León XIV y Rerum novarum: de la revolución industrial a la era digital (VI)

Tags :
Share This :

En el artículo anterior de esta serie, en la que estamos intentando confrontar los planteamientos liberales con la Doctrina social de la Iglesia (DSI), esto es, el magisterio de esta en todo lo relacionado con las cuestiones políticas, sociales y económicas, hasta ahora hemos visto, fundamentalmente, los aspectos en los que parecen coincidir, aunque ya hayamos apuntado a que los fundamentos últimos son muy distintos. Toca ahora, sin embargo, entrar en las cuestiones más espinosas, en las que s ve lo incompatible de ambas posiciones. Y para ello vamos a empezar, como ya apuntábamos en el artículo anterior, por el problema del consumismo, o, dicho de otra manera, sobre la respuesta que, una y otra postura, dan a preguntas básicas: qué se debe producir -qué, cómo y para quién- y qué se debe consumir.

La producción y el consumo, según el liberalismo

El hombre es incapaz de satisfacer por sí mismo todas sus necesidades, debiendo recurrir a otros hombres para obtener las cosas o servicios que les faltan, a cambio de otras cosas o servicios que pueden ofrecer[1]. Así, la reiteración de actos de intercambio individuales va generando, poco a poco, el mercado[2], a medida que progresa la división del trabajo dentro de una sociedad basada en la propiedad privada, de forma que el intercambio sólo se llevará a cabo si cada uno de los contratantes valora en más lo que recibe que lo que entrega[3].

Con la aparición del intercambio indirecto, y la ampliación del mismo gracias al uso del dinero[4], en todo intercambio se pueden distinguir dos operaciones: una compra y una venta, y se precisan los tipos o razones de intercambio, que todo el mundo expresa mediante los precios monetarios,  que, en definitiva, no hacen sino fijar, entre márgenes muy estrechos, las valoraciones del comprador marginal, y las del ofertante marginal que se abstiene de vender, y, de otro, las valoraciones del vendedor marginal y las del potencial comprador marginal que se abstiene de comprar[5]. De ahí la trascendencia de los precios en las economías capitalistas y de mercado, ya que los mismos facilitan una información esencial para ordenar la producción de forma que se atiendan de la mejor manera posible los deseos de los consumidores que concurren al mismo.[6]

El problema surge precisamente ahí, en si realmente el objetivo de las empresas es “satisfacer los deseos de los consumidores que concurren al mercado” y si los consumidores deben consumir aquello que les apetezca sin ninguna otra limitación. ¿El objetivo de las empresas es servir y satisfacer -y como daño colateral se enriquecen- o “enriquecerse” -y para eso tienen que servir y satisfacer-? ¿Qué deseos hay que satisfacer? ¿Cualesquiera deseos? ¿Los más perentorios? Si las empresas tuviesen algún tipo de capacidad de “manipulación” en la gente, ¿tienen incentivos para fomentar la aparición, o aumento, de los deseos de la gente para vender más? ¿en qué tipo de deseos se centrarían? Esas son las preguntas que, desde la Doctrina social de la Iglesia, subyacen al analizar las dinámicas sociales que crea el sistema capitalista liberal.

No se puede negar que el propio León XIII, en Rerum novarum (RN), es radical y tajantemente antisocialista, se opone con contundencia a la lucha de clases y defiende con claridad la propiedad privada (puntos 2-11 RN). De hecho, el capitalismo es definido -y defendido- con claridad por documentos relevantes de la DSI, como Centesimus Annus (1991), por ejemplo, donde, en su punto 42, se señala expresamente que:

 ¿Se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre» (Centesimus Annus, 42).

La cuestión que debemos analizar es, sin embargo, como decíamos, si la propia dinámica económico-social que se pone en marcha en un sistema capitalista-liberal es conforme con la visión del hombre y del mundo defendida por la Iglesia. Al final, al igual que hace la Escuela de la Elección Pública, estudiar el sistema de incentivos que se crean en un sistema es esencial para entender y criticar dicho sistema. La Escuela de la Elección Pública estudia el sistema de incentivos y de generación de información que se crea en distintas estructuras e instituciones para demostrar la ineficiencia de las estructuras gubernamentales; la cuestión de los incentivos es también importante para analizar, desde la perspectiva de la Doctrina social de la Iglesia, el sistema capitalista liberal.

La producción y el consumo desde la doctrina social de la Iglesia

Según la Doctrina social de la iglesia, deben producirse todos aquellos bienes que los recursos escasos permitan para la satisfacción de las necesidades humanas, favoreciendo “el progreso técnico, el espíritu de innovación, el afán por crear y ampliar nuevas empresas, la adaptación de los métodos productivos, el esfuerzo sostenido de cuantos participan en la producción; en una palabra, todo cuanto puede contribuir a dicho progreso” (Constitución pastoral Gaudium et Spes, punto 64). Pero también se afirma, en el mismo punto del documento, que la productividad no es un fin en sí misma, ya que:

La finalidad fundamental de esta producción no es el mero incremento de los productos, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio del hombre, del hombre integral, teniendo en cuanta sus necesidades materiales y sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas; de todo hombre, decimos, de todo grupo de hombres, sin distinción de raza o continente. De esta forma, la actividad económica debe ejercerse siguiendo sus métodos y leyes propias, dentro del ámbito del orden moral, para que se cumplan así los designios de Dios sobre el hombre.

Y es que, en relación con lo que afirmábamos anteriormente sobre la satisfacción de necesidades, los distintos papas, entre ellos Pío XII, se esforzaron por distinguir entre las necesidades “reales” y las necesidades “aparentes”, o “excitadas artificialmente” por la publicidad, para distinguir también entre las necesidades “prioritarias, preferentes o preeminentes”, de las “accesorias” e incluso de las “indeseables”, hasta el punto de que Juan Pablo II, en un viaje a Canadá llegó a manifestar, que:

 Las necesidades de los pobres son de mayor prioridad que los deseos de los ricos; los derechos de los obreros son de mayor prioridad que el de maximizar ganancias; la conservación del medio ambiente es de mayor prioridad que la expansión industrial desenfrenada; la producción para satisfacer las necesidades sociales es de mayor prioridad que la producción con propósitos militares[7].

Y ello hasta el punto de que, según la DSI, “hay necesidades de tal rango que constituyen verdaderos derechos fundamentales de la persona, indispensables para salvaguardar la dignidad humana, la solidaridad social y la justicia” [8].

Así, como resume Alfonso Cuadrón[9], no puede dejarse la finalidad económica a la lógica del sistema o de los mecanismos ciegos del mercado, o dirigida a la producción y acumulación de riquezas, asentada en el móvil del propio beneficio o interés, como tampoco consiste, la finalidad económica, en procurar un bienestar puramente económico, ya que, como recordaba Pío XII en su discurso a los campesinos italianos, en noviembre de 1946, que: “ocurre con demasiada frecuencia que no son las necesidades humanas según su importancia natural y objetiva las que regulan la vida económica y el empleo del capital sino, por el contrario, son el capital y su interés de adquisición los que determinan qué necesidades y en qué medida deben satisfacerse”[10], recordando Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus Annus, ya citada, punto 34:

Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son «solventables», con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son «vendibles», esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos. Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad.

En el contexto del Tercer Mundo conservan toda su validez —y en ciertos casos son todavía una meta por alcanzar— los objetivos indicados por la Rerum novarum, para evitar que el trabajo del hombre y el hombre mismo se reduzcan al nivel de simple mercancía: el salario suficiente para la vida de familia, los seguros sociales para la vejez y el desempleo, la adecuada tutela de las condiciones de trabajo.

Conclusión

En la presente entrega hemos constatado lo que ya se vislumbraba en entregas anteriores: el capitalismo liberal no es tan compatible, según parece, con la Doctrina social de la Iglesia, ya que, según hemos visto, en aquel se generan una serie de dinámicas contrarias a los postulados de dicha DSI, y a partir de unos incentivos que, para esta, son perversos. En la próxima entrega profundizaremos en esta cuestión de los incentivos tratando de responder a si es justa o no la crítica de la DSI a los planteamientos capitalistas liberales.

Notas

[1] Ballvé, Faustino, Los Fundamentos de la Ciencia Económica, Madrid, 2012, pág. 59.

[2] Siendo el mercado competitivo (junto con el sistema monopolista discriminador en el que el oferente pide precios distintos por el mismo bien a los distintos optantes) el mecanismo de asignación de recursos más eficiente, tal y como explica con claridad Varian, en su Microeconomía Intermedia, 3º Edición, Madrid, 1993, págs.. 16 y siguientes, en las que explica el concepto de eficiencia en el sentido de Pareto, señalado que “una situación económica es eficiente en el sentido de Pareto si no existe ninguna forma de mejorar el bienestar de un grupo de personas sin empeorar el de ningún otro”.

[3] Como señala Mises en su El Socialismo, pág. 121, “sólo se puede contar por medio de unidades, pero no puede existir unidad para medir el valor subjetivo de uso de los bienes (…) el juicio de valor no mide, sino diferencia, establece una gradación”.

[4] Tal y como señala Mises en su Acción Humana, pág, 479, “el intercambio interpersonal se denomina cambio indirecto cuando entre las mercancías y servicios que, en definitiva los interesados pretenden canjear se interponen uno o más medios de intercambio (…) Cuando un medio de intercambio se hace de uso común, se transforma en dinero”.

[5] Mises, Acción Humana, pág. 395 y 396.

[6] Mises, Acción Humana, pág. 473.

[7] Citado en “Justicia económica para todos”, documento elaborado por la Conferencia episcopal norteamericana, 1997, punto 94.

[8] “Manual de Doctrina social de la Iglesia”, Cuadrón, Alfonso, Coord., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993, pág. 409.

[9] En el capítulo 16 del Manual citado.

[10] Citado en “Manual de Doctrina social de la Igleisa”, Cuadrón, Alfonso, Coord., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993, pág. 410.

Serie ‘León XIV y Rerum novarum: de la revolución industrial a la era digital’

(I)(II)(III)(IV) (V).

Deja una respuesta