Aborregados

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El pasado 25 de julio la Fundación BBVA hacía público su "Estudio sobre la Conciencia y Conducta Medioambiental en España". Según las conclusiones del mismo, "se revela la existencia de una conciencia medioambiental extendida en la sociedad española" de forma que "los valores ecológicos han desplazado una visión más materialista de la naturaleza como simple objeto de uso y explotación para el beneficio del ser humano. La naturaleza sería un medio puro y bello cuyo equilibrio puede resultar fácilmente alterado por la acción del ser humano".

Por otra parte, "está tomando forma una conciencia global de los problemas medioambientales y los ciudadanos perciben con igual intensidad e inquietud problemáticas globales y locales". Además, "el rango de problemas medioambientales que preocupan a los españoles es muy amplio destacando los incendios forestales, la contaminación, la escasez de agua dulce, el cambio climático y las centrales nucleares", para seguir, "el ecologismo de la sociedad española se mueve en un plano declarativo y no se plasma con claridad en acciones y disposiciones concretas. La extensión de prácticas ecológicas que requieren cierto esfuerzo y no reportan beneficios inmediatos para el individuo es todavía limitada".

Sin embargo, las conclusiones toman un cariz si cabe más inquietante: "los ciudadanos esperan que los poderes públicos ocupen un lugar medular en el cuidado y protección del medio ambiente. El desafío atañe sobre todo al Gobierno central, visto todavía como responsable principal de la resolución de los problemas medioambientales", "rechazan medidas de protección medioambiental basadas en mecanismos fiscales y de precios" pero "el rechazo es relativamente menor cuando se trata de regulaciones de tipo restrictivo que limiten el uso de determinados objetos, como el coche, o el consumo de bienes naturales, como el agua". Se destaca al final que existe "una relación significativa entre el nivel de estudios de los entrevistados y la práctica de comportamientos afines al medio ambiente: la información y educación medioambiental podrían jugar un papel destacado de cara a promover el compromiso con conductas ecológicas".

Lo cierto es que todo esto es bastante alarmante, todo apunta una sociedad que avanza hacia el intervencionismo y por ende al totalitarismo, en algunos casos disfrazado de democracia. El primer punto destacable es el cambio de valores, de los tradicionales, donde el hombre ocupaba un lugar destacado sobre el resto de las especies, avanzamos hacia otros donde ocupa un lugar parecido o incluso inferior, situación que poco o nada tiene que ver con el cuidado del entorno. Esto abre la puerta a nuevos totalitarismos donde el conservacionismo justifique medidas, no sólo que impidan el desarrollo de las sociedades sino su involución.

Otro aspecto relevante es el éxito del mensaje ecologista, el cambio climático, la demonización de la energía nuclear, la escasez de los recursos, el supuesto bajo costo de las energías alternativas son mensajes que han cuajado hasta el punto de que son aceptados por la mayoría de los encuestados sin cuestionarlos. Precisamente, se subraya que son las personas con mayor nivel de estudios las de mayor concienciación ecologista, lo que demuestra que la repetición del mensaje junto a su inclusión en los planes de enseñanza, es un hecho contrastable y que la educación pública, y en buena medida la privada cuyos contenidos vienen impuestos por los poderes estatales, se convierte así en una poderosa herramienta de adoctrinamiento. El ciudadano piensa que debe ser el Gobierno el que solucione los problemas medioambientales, paradójicamente dentro de la línea de no asumir las propias responsabilidades que caracteriza el colectivismo, pero además es que está dispuesto a aceptar leyes que restrinjan sus propias libertades pues tiene la certeza de que éstas suponen un bien mayor. Toda esta situación es el caldo de cultivo perfecto para justificar cualquier cambio legislativo o reglamentario que mine nuestra libertad y además con la complicidad del administrado

Este intervencionismo es aplaudido por la mayoría de los medios de comunicación cuando tratan los temas medioambientales. Es sintomático que se destaque que el español es sólo ecologista "de boquilla" puesto que no está dispuesto a pagar más por ciertos productos o a que le suban los impuestos para acometer proyectos medioambientales, es decir que lo más destacable y reprochable es la rebeldía del que se queja de las subidas de impuestos o precios o de los que no realizan una serie de actividades, como son el reciclaje o el ahorro energético, que supuestamente favorecen un futuro medioambiental más adecuado. Por enésima vez se identifica la libertad con el egoísmo y la coacción y la obligación se justifica en aras del bien común.

Ante tan desoladora encuesta sólo cabe decir que queda mucho camino por recorrer para que la libertad se convierta en uno de los más preciados valores y que en esta carrera, los intervencionistas y los totalitarios nos sacan varios cuerpos de ventaja.