De la Gran Guerra a la Guerra de Ucrania: la desarticulación del sistema de cooperación internacional

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Son muchos quienes en los últimos días han venido vinculando los famosos “aranceles de Trump”, con la Ley de Aranceles de 1930, también conocida como Ley Smoot-Hawley, a la que, según algunos, debe responsabilizarse de “agudizar la Gran Depresión de 1929, que afectó a múltiples países, se prolongó por una década, ocasionó una fuerte caída del producto interior bruto (PIB) y dejó a millones sin trabajo” (BBC, 2025). Pero creo que fijarse sólo en las medidas arancelarias de entonces y de ahora es quedarse en la superficie. Hay similitudes más profundas que nos pueden ayudar a entender mejor lo que pasó y lo que puede pasar.

El patrón oro antes y después de la Gran Guerra

Son muchos los economistas que se han planteado por qué un sistema, el del “patrón oro” o “Gold Standard”, que tan buenos resultados dio antes de la Primera Guerra Mundial, se volvió un sistema tan inestable en el período de entreguerras. El argumento que dan muchos “austriacos”, siguiendo las tesis de Murray Rothbard en su “La Gran Depresión” (Rothbard, 1963 [2013]), no es otro que la implementación, tras la Gran Guerra, de un sistema adulterado, que ya no movía a la disciplina crediticia y monetaria, y en el que los bancos centrales de Alemania o Francia, en lugar de acumular oro como reserva, atesoraban pasivos del Banco de Inglaterra, en lo que se vino a llamar el “patrón-divisa oro”.

Y dado que Inglaterra expandió de manera excesiva el crédito, adoptando medidas internas (limitar la posibilidad de sus ciudadanos de pedir reembolsos en oro) y externas (presionar a Francia y Alemania para que continuasen atesorando libras, en lugar de convertirlas en oro) que le permitiesen esa expansión sin ataduras, la consiguiente burbuja de crédito se convirtió en realidad, sobre todo cuando explotó.

Otros autores, como Kindleberger (Kindleberger, 1973 [1986]), señalan que la estabilidad del sistema del patrón oro anterior a la Primera Guerra Mundial se debió a una correcta gestión, por parte de Gran Bretaña, de su papel de líder mundial, fundamentalmente a través de su “agente” el Banco de Inglaterra, que se encargaba de ser el prestamista internacional cuando la actividad económica se resentía, dulcificando, en lugar de agravando, los ciclos económicos internacionales. Tras la Gran Guerra, sin embargo, Inglaterra, según Kindleberger, fue ya demasiado débil para estabilizar el sistema y Estados Unidos no estaba todavía preparado para ejercer dicha función. La estabilidad mundial, en definitiva, se garantizaba en la medida en la que hubiese un poder económico dominante o hegemónico preparado y deseoso de realizar esas labores estabilizadoras.

Barry Eichengreen (Eichengreen, 1992 [1995]), por otro lado, pone el acento no sólo en cuestiones económicas, sino también en otras estrictamente políticas, e incluso ideológicas, ya que todos los actores del sistema compartían un mismo marco conceptual. Y es que, para este autor, el patrón oro previo a 1914 fue estable principalmente por dos razones, la “credibilidad” de los actores principales y la “cooperación” entre ellos: así, Eichengreen entiende por “credibilidad” la confianza generalizada en el compromiso de los países centrales del sistema (Gran Bretaña, Francia y Alemania) con el citado sistema de patrón oro; y por “cooperación” la intervención y ayuda efectiva de los bancos centrales de esos países al país cuya paridad se estuviese viendo amenazada, generalmente prestando oro o adquiriendo su divisa.

Así, señala Eichengreen, no sólo el Banco de Inglaterra estaba dispuesto a mandar oro a los Estados Unidos, o a ayudar a los bancos alemanes y el Reichsbank cuando estos lo necesitasen, sino que el Banco de Francia lo estaba, igualmente, para prestarle ese oro al Banco de Inglaterra, o al de Alemania, cuando fuese necesario, al igual que lo estuvieron el Reichsbank o el gobierno ruso cuando la paridad de la divisa del “hegemon” -Inglaterra- se encontraba sometida a excesiva tensión.

Pero esa “credibilidad” generalizada, esa confianza de los actores del mercado en el compromiso oficial de intervenir, si fuese necesario, para mantener el sistema, hacía que la intervención real de los bancos centrales no fuese necesaria sino en situaciones excepcionales, ya que los capitales privados, señala Eichengreen, fluían rápidamente al país en problemas, en la confianza de que los bancos centrales del resto de países acudirían a su rescate, de manera que la denigrada “especulación” actuaba como estabilizador del sistema aún antes de que lo hiciesen las “autoridades”.

Pero las cosas cambiaron tras la Gran Guerra, y la política doméstica de los países entró en juego, alterando el sistema de dos maneras: por un lado, influyendo en el grado de colaboración efectiva real, de los distintos gobiernos y sus bancos centrales, y, en segundo lugar, y derivada de la anterior, minando la confianza de los actores privados en que produjese esa intervención de las autoridades.

Y no es sólo que las reparaciones acordadas tras la Guerra abrieron heridas entre los miembros del sistema que impedían, o dificultaban sobremanera, esa colaboración, sino que la mentalidad general, del público y de los gobiernos, cambió: antes de 1914, la gente no vinculaba el desempleo con la fluctuación de los tipos de interés o las condiciones monetarias; los economistas no tenían articuladas teorías sobre la relación entre la oferta de dinero y el crédito como herramientas para manipular y estabilizar la producción o reducir el desempleo.

Tras la Primera Guerra Mundial eso cambió, y Keynes y sus teorías son un claro ejemplo. Y si a ese cambio de “mentalidad económica” se le añade que tras la Guerra los sindicatos y los partidos “laboristas” alcanzaron una influencia de la que antes no disponían, en un público y en unos dirigentes influidos por los nuevos planteamientos económicos, la ruptura de los anteriores equilibrios estaba servida: rota esa “credibilidad” y esa “cooperación”, ni las autoridades, ni los capitales privados ejercieron las funciones estabilizadoras necesarias para mantener el sistema.

Tras la guerra de Ucrania

Y es ahí, en esas explicaciones sobre lo que ocurrió hace casi cien años, donde, creo, deberíamos aprender para entender los riesgos que una eventual guerra arancelaria y de divisas pueda generar, y, en ambos casos, y quizás por casualidad, después de una guerra con la que se abren, o aumentan, las heridas entre los principales actores de la arena económica.

Ya en los años sesenta, Richard Cooper planteaba el dilema al que se enfrentaban los países que querían seguir beneficiándose del libre intercambio comercial y pretendían, a su vez, preservar la máxima libertad de cada país para perseguir sus objetivos económicos particulares  (Cooper, 1968). La solución que él daba es que los beneficios económicos de la interdependencia comercial eran tan importantes que había que renunciar a las políticas soberanas; así, si los estados reconocían que su verdadero interés, en el largo plazo, pasaba por la integración completa de sus economías, los beneficios que se obtendrían superarían sobradamente los costes de esa “pérdida” de soberanía. Pero el mismo Cooper reconocía que la voluntad política necesaria para llegar a ese punto era improbable que se llegase a dar.

Es cierto que Estados Unidos se enfrenta a grandes retos: un déficit fiscal importante; una deuda pública mastodóntica; un déficit comercial crónico, apoyado en un dólar “fuerte”, moneda internacional de reserva defendida por un ejército costoso; deslocalización de su industria, en parte, según algunos, por todo lo anterior; la amenaza china a su hegemonía económica y militar, siendo China su principal “socio” comercial y segundo mayor tenedor extranjero de su deuda… y varios billones (“trillions” americanos) de deuda que tiene que refinanciar en los próximos meses, en los que vencen más de 6 billones de Treasury Bills (Senate Joint Economic Committee, 2025).

El problema no es ya si Trump es capaz de solucionarlo todo por sí solo apoyándose en el poder económico y militar hegemónico de Estados Unidos, sino si al intentar hacerlo no va a saltar por los aires el sistema tal y como está organizado: No es ya sólo que a la barra libre de crédito barato de las últimas décadas, ya de por sí una bomba de relojería, se le pueda sumar una guerra comercial que desarticule el comercio global tal y como lo conocemos, rompiendo los flujos de bienes y servicios y destruyendo las cadenas de producción, sino que, además, la desconfianza entre los diferentes actores -públicos y privados- se generalice, y con ella, la falta de cooperación para conseguir objetivos comunes -o buscar soluciones al desastre- en el medio y largo plazo.

Decía Stephen Miran en su famosísimo “paper” de noviembre del año pasado, del que todo el mundo habla últimamente  (Miran, November 2024), que una solución unilateral a los problemas del país norteamericano, en su objetivo de redefinir el sistema del comercio global para alinearlo con sus intereses nacionales, tendría, con más probabilidad, “efectos secundarios indeseados, entre ellos la volatilidad de los mercados”, si bien la solución multilateral –“con menos volatilidad”- lleva aparejada la dificultad de convencer a los socios comerciales para que se suban al carro de la reforma[1]. No tengo tan claro que los “undesired side effects, like market volatility”, de los que habla Miran, sean exactamente los mismos a los que realmente nos enfrentamos.

Bibliografía

BBC, News (6 de abril de 2025). Cómo la ley que EE.UU. aprobó para subir aranceles en 1930 terminó por devastar su economía y agravar la Gran Depresión. Recuperado el 15 de abril de 2025, de https://www.bbc.com/mundo/articles/c20dr1y81d2o

Cooper, R. (1968). The Economics of Interdependence: Economic Policy in the Atlantic Community. Nueva York: Council on Foreign Relations – McGraw Hill.

Eichengreen, B. (1992 [1995]). Golden Fetters. The Gold Standard and The Great Depression 1919-1939. Nueva York: Oxford University Press, Inc.

Kindleberger, C. P. (1973 [1986]). The World in Depression, 1929-1939. Berkeley: University of California Press.

Miran, S. (November 2024). A User´s Guide to Restructurin the Global Trading System. Hudson Bay Capital. Obtenido de https://www.hudsonbaycapital.com/documents/FG/hudsonbay/research/638199_A_Users_Guide_to_Restructuring_the_Global_Trading_System.pdf

Rothbard, M. N. (1963 [2013]). La Gran Depresión. (I. Carrino, Trad.) Madrid: Unión Editorial.

Senate Joint Economic Committee, USA (2025). Recuperado el 15 de abril de 2025, de https://www.jec.senate.gov/public/vendor/_accounts/JEC-R/debt/Monthly%20Debt%20Update.html


[1] “Unilateral solutions are more likely to have undesired side effects, like market volatility. Multilateral solutions may have less volatility, but entail the difficulty of getting trading partners onboard, which curtails the size of the potential gains from reshaping the system” (Miran, November 2024, pág. 11).

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juandemariana
Author: juandemariana

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