Cómo no salvar al mundo (ni a los pandilleros)

Tags :
Share This :

Existen varias maneras de causar escozor. La primera que se me viene a la cabeza es una costumbre particularmente colombiana: mencionar todo en diminutivo —como una eterna enfermera. No se va a un bar, sino a un barcito. No se escucha música, sino musiquita. No se espera un momento, sino un momentillo. Les espera el más candente de los avernos.

Otra manera especialmente puntillosa de causar escozor: la del abogado, lleno de formas verbales vacías, que se refiere a todo como un tema. Eso es un tema del derecho de propiedad; esto es un tema del mercado; eso es tema de confianza; aquello es un tema de “aperturamiento” del proceso. ¡Que se le conceda el desgarramiento apasionado por las Furias!

Sin embargo, la cima del podio en la carrera por mi fastidio absoluto la ocupa la trabajadora social —sea lo que sea eso— que propone como la experiencia más transformadora en la vida de un puñado de criminales, a comienzos de sus carreras, zanjar sus diferencias —aquellas que los llevan a matarse— con un partido de fútbol.

Es la medida preferida del gremio. Por un lado, los distrae de su predilección criminal. Por otro, es su intención: intenta enseñarles una valiosa lección. A trabajar en equipo, pacíficamente, por medios diferentes a la violencia. La idea es que se lleven esos “saberes” —porque que Dios las perdone por decir conocimiento— y lleven vidas prudentes, alejadas de los vicios y de la predilección por el irrespeto a la vida y la propiedad de sus semejantes. Se pudrirán más lentamente que Tántalo en el Tártaro —pues aquel oprobio supera en crueldad y maldad a servir un hijo en banquete.

Contra el evangelio deportivo

¿En qué momento, y a quién, diablos se le ocurrió la noción de poder extraer laguna habilidad  útil de los esfuerzos deportivos para hacer uso de ella en la sociedad —más allá de un VO₂ máx decente? No es la peor idea que ronda. Esa sería la de presumir un coche eléctrico ante los amigos nacidos en los años ochenta. Sin embargo, es bastante mala y, sobre todo, de una tierna ingenuidad que provoca la caricia en la mejilla con una buena silla.

Mi proposición es que no hay nada que comparar entre la sociedad y los deportes. Más allá de los beneficios para el cuerpo, no hay aprendizaje valioso, de conducta justificable alguna, que se pueda traer de este a aquella.

El proceso de la sociedad

La sociedad es un fenómeno esencialmente individual. Es, esencialmente, el concierto de las acciones individuales; es cooperación. En la sociedad, cada individuo, cada agente, se pone al servicio de los demás. Cada agente es oferta y demanda en sí mismo. Cada agente puede optar por satisfacer sus necesidades a costa de los demás. Sin embargo, ante lo insostenible y reprochable que resulta esto, la mayoría de los agentes entienden el hecho fundamental de la sociedad en términos de que solo pueden demandar si previamente han ofrecido algo a cambio. En la sociedad, en el proceso de mercado, cada individuo pone su proyecto de vida al servicio de los demás para así colmarse de riquezas —lo que subjetivamente pase por tal— como resultado de ello. En la sociedad, la ganancia de unos es, necesariamente, el resultado de la ganancia generada en otros. Solo puedo comprar comida y pagar abogados plagados de formas vacías y rancias si previamente he ofrecido algo por lo cual me hayan pagado voluntariamente. Toda forma diferente a este proceso es, sencillamente, involuntaria.

La competencia, en este contexto, es rivalidad armónica entre agentes. Cada uno de ellos está en pie de tomar decisiones que rivalicen con los demás en el afán de favorecer a los destinatarios de cualquier acción productiva. Los empresarios rivalizan entre sí para ofrecer medios innovadores a los precios más bajos posibles, mientras que los consumidores lo hacen respecto del ofrecimiento de los precios más altos posibles. Acá, en esencia, la función social de la competencia es ofrecer lo mejor de nosotros a cambio de lo mejor de los demás.

Por el contrario, en deportes como el fútbol o el baloncesto, ningún esfuerzo cooperativo se da. La competencia no tiene función social. Lejos de ser una competencia social, en esencia, se trata de una competencia biológica. La rivalidad no se estructura con el ánimo de innovar en favor de una satisfacción individual, sino todo lo contrario. En cualquier deporte, la cooperación se da al interior del contrincante —de tratarse de un deporte de equipo— con el ánimo de derrotar al adversario. Mientras que en el mercado no hay enfrentamiento entre las partes de un intercambio, en el deporte sí lo hay y, lo que es más claro, la ganancia de una de las partes es lo que sigue a la derrota de la otra. Mientras que, en el deporte, si se quiere, presenciamos un juego de suma cero, en el proceso de mercado —el sistema social de la propiedad privada y la división del trabajo— lo que presenciamos es un juego gana-gana. Situaciones muy diferentes, con enseñanzas radicalmente distintas.

Mensaje abierto a trabajadora social con nostalgia tribal

A la trabajadora social que escuché inintencionalmente ayer mientras tomaba mi café; aquella de quien también escuché vestigios de una clara nostalgia por volver al trueque ancestral para adelantar todos los intercambios —incluidos los que tuvieron por objeto los cafés que tanto ella como yo tomábamos— le advierto, con un poco más de cabeza fría: la sociedad no es un juego, y querer hacer de ella uno por medio de mandatos coactivos termina con ella —al menos como la conocemos. Que, por favor, tenga eso en cuenta y se prevenga de volver a proponérselo a los pandilleros. Sugiera, en vez de eso, enseñarles a montar una panadería, previniéndoles aceptar subsidio alguno para ella —puesto que solo se pueden recibir después de la comisión del crimen.

Santiago Dussan
Author: Santiago Dussan

Deja una respuesta