o las oficinas públicas, tenemos esa sensación de que la persona que nos atiende no trabaja por ni para nosotros. No somos su cliente, y ella no tiene incentivos para complacernos. En teoría ofrecen un servicio a la ciudadanía, pero en la práctica sentimos que estamos pidiendo un favor, que los estamos molestando o incomodando a un funcionario que siempre esta ´´agobiado´´. El servicio no se adapta a tus necesidades ni suele buscar hacerlo, la información es imprecisa y difícil de encontrar, el horario es limitado y, si el funcionario está de mal humor o tú cometes un mínimo error, puede complicarte todo el proceso si quiere. Y tú no podrás hacer nada. Una manera sencilla de constatar este fenómeno es buscar en Google Maps las valoraciones que los usuarios dan a los ayuntamientos, comisarías o centros de la seguridad social: la mayoría no supera una puntuación de tres sobre cinco.

Los trabajadores del sector privado también se cansan, tienen malos días o deben seguir protocolos, pero rara vez te hacen sentir de esa forma. Cuando un servicio privado te hace sentir como uno público, muy probablemente estás frente a un sector profundamente intervenido.

La banca es el mejor ejemplo, en casi cualquier país. Aunque las entidades sean privadas, suelen ofrecer pocas soluciones y muchos inconvenientes: atención deficiente, información opaca o incompleta, procesos lentos. La competencia entre bancos está limitada por las licencias bancarias, las exigencias regulatorias y las restricciones sobre qué operaciones pueden hacer con sus clientes. Todo eso reduce su capacidad de innovar y adaptarse a las necesidades cambiantes de quienes usan sus servicios.

El socialismo se siente así porque te obliga a utilizar sus servicios, eliminando la competencia y exigiendo el cumplimiento de sus normas. De allí el deterioro gradual de los servicios y sus instalaciones, como ocurre con la policía, las universidades o los hospitales públicos, o, en otros casos, el encarecimiento artificial, como pasa en los aeropuertos, donde se simula un mercado libre mientras los usuarios están forzados a consumir a sobreprecio porque no pueden salir de allí ni elegir otra opción.

El caso de la sanidad pública o privada (hiperintervenida)

El caso de la sanidad es particularmente preocupante porque el hecho de haberse socializado y estatalizado de esa manera no solo la ha llevado a un estado crítico de escasez y carencias constantes, sino que ha destruido su naturaleza humanista y la calidad del servicio.

A pesar de que los políticos europeos y buena parte de la ciudadanía alardean de su sanidad pública, en comparación con la estadounidense donde supuestamente los pacientes mueren en las puertas de los hospitales por no tener dinero, la realidad es que la sanidad europea es profundamente burocratizada. En muchos casos los pacientes no tienen capacidad de decidir sobre el servicio que reciben, les cuesta practicar medicina preventiva o buscar segundas opiniones. Son atendidos en consultas de quince minutos y enviados a casa con tratamientos prescritos de forma general, sin considerar las particularidades de cada caso. Y todo esto ocurre tanto en la sanidad pública como en la privada por seguro.

La medicina privada y colectivista

Thomas Szasz (1976) explica que la situación médica privada y bipersonal ofrece un marco que garantiza al paciente el tiempo, el esfuerzo y la reserva que considera necesarios para ser atendido, y al mismo tiempo permite que el médico administre su trabajo dentro de los límites de su tiempo y energía. Este tipo de relación, que implica un vínculo humano y confidencial, está estrechamente ligado al sistema económico capitalista. En ese contexto, el juramento hipocrático tenía sentido, pues el médico ejercía su profesión como un agente libre, vendiendo su pericia a quienes podían pagarla y ayudando a los pobres sin recibir remuneración. La relación privada no solo aseguraba una mejor atención, sino que también preservaba la dignidad y la intimidad del paciente, aspectos profundamente humanos que desaparecen cuando la práctica médica se colectiviza.

La sanidad pública o privada, hiperintervenida, carece de ese contrato bipersonal entre médico y paciente. En estos sistemas, el tiempo que el profesional puede dedicar a cada persona está previamente determinado por la administración o por la aseguradora, no por la necesidad del enfermo ni por el criterio médico. Esto impide levantar una historia médica completa que considere los antecedentes familiares, personales y emocionales del paciente de manera integral.

A primera vista, esto puede parecer insignificante si concebimos la medicina desde una racionalidad técnico-instrumental, donde lo importante es cumplir procedimientos y optimizar recursos más que comprender al paciente. Pero la salud, tanto ´´física como mental´´, es un ámbito lleno de matices, donde cada caso requiere una comprensión exhaustiva. Para obtener una imagen completa del paciente, el médico necesita tiempo, atención y una relación de confianza, algo que en la práctica actual resulta casi imposible. Una historia médica bien hecha puede tomar hasta dos horas, un lujo impensable en los sistemas públicos o asegurados que miden la atención médica en intervalos de quince minutos.

El segundo tipo de situación terapéutica, la asistencia médica pública, rompe por completo ese vínculo. En este sistema, el médico deja de ser un agente del paciente para convertirse en un empleado de la institución o del Estado. Su responsabilidad ya no es principalmente con el enfermo, sino con sus superiores o empleadores, y por tanto su motivación se orienta hacia ellos antes que hacia la persona que atiende. Como señala Szasz (1976), en la sanidad pública no puede desarrollarse una relación verdaderamente privada ni confidencial, porque el médico está sometido a un aparato jerárquico y burocrático. La atención se vuelve un trámite más dentro del sistema, donde la prioridad es cumplir con las exigencias de la administración, no con las necesidades del individuo.

El seguro de salud introduce, según Szasz (1976), un fenómeno nuevo que combina los defectos de ambos modelos. Ya no es un sistema plenamente privado ni público. El médico deja de ser agente exclusivo del paciente y pasa a responder también ante la compañía de seguros. En teoría, esta intermediación permitiría una atención más accesible, pero en la práctica produce el mismo efecto que la medicina pública: destruye la relación bipersonal, íntima y reservada entre médico y paciente. El profesional puede actuar en favor del enfermo o en su contra, dependiendo de las exigencias del contrato o de la aseguradora. Esta ambigüedad moral, donde el médico no sabe con certeza de quién es agente, deshumaniza la práctica médica y convierte el acto terapéutico en un proceso impersonal, regulado y vigilado por terceros.

El resultado de esta hiperintervención, tanto estatal como aseguradora, es que el paciente deja de ser sujeto y pasa a ser objeto. Ya no es alguien que busca ayuda y establece un vínculo de confianza, sino un caso administrativo dentro de un sistema que mide el tiempo, el costo y la rentabilidad del tratamiento. La medicina, que nació como un arte profundamente humano, termina reducida a un engranaje burocrático donde el sufrimiento se gestiona como si fuera un trámite.

Por una sanidad privada, humana e integral

Devolverle a la medicina su condición original requiere, ante todo, liberalizar su mercado. No se trata solo de permitir la oferta privada, sino de abrir el acceso a nuevos centros de formación médica, liberalizar el ejercicio profesional, facilitar la comercialización de medicamentos, permitir el trabajo de médicos con títulos extranjeros e incorporar la inteligencia artificial en los distintos niveles del sistema de salud.

Los seguros privados, entendidos como una forma de socialización voluntaria del servicio sanitario, no son en sí mismos una mala solución. El problema es que han surgido para compensar los fallos de la oferta pública y, en consecuencia, se ven obligados a operar bajo las mismas normas y limitaciones del sistema estatal. Antes de la expansión de la medicina pública, existieron alternativas más libres y comunitarias. Los grupos de ayuda mutua, las fraternidades y algunos sindicatos ofrecían a sus miembros una forma voluntaria y organizada de compartir los riesgos de enfermedad, combinando solidaridad y responsabilidad individual.

Como describe David Beito (2000) en From Mutual Aid to the Welfare State, en Estados Unidos las fraternidades de ayuda mutua imitaban el modelo cosmopolita de las sociedades amistosas británicas. Cada agrupación contrataba a un médico cuyo salario dependía del número de miembros afiliados. Los asociados obtenían atención médica personalizada, incluidas las visitas a domicilio, aunque debían pagar por separado los medicamentos. El funcionamiento de estas sociedades iba mucho más allá de la atención sanitaria. Elegían anualmente a un empresario funerario que asumía la responsabilidad de los entierros, y a un boticario encargado de surtir las recetas médicas. Los contratos se pagaban por persona afiliada, lo que generaba un sistema transparente y estable de incentivos. Además, la gestión de estas organizaciones dio origen a una nueva figura profesional: los llamados society mechanics, hombres y mujeres capacitados en procedimientos administrativos, contabilidad y liderazgo. Muchos de ellos, especialmente afroamericanos, encontraron en estas funciones una vía para mejorar su posición económica y ganar prestigio dentro de sus comunidades.

Lo notable de este modelo es que, sin intervención estatal ni grandes corporaciones aseguradoras, logró articular salud, solidaridad y autonomía. La medicina, en ese contexto, era un servicio personal, íntimo y comunitario, sostenido por la confianza mutua y la responsabilidad compartida. El deterioro de esa estructura y su reemplazo por sistemas públicos o asegurados marcaron el tránsito hacia una medicina despersonalizada, burocrática y cada vez más lejana del paciente.

Bibliografía

Beito, D. T. (2000). From mutual aid to the welfare state: Fraternal societies and social services, 1890-1967. Univ of North Carolina Press.

Szasz, T. S. (1976). El mito de la enfermedad mental. In El mito de la enfermedad mental

Miguél Solís
Author: Miguél Solís

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