América y las diez tribus perdidas de Israel

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En una escueta mención en La Sinagoga Vacía (Premio Nacional de Ensayo de 1988), Gabriel Albiac daba cuenta de una insólita teoría sobre el origen de los nativos americanos. La tesis, comúnmente aceptada como historia verdadera en la Europa de los siglos XVI Y XVII, consistía en afirmar la ascendencia judáica de los amerindios, a los que se consideró los descendientes de las Diez Tribus Perdidas de Israel. Los indios habían considerado dioses a los españoles y los españoles, a cambio, asignaron a los indios una genealogía hebraica, en justa reciprocidad.

En tiempos recientes, el mexicano Enrique Krauze ha escrito algunas páginas acerca de esta singular historia, en varias de sus obras. Una historia que permite aproximarse y conocer mejor la mentalidad con que los españoles se acercaron a los amerindios para cristianizarlos e incorporarlos a la civilización, como súbditos de la Corona de España. 

Un enigma milenario

Al morir el Rey Salomón (1030-930 a. C.), su reino se dividió en dos: el Reino de Israel, con capital en Samaria, y el Reino de Judá, con capital en Jerusalén. En el de Israel vivieron las tribus de Rubén, Simeón, Leví, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón y José. En el de Judá lo hicieron las tribus de Judá y Benjamín, y una gens de la tribu de Leví, que quedó en Jerusalén por razón de que los “levitas” eran los responsables de atender el culto y el cuidado del Templo, que quedó en el reino de Judá. Ambos reinos serían finalmente destruidos y sus habitantes deportados.

El reino de Israel, cayó en el año 722 (a. C.), y su población fue llevada a Nínive; el reino de Judá despareció en el año 586 (a. C.), conquistado por el Imperio Babilónico, y su población conducida a Babilonia. Al caer el Imperio Babilónico, en el 539 (a. C.), ante los persas de Ciro el Grande (600-530 a. C.) los judíos de Babilonia, tribus de Judá, Benjamín y parte de los levitas, pudieron retornar a Israel. Pero los judíos deportados a Nínive, cuando ésta fue destruida en el 612 (a. de C.), se esfumaron para siempre dejando en el aire el enigma de su destino final.         

El descubrimiento de América abrió grandes debates en Europa. Los más importantes fueron los relativos a la condición de los habitantes del Nuevo Mundo: si eran humanos y, en caso afirmativo, cuáles eran sus derechos y cuál su condición de súbditos de la Corona. Cuestiones que abrieron el camino al moderno Derecho de Gentes y están en la base de la doctrina de los derechos humanos. Francisco de Vitoria (1483-1546), Bartolomé de las Casas (1474-1566) y Ginés de Sepúlveda (1490-1573), entre otros muchos, protagonizaron el inicio de estos debates. Pero no todo fue teología, derecho y filosofía. También se plantearon problemas antropológicos, lingüísticos, de ciencias naturales, etc.

El origen de los amerindios

El gran problema antropológico fue determinar la procedencia u origen de las poblaciones amerindias. Las informaciones sobre sí mismos de los indígenas no eran muy fiables. Los aborígenes, cuando eran interrogados sobre esas cuestiones, manifestaban ser descendientes del Sol, surgidos de la tierra por generación espontánea u otras explicaciones poco verosímiles. Pero la pregunta acerca de su origen pronto encontraría una primera respuesta.

En la época, los textos bíblicos gozaban de total autoridad, razón por la que los primeros autores buscaron explicaciones en la Sagrada Escritura. Las primeras hipótesis se abrieron rápidamente paso y se difundieron ampliamente. En 1535, se publicó en Sevilla la Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra, Firme del Mar Océano, de Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), Primer Cronista Oficial de Indias, nombrado como tal por Carlos I de España. Oviedo fue el introductor de la tesis extra-americana, para explicar el origen de los pobladores americanos, idea finalmente acertada, aunque su acreditación definitiva requirió siglos de estudio.

La obra de Fernández de Oviedo disparó las hipótesis. Se consideró a los amerindios descendientes de los pobladores de la mítica Atlántida, o de los troyanos huidos de los griegos, o de los cartagineses, que así serían los primeros descubridores de América. Incluso se les hizo descender de los navegantes egipcios, hipótesis apoyada en las construcciones piramidales de mexicas, mayas y olmecas, que recordaban las pirámides de Egipto. Pero la hipótesis que se impuso durante los primeros ciento cincuenta años, tras la conquista, fue la que hacía de los indios americanos los descendientes de las diez tribus perdidas de Israel.

La hipótesis de los dominicos: el Códice Durán

El dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566) alcanzó notoriedad por su polémica con Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), a propósito de la conquista de América. Fue la llamada Controversia de Valladolid (1550-1551), sobre los derechos de los indígenas, en la que se debatieron los títulos de España para la conquista. Un debate algo tardío, pues los dos grandes imperios americanos, el Azteca y el Inca ya habían sido conquistados. También se atribuye a las Casas la autoría de la hipótesis hebraica para explicar el origen de los nativos amerindios.

La fama de las Casas, procede sobre todo de su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, publicada en 1553 y pieza fundamental de la Leyenda Negra anti-española. Obra llena de exageraciones, cuando no de datos erróneos y falsedades, dedicada al Príncipe Felipe (Felipe II), para el mejor gobierno de las Indias. La mayor parte de los datos de su obra son falsos o muy exagerados. Mas su gran autoridad -“apóstol” de los indios-, facilitó la difusión de la tesis del origen hebraico de los aborígenes, como refuerzo en defensa de los nativos. Aunque hay quien cuestiona que fuese Bartolomé de las Casas el principal inspirador de la hipótesis.

En la Historia de las Indias de Nueva España, o Códice Durán, del también dominico fray Diego Durán (1537-1588), se formuló expresamente esta hipótesis. La historia de Durán abundó en referencias a la Biblia en relación con los pobladores de México. Pero no trató de establecer una relación simbólica, metafórica o alegórica, sino histórica. Durán creyó que los indios de México eran de linaje hebráico. Durán llegó a México de niño en 1542, cuando aún estaban muy recientes las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, en 1531, hecho que acredita la conversión en masa de los nativos: Hernán Cortés conquistó México, en 1521, y 10 años después, los indios conversos tenían, apariciones de la Virgen.

Dificultades de la hipótesis hebraica

Análogo planteamiento se encuentra en el Origen de los Indios del Nuevo Mundo, obra del también dominico Gregorio García (1575-1627). Impresa por primera vez en 1607, la obra conoció varias ediciones. Aunque su estudio se dedicó a los indios del Perú, mencionó también la cultura mexica y agrupó a todos los pueblos precolombinos en una tesis unificadora. El Libro Tercero de su obra se dedica a probar “cómo los indios proceden de los hebreos de las diez tribus que se perdieron”. García estableció además las posibles rutas de acceso de las tribus perdidas, comparado su viaje a América con Moisés y el éxodo de los judíos de Egipto.

Durán y García no fueron los únicos autores que acudieron al Viejo Testamento para responder al misterio del origen de los indios. Con base en el libro I de los Reyes, alguno identificó a América con Ofir, el lugar bíblico del oro y las piedras preciosas. En 1656, en el Perú, el teólogo y jurista Antonio de León Pinelo (1595-1660), considerado precursor del “indigenismo”, abundó en el concepto al sostener que el Edén bíblico, el Paraíso Terrenal, se localizaba en las selvas peruanas, cuna de Adán y Eva. Surgía así una nueva hipótesis explicativa, pues el origen de la humanidad se situaría de este modo en América, y no en otros continentes, como hasta entonces. Una hipótesis que daría mucho de sí, al llegar los siglos XIX y XX, en el arranque del indigenismo.

Por el contrario, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), misionero franciscano, en su rigurosa y fundamental obra sobre el México precolombino, Historia General de las cosas de la Nueva España, ni siquiera mencionó la hipótesis del origen hebráico de los indios. Frente a los dominicos, la genealogía histórica franciscana pasó en este punto de la duda a la refutación. En su Historia Eclesiástica Indiana, el franciscano Jerónimo de Mendieta (1525-1604), planteó la refutación de las tesis de los dominicos. Y los continuadores de la obra de Mendieta terminaron por refutarla.

Últimos fulgores y final del ensueño

La hipótesis del origen judío de los indios americanos se fue apagando durante el Barroco y empezó a decaer en el siglo XVIII, con la Ilustración. En su Idea de una historia general de la América Septentrional (1746), Lorenzo Boturini (1702-1755) sostuvo todavía que los indios eran descendientes de Noé, pero eso era muy genérico. Y en su Historia antigua de México (1780), el ilustrado jesuita novohispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787), ni siquiera mencionó la hipótesis. Con todo, esta peculiar teoría llegó a plantearse hasta en los siglos XIX y XX, pues los mormones norteamericanos la retomaron, con éxito análogo al de los dominicos españoles.

Hoy, nadie sostiene la teoría del origen israelita de los indios americanos. La hipótesis “hebraica” ya sólo se manifiesta de vez en cuando en internet, con ocasión de la aparición de alguna nueva “pista” o “noticia” sobre el destino final de los judíos de las Diez Tribus Perdidas. Un asunto que, por el momento, parece que tendrá que seguir en el ámbito de lo enigmático del que quizá nunca debió haber salido.

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