De buenos revolucionarios a buenos liberales

Tags :
Share This :

El itinerario político intelectual de Mario Vargas Llosa ejemplifica, en parte, la orfandad liberal de la América hispana. Una carencia que se explica por la omisión del propio pasado hispanoamericano que, producto de la leyenda negra promovida por la historiografía decimonónica a partir de las independencias, se tradujo en que poco o nada se conoce de las raíces españolas del liberalismo y su influencia en el surgimiento de las primeras repúblicas independientes.

Como todo intelectual de su tiempo, el Nobel peruano abrazó las premisas que configuran lo que Carlos Rangel llamaba el buen revolucionario. Como decía el venezolano en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario: «En gran medida, el desarrollo de las ideas que los latinoamericanos nos hemos formado sobre nosotros mismos y sobre el mundo responde, por una parte, a la aspiración de proclamarnos víctimas de España en la Conquista y la Colonia, y ajenas a todo lo español».

Por ejemplo, sólo un español es aludido como referencia por Vargas Llosa en su libro La llamada de la Tribu: José Ortega y Gasset. No hay alusión a un gaditano como José Joaquín de Mora o el sevillano José María Blanco White, ni a algunos hispanoamericanos liberales importantes como el argentino Juan Bautista Alberdi, el chileno José Victorino Lastarria o el peruano Manuel Pardo y Lavalle.

¿Cuánto se conoce respecto a las cortes de Cádiz y su incidencia en el proceso de emancipación en la América hispana, por ejemplo, al proclamar la libertad de imprenta o la soberanía popular y la igualdad ante la ley? Por otro lado, ¿cuánto se conoce de la vida y obra del gaditano José Joaquín de Mora, que tuvo enorme incidencia en Chile, Perú y Bolivia? ¿Cuánto se conoce de las ideas que De Mora tenía respecto al periodismo y el teatro como medios para promover la ilustración del pueblo?

No es raro que el liberalismo, incluso actualmente, sea visto como una impostura de origen eminentemente inglés o francés y sin raíces en el mundo hispanoamericano. Algo que ha sido cuestionado por historiadores como François-Xavier Guerra, Manuel Chust o Javier Fernández Sebastián. Este último dice que «los primeros (así llamados) liberales fueron españoles, españoles, europeos y americanos».

Vargas Llosa, quizás como reflejo de ese desconocimiento instalado respecto de la tradición liberal hispana, aun siendo miembro de las élites cultas peruanas partió siendo comunista y recién se hizo liberal, abandonando la psicología del fracaso y la ideología del tercermundismo predominante en la mal llamada América Latina del siglo XX, leyendo a pensadores como Adam Smith, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron y Jean-François Revel.

Cuánto se podría haber evitado en América si la tradición liberal hispana se hubiera sostenido e intelectuales como Vargas Llosa hubieran leído los Cursos de Lógica y Ética según la Escuela de Edimburgo publicado por De Mora en 1845 o las Lecciones de Política Positiva de José Victorino Lastarria, publicado en 1874 y que incluso fue usado como texto oficial en universidades mexicanas y brasileñas.

Joaquín Fernández de Leyva, regidor del Cabildo de Santiago y medio hermano del libertador chileno Manuel Rodríguez, fue diputado suplente del reino de Chile en las Cortes de Cádiz y en 1811 decía: “La privación o casi la privación de los medios para ser honrados y gozar de los beneficios de una Constitución liberal, expone a los que comprende a sesgar del camino de las buenas acciones, y a fomentar pasiones perjudiciales al buen orden. Que es muy distinta la igualdad jacobiniana de la igualdad racional.

Aquélla, confundiendo todas las clases y jerarquías de la sociedad, produce anarquía y los horrores que la son consiguientes. Viola la justa y equitativa ley de los premios graduales del mérito y la virtud”. De Leyva respondía al ideario del liberalismo hispano que extrañamente pasaría al olvido tanto en América como en la Península. Un olvido que a estas alturas se hace insostenible.

Deja una respuesta