A menudo, la historia nos presenta casos de un éxito deslumbrante en un área específica que parece desafiar las expectativas o la capacidad general de un sistema. Esta concentración de logros puede generar un espejismo que oculta una fragilidad subyacente. Se crea la sensación de que “algo funciona” excepcionalmente bien, atrayendo admiración y, a veces, ceguera ante las deficiencias del conjunto. Sin embargo, este fenómeno no es un triunfo aislado, sino el síntoma de un diseño sistémico defectuoso: la centralización absoluta, que distorsiona incentivos, ignora conocimiento disperso y genera dependencias crónicas. Para desentrañar esta dinámica, examinaremos casos históricos y contemporáneos, integrando críticas económicas clásicas con extensiones modernas.
El caso cubano: una potencia médica con pies de barro
Durante décadas, Cuba se posicionó como una potencia médica mundial. Lo logró, no necesariamente porque sus profesionales superaran a los del primer mundo, sino porque consiguió resultados de alta calidad con recursos limitados. Esto era un hecho que llamaba poderosamente la atención, y defensores del modelo cubano a menudo lo citan como prueba de equidad universal: médicos exportados a 60 países generan divisas (alrededor de 6.000 millones de dólares anuales en la década de 2010), financiando un sistema “gratuito” accesible para todos.
Sin embargo, este éxito se alcanzó a través de una hiperconcentración de recursos y talento en el sector de la salud, a menudo a expensas de la infraestructura básica, la calidad de vida general, o incluso otras áreas vitales de la economía. En esencia, se construyó una vitrina brillante mientras el resto del edificio se deterioraba lentamente.
La dinámica de la dependencia infinita
Un problema fundamental en este modelo es la falta de incentivos a la sostenibilidad. Se podría concebir que, al aportar muchos recursos a un área en su “arranque”, esta luego logre la autosuficiencia y camine sola. La realidad es opuesta. Un sistema que basa su éxito en la asignación arbitraria y centralizada requiere de un líder centralizador que envíe recursos casi infinitos de forma constante para que siga funcionando.
Volviendo al caso de la medicina pública “gratuita” como la cubana, al eliminar el mecanismo de mercado y la competencia, se anulan los incentivos a la eficiencia, la innovación descentralizada y la mejora continua que no dependa de la orden o el subsidio del centro.
Aquí entra la crítica de Israel Kirzner, de la Escuela Austríaca: la centralización suprime la “alerta emprendedora”, esa capacidad dispersa de individuos para detectar y explotar oportunidades locales, como desarrollar tratamientos nicho u optimizar suministros[2]. En Cuba, la innovación médica se estanca —con solo 200 patentes anuales frente a miles en EE.UU.[5]—, convirtiendo el sector en un consumidor permanente de recursos. Además, como advertía Murray Rothbard en su análisis de ciclos económicos, la distorsión intertemporal (priorizar consumo inmediato sobre inversión futura) genera deuda crónica: el “éxito” en salud financia un brillo superficial, pero agota el capital humano y físico, transformando la concentración no en una fuente de riqueza, sino en un pozo de gasto estructural[4].
La ascensión brillante y la caída sin culpa
La dinámica de estos sistemas sigue un patrón trágico:
- La Ascensión: Se caracteriza por el éxito visible y focalizado, mantenido por la inyección constante de recursos a un punto específico. La narrativa es positiva y el orgullo es alto. Un paralelo ilustrativo es el programa espacial soviético del Sputnik (1957): con el 4% del PIB dedicado a cohetes, la URSS logró el primer satélite y el primer hombre en el espacio, eclipsando a Occidente temporalmente. Este triunfo atrajo admiración global, pero drenó fondos de sectores esenciales como la agricultura, exacerbando hambrunas en los años ’60[6].
- La Caída: El colapso es la consecuencia a largo plazo de la desatención y el desamparo de todo lo demás. Cuando la estructura general se vuelve insostenible, la joya de la corona también empieza a resquebrajarse. Lo más desconcertante es la aparente ausencia de responsables directos. Nadie sabe “exactamente qué fue lo que sucedió”, porque la causa no fue un error puntual o un líder en particular, sino la falla sistémica crónica de asignación de recursos inherente al diseño centralizado.
El principal responsable
Tras la caída, la explicación fácil suele ser culpar a factores externos o a los “malos líderes” que estaban al mando. Esta narrativa es simplista y desvía la atención del problema estructural.
El líder concentrador no es necesariamente el incompetente, sino el líder centralizador que, con la intención de crear un éxito visible y potente, toma la decisión fundacional de dirigir todos los recursos a un solo lugar. Él es el principal responsable por diseñar y mantener la estructura que inherentemente genera el fallo grave del sistema al anular las señales del mercado y el conocimiento disperso, tal como lo advirtieron economistas de la Escuela Austríaca.
- Corto Plazo: Éxito espectacular en un área.
- Largo Plazo: El desamparo de las demás áreas, que se traduce en una base económica y social débil, insostenible y propensa al colapso.
El líder centralizador es quien, paradójicamente, siembra la semilla de la destrucción en su búsqueda de la perfección focalizada.
La dinámica de la dependencia personal y el desgaste del poder
El problema central es el sistema que se genera alrededor de una persona. Cuando el sistema es reciente, esta persona o la capacidad del poder centralizado es máxima, permitiendo movilizar recursos rápidamente y generar el éxito inicial.
Sin embargo, a medida que pasan los años, el sistema se somete a su propio desgaste. La capacidad de decisión centralizada se ve sofocada por la burocratización, el agotamiento de recursos de la base económica debilitada y la fuga de talento —un “efecto tragedia de los comunes” en capital humano, donde el bien compartido (talento nacional) se sobreexplota sin recompensas individuales[7]. Si bien la dependencia del centro se intensifica para “parchear” las crisis, la capacidad real de ese liderazgo para ser eficiente y sostenible disminuye constantemente, acelerando la espiral de fragilidad.
La advertencia aiberal ignorada: inviabilidad por diseño
Esta dinámica de la sobre-concentración y la falla sistémica no es un descubrimiento reciente. Diversas corrientes de pensamiento, especialmente las de corte liberal, han advertido históricamente sobre los peligros del control excesivo y la planificación centralizada. La crítica fundamental, articulada por figuras como Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, es que la centralización impone una ignorancia estructural:
- Imposibilidad de Cálculo Económico (Mises): Sin la propiedad privada y la libre formación de precios en el mercado, el planificador central es incapaz de realizar un cálculo económico racional[3]. Los precios son la herramienta esencial que indica escasez y valor; sin ellos, el sistema no puede distinguir entre un logro productivo y un simple derroche de recursos.
- Ignorancia del Conocimiento Disperso (Hayek): Ningún centro puede recopilar el conocimiento local, tácito y cambiante que está disperso entre millones de individuos [1]. Al centralizar la decisión, se garantizan errores de distribución crónicos, donde el éxito de unos pocos se compra a costa de la ruina de la mayoría.
La realidad del colapso sistémico se convierte, así, en la validación tardía de estas advertencias sobre los peligros de un poder y una asignación de recursos sin contrapesos ni distribución.
Conclusiones definitivas
El Espejismo del Éxito Concentrado no es una tragedia impredecible, sino la consecuencia lógica e inevitable de un error de diseño fundamental: la centralización absoluta.
El Éxito Focalizado es Destructivo: El logro visible en una única área es, en este contexto, la prueba tangible de la destrucción de valor en todo el resto del sistema, financiando un brillo superficial con la insostenibilidad estructural.
La Causa es la Ignorancia Estructural: El fracaso final no se debe a un error humano de mala voluntad, sino a la arrogancia epistémica del líder que cree poder dominar la complejidad de un sistema sin las herramientas esenciales: el conocimiento disperso y el cálculo económico.
El Colapso es la Única Certificación Posible: La caída sistémica no es un evento fortuito, sino la sentencia inapelable de un sistema que ignoró las leyes de la economía. El derrumbe de la joya de la corona es, en última instancia, la única manera en que la realidad certifica, de forma tardía y brutal, que la planificación centralizada es intrínsecamente inviable.
Referencias
1.Hayek, F. A. (1945). “The Use of Knowledge in Society”. American Economic Review, 35(4), 519-530.
2.Kirzner, I. M. (1973). Competition and Entrepreneurship. University of Chicago Press.
3. Mises, L. von. (1920). “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”. En Collectivist Economic Planning (ed. F. A. Hayek, 1935). George Routledge & Sons.
4. Rothbard, M. N. (1963). America’s Great Depression. D. Van Nostrand Company.
5. Fuentes de datos: World Intellectual Property Organization (WIPO). (2023). World Intellectual Property Indicators. https://www.wipo.int/publications/es/details.jsp?id=4650
6. Nove, A. (1992). An Economic History of the U.S.S.R. (3ra ed.). Penguin Books.
7. Hardin, G. (1968). “The Tragedy of the Commons”. Science, 162(3859), 1243-1248.


