En nuestra tradición cultural, pocos héroes logran mantenerse en el recuerdo y en el aprecio del gran público a través de las generaciones. El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, es uno de ellos. Como lo son el británico rey Arturo o el francés Lancelot. Aunque, a diferencia de estos, el Cid no es un personaje de ficción, sino real. Diferencia notable, porque el Cid, además de ser un caballero castellano del siglo XI, en el periodo de formación del reino de Castilla, es también un personaje literario de primer orden en la literatura universal, inspirador de obras literarias, pictóricas y hasta cinematográficas.
¿Personaje histórico o personaje literario?
El Cid fue un héroe muy popular en vida y más aún después de morir. Hombre recto y justo, diestro con la espada y hábil jefe de tropas, pero también hombre culto, formado en el latín y en el derecho, por su padre, Diego Laínez, descendiente del Juez de Castilla, Laín Calvo. Un hombre representativo del tipo humano propio de la aparición histórica de la potencia castellana en el siglo XI. Fue el tiempo de surgimiento y desarrollo de los fueros, en el que el debate político se centraba en la legitimidad del poder, en la seguridad jurídica y en el sometimiento de todos a los jueces y al derecho del reino, es decir, a la autoridad del Rey.
En lo literario, el Cid protagonizó una de las primeras obras escritas en romance castellano, el Cantar del Mío Cid. Obra muy importante en la literatura europea, por su temática y calidad literaria. Datado hacia el año 1140 -según Menéndez Pidal-, inauguró una línea de creación literaria, pictórica, e incluso cinematográfica en el siglo XX, centrada en la vida y hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar. Existe, además, un importante ciclo de romances ligados a la figura del Cid. A veces, extraídos del propio cantar de gesta, y a veces sobre episodios no tratados en el mismo, como el Romance de la Jura de Santa Gadea.
Famoso en los todos los siglos, el XIX destaca por su predilección hacia el Cid. Autores románticos nacionales y extranjeros encontraron en su figura un motivo especial para su inspiración. Como ya se ha indicado, a diferencia de otros héroes de existencia puramente literaria, el Cid no es un personaje de ficción. Fue un personaje real, que vivió entre los años 1043 y 1099. Y sus hazañas y fama revelaban un héroe de hondura, cuyos perfiles desbordan la mera conceptuación de valiente, hábil y afortunado guerrero que vive aventuras más o menos fabulosas. El siglo XIX conoció en España un gran despertar del recuerdo de este héroe.
El Cantar del Mio Cid
El Cantar se compuso en el siglo XII, momento en que se reavivaba la añoranza medieval de la antigua Roma, en los siglos XI y XII, tiempo al que se ha denominado “Primer Renacimiento”. Para entender ese ideal de recuperación de Roma que alienta toda la Edad Media y eclosiona en el Renacimiento, es imprescindible advertir de una peculiaridad del pensamiento de la época, que exige variar nuestra forma corriente de pensar. Usualmente, en nuestro tiempo, las ideas de progreso y futuro están íntimamente ligadas. Nuestro tiempo basa sus esperanzas en lograr un futuro mejor y, así, el progreso remite directamente al futuro.
Pero eso no era igual en la Edad Media. Los hombres de ese tiempo pensaban de modo inverso y, cuando querían imaginar un mundo mejor, miraban al pasado, al añorado Orden Romano, pues el futuro aparecía siempre oscurecido por múltiples amenazas imprevisibles. El pasado era el mundo desaparecido de la Pax Romana y de la ley igual para todos. Mientras que, el presente y el futuro inmediatos, eran el resultado de las invasiones que destruyeron a Roma, y formaron un mundo de privilegios, violencia e ignorancia. Un mundo sombrío en el que el elemento greco-latino, negándose a morir, sobrevive toda la Edad Media para retornar con el Renacimiento, en el siglo XV. Pero en el siglo XI el Renacimiento queda aún lejos y el mundo medieval, de momento, sólo puede soñar con recuperar ese pasado mejor.
Fue en ese mundo en el que Rodrigo Díaz de Vivar recorrió el camino del héroe, en tanto que representó el ideal del “caballero cristiano”. Un arquetipo de la preservación del orden y el racionalismo cristianos que son, como lo era la misma Iglesia, el legado civilizador de Roma que sobrevivía en una época difícil y conflictiva. Rodrigo es héroe en tanto que consigue afirmarse como un hombre cuerdo y justo que afirma la razón y el derecho frente a la magia y al abuso en un mundo desquiciado. Héroe que combate a los musulmanes y conserva el más profundo sentido de la justicia y la idea de sumisión a la ley.
La Jura de Santa Gadea
La Jura es uno de los episodios más emotivamente épicos del Cid. Él, descendiente del mítico Juez de Castilla, Laín Calvo, y paladín del Rey, exigirá a Alfonso VI, para que pueda reinar en Castilla, que jure no haber participado en el asesinato de su hermano y anterior rey, Sancho II, en Zamora. Alfonso se someterá a la ley y hará la Jura, pero guardará rencor al Cid. La Jura despejaba las dudas de su implicación en la muerte de su predecesor, y era importante, por la gravedad de participar en un asesinato, que le ilegitimaba para suceder al rey asesinado. La razón que llevó al Cid a exigir el juramento fue, sobre todo, despejar la duda sobre la dignidad de Alfonso para ser rey de Castilla. No necesitan más los castellanos para obedecer al nuevo rey y, tras la jura, será el mismo Cid el primero en prestar juramento de fidelidad a Alfonso.
Con independencia de la realidad histórica del episodio de la Jura, ésta forma parte esencial de la caracterización del Cid como héroe. El héroe medieval no lo es sólo por su valentía, audacia o habilidad mostradas en sus aventuras, como Ulises, el gran héroe griego. El héroe cristiano medieval lo es, fundamentalmente, por la vinculación de sus hazañas a una causa santa o a una causa justa. El héroe medieval posee una dimensión moral, de inspiración cristiana, obviamente imposible de hallar en los héroes clásicos.
La imagen de Rodrigo Díaz exigiendo al Rey el juramento en Santa Gadea, integra una rotunda simbología política de limitación del poder, que ha de ser legítimo y someterse a control legal. Mas, la Jura de Santa Gadea, pese a ser trascendental en la tradición cidiana, no constituye un asunto del Cantar del Mío Cid, aunque si lo enmarca, pues está referenciado en el poema, justamente al principio, como la causa del destierro. Es importante para el conjunto de la obra, pero no su tema, aunque sea fundamental para entender la excelente acogida del personaje durante el siglo XIX entre los liberales.
El Cid en los siglos XIX y XX
El Cid ha sido objeto de abundante tratamiento literario. El romancero antiguo, del siglo XIV, recoge muchos romances cidianos, como la Jura de Santa Gadea. Y abundan referencias y temas cidianos en poetas, novelistas y dramaturgos del Siglo de Oro, de Lope de Vega a Cervantes. Y Guillén de Castro, con Las Mocedades del Cid (1605), sobre la base del romancero, recrearía los hechos del Cid anteriores a la Jura de Santa Gadea. Obra que inspiró Le Cid de Corneille, en Francia (1636). En siglo XVIII se publicó por primera vez el Cantar en edición impresa (1779), lo que contribuyó a difundir su fama. Goya inició su Tauromaquia (1815) con un grabado del Cid, primer caballero de España, alanceando un toro. Y un cuadro de la Jura, obra pintada en 1864 por Marcos Hiráldez, adorna el Palacio del Senado.
El recuerdo del Cid como defensor de la legalidad y la justicia rebrotó con fuerza en el siglo XIX. Una preferencia fundada en la Jura de Santa Gadea, por el ambiente propio del siglo XIX, en que los liberales españoles desearon -sin éxito- que los reyes Fernando VII e Isabel II, fuesen monarcas sinceramente constitucionales. Los liberales españoles del siglo XIX reivindicaron por ello al Cid, figura reciamente hispana y héroe de las libertades castellanas. Y el Romanticismo, en España y en Europa, lo apreció mucho. Pero la recuperación romántica del personaje no se limitaría al reconocimiento de sus virtudes cívicas o políticas, pues las virtudes cívico-políticas del Cid no son las únicas y se complementan con sus otras muchas virtudes: El Cid es piadoso, generoso, clemente, caritativo, sabio, valiente, leal y justo.
Llegó el siglo XX, y éste, sin dejar de recrear la rica y abundantísima tradición cidiana, fue poniendo en segundo plano su imagen de héroe liberal, más propia del siglo XIX, sin que por ello su figura haya sufrido menoscabo alguno. Antes bien, se popularizó más aún, tras llevarse al cine, en 1961, por Anthony Mann, con Charlton Heston y Sofía Loren en los principales papeles. Pero las obras cidianas del siglo XX subrayaron más otras virtudes. Rubén Darío tomó la caridad en su poema Cosas del Cid, Manuel Machado destacó la generosidad en el infortunio en su Castilla, y Antonio Gala se centró en los sentimientos humanos, en su Anillos para una Dama. Sólo Eduardo Marquina retomó en su recreación del Cid sus virtudes más políticas.
Pese al enorme lapso temporal transcurrido desde que Rodrigo Díaz de Vivar realizase sus hazañas -en 1999 se celebró el 900 aniversario de la muerte del héroe, y en este siglo XXI se celebrará su milenario-, el Campeador continúa siendo un personaje de referencia, ampliamente conocido en España y en el mundo. Como dejó escrito Manuel Machado en los versos de su poema Castilla, “El ciego sol, la sed y la fatiga, por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos, -polvo, sudor y hierro-, ¡el Cid cabalga!” Y es tan deseable, como previsible, que El Cid siga cabalgando aún por mucho tiempo en los siglos venideros.
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