La verdadera fábrica de Santa Claus es la cooperación voluntaria

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De niños crecimos escuchando la historia de Santa Claus y su fábrica de juguetes en el Polo Norte, aquella que debía ser operada por duendes y hacer realidad la carta que miles de niños escribían a Santa Claus. Pero detrás de cada juguete no hay magia centralizada, sino millones de decisiones libres encadenadas. La magia navideña es, en realidad, el resultado de la cooperación voluntaria entre millones de personas, que hace posible que cada obsequio llegue a manos de alguien más.

Comprender la cooperación voluntaria y el intercambio indirecto es fundamental, aunque hoy parezca un concepto extraviado. Esto no es casualidad, ya que las ideologías estatistas lo han distorsionado al eliminar los incentivos, la propiedad y los precios reales que permiten coordinar acciones humanas dentro de una sociedad. El intercambio indirecto es tan complejo que, aunque quisiera, jamás podría llegar a conocer a la última persona que se encuentra en la cadena. Manuel F.  Ayau diría que no bastaría la experiencia de muchas vidas para comprender cómo funcionan los mecanismos que permiten coordinar la cooperación voluntaria dentro de una sociedad desarrollada.

La magia navideña es, literalmente, el milagro de la cooperación. Sin ella, sería imposible comprar u obsequiar regalos de cualquier tipo, y mucho menos podríamos encontrar abundancia, diversidad y calidad de productos como a los que estamos acostumbrados. Ningún Estado o burócrata podría planificar la producción de millones de juguetes en millones de tamaños, colores o variaciones. Es tan simple como entender que no poseen la cantidad de información necesaria para hacerlo. Jamás podrían saber las valoraciones personales de cada individuo; es decir, qué prefieren, cuántos quieren, qué color, tamaño, diseño, estilo, etc. Hayek enseña que ese conocimiento está disperso en millones de mentes, inaccesible para cualquier burócrata, por más buenas intenciones o títulos académicos que tenga.

Además, ningún ministerio podría anticipar la demanda de diciembre. ¿Cómo lo haría? El Estado no produce; es incapaz de poder actuar desde una perspectiva de mercado. Aun si intentara planificar, se toparían con el obstáculo del cálculo económico, ya que le sería imposible tener señales que le indiquen cuánto producir, a qué costo o para quién. El cálculo económico es lo que hace posible que empresas y emprendedores puedan ajustar la producción a la demanda. Dicho en otras palabras, el Estado, al no producir y carecer de propiedad privada sobre los medios de producción, tampoco puede generar precios de mercado; por eso es incapaz de realizar el cálculo económico. Ningún ministerio, por más técnicos que tenga, puede anticipar la demanda de diciembre. Solo el mercado, mediante millones de decisiones individuales y precios en constante cambio, coordina esa información. Entregarle esa responsabilidad al Estado sería un desastre.

«Para gustos, colores», dice el refrán, y no puede ser más cierto en una humanidad de casi ocho mil millones de individuos. Cada persona carga con un universo propio de preferencias, estilos, necesidades y caprichos que cambian con el tiempo y con el contexto. Intentar imaginar esa diversidad ya es un desafío; pretender organizarla desde un escritorio es una quimera. La creatividad que observamos en el mercado —nuevos productos, diseños, servicios, innovaciones constantes— es el resultado directo de esa libertad de elegir y de crear. Allí donde cada individuo puede actuar sin coerción, florecen ideas que ningún burócrata podría anticipar.

Por eso, ningún planificador central puede reemplazar la creatividad descentralizada del mercado. La planificación, por definición, restringe posibilidades e impone. El Estado carece de los incentivos, la información y la libertad necesarias para generar la variedad que solo emerge cuando millones de personas toman decisiones independientes.  Es imposible que una oficina gubernamental genere la riqueza de ideas que producen millones de mentes actuando simultáneamente en busca de fines personales.

Así que, esta Navidad, cuando recibamos un regalo u ofrezcamos uno, recordemos que poseemos en nuestras manos el trabajo voluntario y combinado de miles de millones de personas alrededor del mundo, que incluso se remota a años previos a nosotros mismos. La magia navideña no vive en el Polo Norte, sino en la libertad de millones de personas cooperando sin conocerse. Eso sí que es un milagro, y que gratificante ser parte de ello.

Michelle Molina
Author: Michelle Molina

Estudiante de Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (EPRI) en la Universidad Francisco Marroquín. Colaboradora en iniciativas orientadas a la promoción de las ideas de la libertad y economía de la Escuela Austriaca.

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