Las disyuntivas dentro de nuestros teoremas políticos son tan amplias como profundas. Podemos hablar de izquierdas y derechas, de cultura y tradición, o de los constantes roces entre democracia y liberalismo o nacionalismo y libertad. Sin embargo, es precisamente en esta última tensión donde surge una dificultad particular: no tanto en definir los conceptos, sino en comprenderlos. El problema del nacionalismo contemporáneo parece ser el mismo de siempre: su distorsión. Como ocurre con tantas ideas políticas, la práctica termina corrompiendo la teoría, y la política —en su afán por apropiarse de lo que le pertenece al individuo por derecho natural— destruye buena parte de su significado original.
Pero entonces, ¿puede el liberalismo realmente sobrevivir sin una comunidad nacional que lo sostenga? ¿Es posible hablar de una nación libre sin caer en los peligros del nacionalismo político? ¿Hasta qué punto la soberanía nacional es compatible con el orden espontáneo que defiende el liberalismo? Y, sobre todo, ¿cómo evitar que la defensa de la identidad cultural se convierta en un proyecto planificado, contrario a la libertad misma?
Estas y otras interrogantes guían el presente trabajo, cuyo propósito es trazar un mapa conceptual que permita entender el lugar de la nación y del nacionalismo dentro del pensamiento liberal, especialmente en la tradición de la Escuela Austriaca de Economía, con los aportes de Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek.
Lo haremos a través de dos vías: mis propias reflexiones y el diálogo con el doctor en Economía Olav Dirkmaat, cuya mirada contribuye a repensar si es posible una nación libre, sostenida en el orden espontáneo y no en la planificación política.
La nación y su degeneración: el contraste entre Mises y Hayek
Podríamos decir que la nación, en su sentido más natural, es el terreno donde florece la libertad; mientras que el nacionalismo, cuando se vuelve ideología estatal, puede ser su degeneración.
En este contraste, Mises y Hayek ofrecen miradas complementarias:
- Mises defendía el derecho de autodeterminación de los pueblos, pero rechazaba el nacionalismo expansionista o racial: “El liberalismo no conoce pueblos dominantes ni dominados[1].”
- Hayek, en cambio, reconocía que la libertad necesita una tradición cultural que la sostenga, pero advertía que “el nacionalismo militante no es más que otra forma de planificación social.[2]”
Así, ni Mises ni Hayek fueron enemigos de la nación, sino del nacionalismo cuando se convierte en ideología de Estado. La conversación con Olav Dirkmaat que sigue explora precisamente esa frontera: el límite entre la pertenencia natural a una comunidad y su instrumentalización política.
Diálogo con Olav Dirkmaat: la nación libre y sus límites
¿Puede el liberalismo sobrevivir sin una comunidad nacional que lo sostenga?
El origen del liberalismo y su vínculo con la nación
“El liberalismo nace dentro del contexto del nacionalismo”, explica Dirkmaat. Mises, en Nación, Estado y Economía, describe la nación como una comunidad lingüística con rasgos culturales comunes y con el derecho de autodeterminación.
Según Olav, dentro de ese nacionalismo “cosmopolita” se gestaron el capitalismo y el liberalismo. Cita el caso de los Países Bajos, donde la independencia frente a España permitió fundar una cultura nacional basada en derechos individuales. “En el Tratado de Utrecht —recuerda— los derechos de los holandeses se reconocen como individuales, frente al potencial tirano. Esa es la raíz liberal de nuestra identidad nacional”.
¿Cómo distinguir entre nación y nacionalismo?
El riesgo del colectivismo y el nacionalismo mal entendido
Para Dirkmaat, el nacionalismo “no es antiliberal en sí mismo”, pero su fama fue manchada por el siglo XX, cuando se transformó en ideología colectivista. “Se bajó al individuo en la jerarquía y se exaltó la raza o la etnia por encima de la libertad”.
Explica que el verdadero nacionalismo liberal no busca enfrentamiento ni pureza racial: “Cuando uno sabe a qué comunidad pertenece, puede tener relaciones pacíficas con otras. Es un nacionalismo que se abre al mundo”.
En su opinión, el error del siglo pasado fue convertir la nación —un orden espontáneo— en un instrumento de conquista y exclusión.
¿Qué papel juega la soberanía —monetaria, política o cultural— en una nación libre?
Autodeterminación y supranacionalismo
“La soberanía tiene sentido solo cuando los individuos pueden ejercer sus derechos, primero como personas y luego como nación”, afirma.
Critica la creciente pérdida de soberanía frente a estructuras supranacionales como la Unión Europea: “Cada vez más decisiones sobre una nación se toman en otras naciones, y eso es un problema”.
Así, retoma la idea misesiana de que la autodeterminación debe ser tanto individual como colectiva, pero siempre voluntaria y libre de imposiciones externas.
¿Podemos decir que la nación es un orden espontáneo?
Hayek y la nación como producto cultural
“Sí”, responde con convicción. “Hayek lo escribe claramente: la nación es un orden espontáneo, como lo es el idioma”.
Explica que de la lengua derivan el derecho, la ciencia, las costumbres y hasta el modo de pensar. “Cuando una comunidad lingüística surge orgánicamente, eso es una nación.”
El problema, sostiene, fue que en el siglo XX el Estado tergiversó ese orden espontáneo para justificar políticas colectivistas como el proteccionismo o el mercantilismo.
¿Cómo evitar que la defensa de la nación se convierta en un proyecto planificado?
La responsabilidad cultural y el papel de la política
“Hay que mantener fuera la política”, afirma sin titubeos. “Debemos despolitizar la identidad nacional, pero también asumir responsabilidad.”
Reconoce que la izquierda “ha ocupado mejor los espacios culturales y artísticos”, mientras que en Occidente —pese a su éxito histórico— muchas personas “rechazan su propia cultura”. “No son orgullosos de su nación, y ahí existe un gran problema”, concluye.
Conclusión
El nacionalismo, como tantos conceptos políticos, ha sido víctima de la instrumentalización del poder. Pero, más allá de la política, conserva una raíz legítima: la necesidad humana de pertenecer, de compartir un idioma, una historia y una cultura común.
Como señaló Olav Dirkmaat, el desafío es despolitizar la identidad nacional y reivindicar su dimensión cultural y espontánea, libre de coerción.
En mi opinión, muchos conceptos —como el de democracia o el de nación— se han degradado al convertirse en consignas. La democracia, que pudo ser un medio para educar la opinión, terminó exaltada como “la mejor forma de gobierno”; y el nacionalismo, que pudo ser un orgullo de origen, se transformó en una etiqueta ideológica.
Tal vez el punto medio esté, como sugerían Hayek y Mises, en una nación libre que se reconozca como producto de la cultura, no del poder.
Bibliografía
- Hayek, F. A. (1960). Los fundamentos de la libertad. Madrid: Unión Editorial.
- Mises, L. von. (1919). Nación, Estado y Economía. Madrid: Unión Editorial.
[1] Véase Nación, Estado y Economía, 1919
[2] Véase Los fundamentos de la libertad, 1960


